IMPERIALISMO Y LUCHA DE CLASES (Escrito en 1975)
Una adecuada interpretación de la naturaleza del imperialismo actual es esencial para la estrategia y la táctica revolucionaria a seguir en los países dependientes.
El análisis de la concepción tercermundista
del imperialismo nos permitirá comprender las causas de las derrotas que desde
la tercera década del siglo vienen sufriendo los movimientos nacionalistas
burgueses de los países dependientes y las izquierdas que los apoyan.
Según las tesis tercermundistas, el
imperialismo impediría el desarrollo de las fuerzas productivas en los países
dominados para mantenerlos en un estado precapitalista. Los países desarrollados impedirían el
desarrollo de los que llegaron tarde. De ese modo, según los tercermundistas, las
burguesías industriales nacionales de los países dependientes serían clases
revolucionarias, pues al proponerse la industrialización chocarían con el
imperialismo que trata de impedirla.
Casi todo el mundo, no sólo los nacionalistas,
sino la mayor parte de la izquierda, repite hoy esas aseveraciones que parecen
tan evidentes que no es preciso demostrarlas; nadie tampoco se preocupa por
hacerlo. Nadie explica tampoco por qué si
el imperialismo provoca subdesarrollo, existieron países subdesarrollados que
no fueron colonias sino imperios como España, Portugal, Turquía, y, en cambio,
países que fueron colonias, como Estado Unidos, Canadá, y Australia se
desarrollaron desde el comienzo.
La tesis tercermundista según la cual los
países imperialistas deben su alto desarrollo a la explotación de las colonias
queda invalidada con sólo recordar que en el siglo XIX países colonialistas como
España, Portugal o los Países Bajos eran menos desarrollados que otros que no
tenían colonias como Suiza, Bélgica, Suecia, Checoslovaquia o Estados Unidos. Éste último había alcanzado el grado más alto
de desarrollo antes de convertirse en 1989 en un imperialismo. En 1914 cuando ya había alcanzado el nivel de
vida más alto del mundo, había 7.200 millones de dólares de inversiones
extranjeras en Estados Unidos, contra tan sólo 3.500 millones de dólares de
inversiones norteamericanas que en el extranjero [1]. En el siglo XX, por su parte, se comprueba que los países que pierden sus
colonias no disminuyen su ritmo de desarrollo ni bajan su nivel de vida, en
tanto Portugal, uno de los últimos países colonialistas que existen, es a la
vez uno de los menos desarrollados y con el más bajo nivel de vida.
Siguiendo una tradición olvidada del marxismo
clásico, nos proponemos mostrar que, al contrario de las tesis tercermundistas,
no existe una correlación directa entre colonialismo y subdesarrollo. EL
IMPERIALISMO NO ES LA CAUSA DEL ESTANCAMIENTO DE ALGUNOS PUEBLOS, SINO EL
ESTANCAMIENTO PREVIO LA CAUSA DE LA CAÍDA DE CIERTOS PUEBLOS BAJO EL
IMPERIALISMO. LOS PUEBLOS SON COLONIZADOS PORQUE SON COLONIZABLES.
En el caso de África negra, el imperialismo
no vino a destruir ningún tipo de civilización autónoma porque ésta no existía,
no vino a frenar ningún desarrollo económico porque sólo existía una primitiva
economía de subsistencia. En el
caso de los pueblos asiático y nordafricanos, donde sí existieron grandes
civilizaciones, éstas ya estaban en decadencia varios siglos antes de que
surgiera el imperialismo. En
efecto, la expansión imperialista de la Europa Occidental comienza después de
la primera mitad del siglo XIX[2] por
el Mediterráneo y su gran apogeo económico y técnico se remonta apenas al siglo
XVIII. La China, la India, los países árabes, eran civilizaciones florecientes
en la Edad Media, muy superiores a la Europa occidental. Pero ya hacia fines de
la Edad Media, estos pueblos orientales comienzan a estancarse, a decaer, es
decir, 500 años antes de que penetrara en ellos el imperialismo europeo, cinco
siglos antes, tengámoslo en cuenta. Los apologistas del imperialismo europeo
hablarán de inferioridad racial o cultural, de influencia de la religión o del
clima, olvidando que esos pueblos fueron capaces de crear grandes
civilizaciones en la Edad Media. La
causa del estancamiento hay que buscarla en un modo de producción
característico de esos pueblos; en el caso del África negra una economía de
mera subsistencia; en el de Asia, un modo peculiar que Marx ha estudiado con el
nombre de modo de producción asiático. MUCHOS PROBLEMAS DEL LLAMADO TERCER
MUNDO SE EXPLICAN SI RECURRIMOS A LA TEORÍA DEL MODO DE PRODUCCIÓN ASIÁTICO,
TOTALMENTE IGNORADA POR EL “MARXISMO” OFICIAL.
Este modo de producción se dio, como su nombre lo indica, en Asia, en India y
principalmente en la China antigua, pero también se dio en otros continentes,
en el África del Norte –Egipto de los faraones-, en el África negra y en la
América incaica y azteca. Es
pues el modo de producción característico, junto con la producción de
subsistencia, de lo que después se llamará Tercer Mundo. De este modo de producción queda excluido
Japón, que tiene desde sus orígenes su modo de producción similar al de Europa
Occidental y que sintomáticamente es el único país oriental que no cae bajo el
imperialismo.
Veamos brevemente las diferencias que existen
entre el modo de producción asiático y el modo de producción de la Europa
Occidental. El modo de producción clásico tal como se dio en la Europa
Occidental a través de las tres etapas de esclavitud, feudalismo y capitalismo,
tiene su característica esencial en la propiedad privad de la tierra y los
medios de producción. Por el
contrario, en el modo de producción asiático no existe la propiedad privada de
la tierra y los medios de producción están en manos del Estado. La tierra es
entregada a los campesinos para que la trabajen y los funcionarios estatales la
administran y cobran los impuestos. Las comunidades aldeanas, por su parte,
permanecen aislada autoabasteciéndose con el artesanado y la producción agrícola.
Este modo de producción se da
principalmente en las sociedades hidráulicas, donde la necesidad de un sistema
de riego artificial exige un poder central regulador capaz de dirigir a los
vastos equipos de trabajadores que deben realizar las grandes obras. Un Estado fuerte y centralizado concentra el
excedente económico y dispone de él. SE CREA DE ESE MODO UNA BUROCRACIA
TODOPODEROSA Y DESPÓTICA, CUYO EJEMPLO CLÁSICO SON LOS MANDARINES CHINOS. POR
ESO ADEMÁS DE LOS CANALES DE RIEGO Y CAMINOS, SE CONSTRUYEN TAMBIEN MONUMENTOS
SUNTUOSOS EN HOMENAJE A LOS EMPERADORES Y SUS FUNCIONARIOS, TALES COMO PALACIOS
Y TUMBAS.
Ya Ibn Jaldún (1332-1403), gran historiador
árabe[3],
comprendió que la expansión económica y social del Magreb fue paralizada no por
factores exteriores o fortuitos, sino por causas internas: un bloqueo
estructural que depende, en lo que se refiere al África del Norte, del
mantenimiento de las estructuras tribales, por consiguiente la imposibilidad de
la apropiación privada de los medios de producción y la inexistencia de una
clase dominante claramente individualizada, es decir, la burguesía.
En efecto, si en los países de Asia y África,
a diferencia de los países de Europa Occidental, no se pudo hacer la revolución
técnica e industrial es porque allí, a diferencia de los países de la Europa
Occidental, un modo de producción peculiar donde se excluía la propiedad
privada, imposibilitaría la constitución de la sociedad feudal, etapa previa
necesaria para el surgimiento de una clase burguesa. Sólo la burguesía
respondiendo a sus propios intereses fue capaz de destruir los frenos que
impedían las transformaciones, apropiándose e impulsando las invenciones
técnicas y científicas de los siglos XVI y XVII. Sintomáticamente el Japón, el
único país asiático que conoció una sociedad feudal, es el único que supo
evolucionar hacia el capitalismo y, por lo tanto, el único que pudo resistir la
penetración imperialista. EN LAS REGIONES DONDE PREDOMINA EL MODO DE PRODUCCIÓN
ASIÁTICO, EL CAPITALISMO SÓLO ENTRA IMPUESTO DESDE EL EXTERIOR POR EL
COLONIALISMO EUROPEO.
Por otra parte, el hecho de que las clases
dirigentes autóctonas de los países coloniales no constituyeran una burguesía,
sino una burocracia estatal formada por el modo de producción asiático, también
facilito la colonización. Esta burocracia estatal se favorecía con las nuevas
relaciones de propiedad impuestas por el capitalismo de los colonizadores, pues
le permitía la apropiación privada de la tierra, a la que no tenía acceso en el
modo de producción asiático. Es así como raramente la colonización fue producto
de una conquista violenta como dramatizan los tercermundistas. EN LA MAYORÍA DE
LOS CASOS FUE LA PROPIA ARISTOCRACIA LOCAL LA QUE AYUDÓ A LA COLONIZACIÓN. Por
ejemplo, en Argelia la derrota del emir Abd el Kader no hubiera sido posible
sin el apoyo de muchos jefes musulmanes al ejército francés[4].
De ese modo la colonización de
países dio origen a un nuevo sistema donde el capitalismo que implantaban los
colonizadores debía pactar con formas precapitalistas autóctonas. Las nuevas relaciones de propiedad convertían
a los antiguos mandatarios y burócratas del modo de producción asiático en una
especie de nuevos señores feudales que cambian gustosamente el poder política
vicario otorgado por el Estado asiático por el poder económico de la propiedad
privada de la tierra y la explotación directa del campesinado que le otorgaba
el sistema colonial. ESA FORMA HÍBRIDA DE TRANSICIÓN DE LOS PAÍSES COLONIALES
DEL MODO DE PRODUCCIÓN ASIÁTICO AUTÓCTONO AL MODO DE PRODUCCIÓN CAPITALISTA
IMPORTADO POR EL IMPERIALISMO ES DENOMINADO COMÚNMENTE, EN FORMA IMPRECISA E
INEXACTA, FEUDALISMO ÁRABE, CHINO, ETCÉTERA.
Del mismo modo, como el colonialismo sólo
dominó a los países atrasado por el apoyo que tuvo en las clases altas autóctonas,
más tarde la dependencia económica en los países políticamente independientes
sólo puede establecerse mediante la cooperación con las burguesías autóctonas.
Esas mismas burguesías serán, sin embargo, quienes más fuertemente acusarán al
imperialismo como origen de todos los males que aquejan al país, ocultando de
ese modo las verdaderas causa de la opresión y la miseria, que son
principalmente causas internas y no externas. El atraso de los países dominados no es
provocado por el imperialismo, sino por el modo de producción previo a la
colonización y por los intereses de las clases altas autóctonas, y persiste,
por lo tanto, después de la descolonización. El imperialismo provoca un mayor o menor grado
de desarrollo según la estructura social del país que domina.
Cuando los tercermundistas pretenden negar que
el imperialismo exporta capitalismo a los países coloniales, aduciendo la
supervivencia en los mismos de formas arcaicas después de la colonización,
ignoran que ese atraso no viene del imperialismo, sino de la existencia de
clases autóctonas precapitalistas con las que el imperialismo tiene necesidad
de pactar. CUANDO, EN CAMBIO, SE COLONIZAN PAÍSES DONDE NO EXISTEN CLASES ALTAS
AUTÓCTONAS INTERESADAS EN DEFENDER SUS PRIVILEGIOS ANCENSTRALES, COMO EN EL
CASO DE LA COLONIZACIÓN DE NORTEAMÉRICA Y AUSTRALIA POR INGLATERRA Y DE CANADÁ
POR INGLATERRA Y FRANCIA, EL CAPITALISMO SE IMPONE SIN NINGUNA TRABA, DANDO
ORIGEN A SOCIEDADES PRÓSPERAS Y ADELANTADAS. DE ESE MODO PODEMOS EXPLICARNOS EL
MISTERIO DE LA “COLONIZACIÓN PROGRESISTA” DE ESTADOS UNIDOS SIN NECESIDAD DE
RECURRIR A LAS BANALES INTERPRETACIONES IRRACIONALES Y RACISTAS SOBRE LA
SUPERIORIDAD ANGLOSAJONA.
La colonización de los pueblos del modo de
producción asiático, como hemos visto, no tuvo resistencia porque este sistema
estancado y esclerosado los hacía fácil presa del dinamismo capitalista, y
porque las propias clases autóctonas estaban interesadas en la colonización. Pero en cambio la mantención del colonialismo
fue difícil precisamente porque al imponer, mediante la colonia, el sistema
capitalista desapareció la causa de la fácil conquista, el modo de producción
asiático. Al fortalecerse con la propiedad
privada de la tierra que trajo el colonialismo, las clases altas autóctonas
comenzaron a concebir las ventajas que además podía traerles la independencia
política. Por otra parte, el capitalismo
había creado una nueva clase, el proletariado, directamente interesado en la
liberación nacional. El
capitalismo imperialista había traído la diferenciación de clases, y con ella,
la lucha de clases que despertaría a esos pueblos del largo letargo en que los
había mantenido el modo de producción asiático. El imperialismo engendraba, de ese modo, a sus
propios enterradores en los pueblos coloniales.
El estancamiento de las sociedades de modo de
producción asiático y la economía de subsistencia que contrastaba con el rápido
progreso de las sociedades capitalistas, y el súbdito despertar de los pueblos
asiáticos al entrar en contacto con el capitalismo, es una prueba flagrante de
que, como afirma el marxismo, la lucha de clases es el motor de la historia. En efecto, la propiedad estatal de los medios
de producción, tal como se dio en el modo de producción asiático, atenúa
relativamente las contradicciones internas impidiendo el desarrollo de las
luchas de clases hasta sus últimas consecuencias. Este freno de la lucha de clases por un
régimen paternalista provoca inevitablemente el estancamiento de la sociedad,
que se detienen en un estadio determinado y no puede acceder a una etapa
superior.
Por el contrario, la espectacular evolución
histórica de la Europa Occidental se debe a la violencia con que se desarrolló
en ella la lucha de clases, haciendo surgir en poco siglos una clase feudal,
una clase burguesa como negación de la feudal, y un proletario destinado a su
vez negar la burguesía.
En el modo de producción asiático no pudo
surgir una clase burguesa diferenciada. Los comerciantes de Arabia, China y la India,
a pesar de desplegar una gran actividad, no pudieron constituir una clase
burguesa autónoma porque su fuente de ingresos provenía del Estado, que les
atribuía el derecho de cobrar impuestos en pago a sus servicios. En el modo de producción asiático, por lo
tanto, el comerciante era un funcionario estatal más. El colectivismo burocrático y despótico de las
civilizaciones asiáticas y americanas precolombinas, por muy originales que
hayan sido sus culturas, no pudieron dar origen al burgués porque éste
necesitaba, para surgir, la base económica de la propiedad privada tal como se
dio en la sociedad esclavista, feudal y capitalista de Occidente.
La línea de desarrollo económico que surge con
la antigüedad griega se extiende a través de Roma por Europa, y a través de
Europa por América, es tradicionalmente considerada como la forma superior de
desarrollo; según sus apologistas, por una suerte de superioridad cultural o
racial que es, sin embargo, fácil de rebatir con el ejemplo del esplendor de
las civilizaciones orientales en la Edad Media. Los tercermundistas, por su parte, juzgan esta
aseveración como un simple prejuicio “eurocentrista” que considera su propia
forma de vida como superior a todas las demás, como voluntad de dominio de un
pequeño grupo de pueblos sobre el resto de la humanidad. Pero la línea occidental de desarrollo es la
verdaderamente clásica y representativa de la historia de la humanidad, no por
las razones que aducen sus defensores burgueses, o sus detractores
tercermundistas, sino porque, como muestra el marxismo, fue la que realizó
contradictoriamente el desarrollo máximo de las fuerzas productivas y la que
provocó las formas extremas de la lucha de clases. Marx, el gran negador de la sociedad burguesa
fue, al mismo tiempo, su gran admirador, comprendiendo que la sociedad burguesa
y el hombre individual que ésta engendra constituyen la etapa necesaria
imprescindible para llegar a la sociedad socialista. LA PRIMERA PARTE DEL MANIFIESTO COMUNISTA ES LA MÁS GRANDE
EXALTACIÓN QUE SE HA HECHO DE LA SOCIEDAD BURGUESA.
Imperialismo y desarrollo
La teoría del modo de producción asiático nos
muestra que el imperialismo no es la causa del llamado subdesarrollo de ciertos
países de Asia y áfrica, sino que, por el contrario, fue el estancamiento
anterior de esos pueblos debido a sus peculiares modos de producción –asiático
o de subsistencia- que impedían el surgimiento de una clase burguesa, la causa
de su posterior caída bajo el imperialismo.
El desconocimiento de la teoría del modo de
producción asiático –prohibida por el stalinismo-, así como de las teorías
clásicas del marxismo sobre el imperialismo, llevó a grandes sectores de la
izquierda a caer bajo la influencia de la ideología del nacionalismo burgués,
según la cual el imperialismo provoca atraso y subdesarrollo en los países
sometidos, impidiendo el desarrollo de las fuerzas productivas y manteniendo a
estos países en una etapa precapitalista, de la que sólo puede sacarla una
revolución nacional antiimperialista.
Las teorías clásicas del marxismo respecto del
imperialismo están en abierta contradicción con estas teorías tercermundistas:
para el marxismo el imperialismo no sólo no impide el desarrollo de las
fuerzas productivas de los países dependientes, sino que, por el contrario,
ayuda a desarrollarlas, destruyendo formas feudales o precapitalistas y haciendo
entrar a los países marginados en la órbita del capitalismo. Para los marxistas clásicos el imperialismo
exporta capitalismo a los países precapitalistas. Esta tesis, que tiene su
origen en los discutidos artículos de Marx sobre la dominación de Inglaterra en
la India, repugna a los nacionalistas como Jorge Abelardo Ramos. “En lo tocante
a la India, por ejemplo, Marx incurrió en un error notable”[5],
dirá Ramos, quien se encargará a renglón seguido de corregir este error de
Marx.
En los citados artículos, Marx dice de la
India bajo la dominación inglesa: “Sin embargo, por muy lamentable que sea
desde el punto de vista humano, ver cómo se desorganizan y disuelven esas
decenas de miles de organizaciones sociales laboriosas, patriarcales e
inofensivas; por triste que sea verlas sumidas en un mar de dolor, contemplar
cómo cada uno de sus miembros va perdiendo a la vez sus viejas formas de
civilización y sus medios tradicionales de subsistencia, no debemos olvidar al
mismo tiempo que esas idílicas comunidades rurales, por inofensivas que
parecieran, constituyeron siempre una sólida base para el despotismo oriental;
que restringieron el intelecto humano a los límites más estrechos, sometiéndolo
a la esclavitud de reglas tradicionales y privándolo de toda riqueza y de toda
iniciativa histórica (…). Bien
es verdad que al realizar una revolución social en el Indostán, Inglaterra
actuaba bajo el impulso de los intereses más mezquinos, dando pruebas de
verdadera estupidez en la forma de imponer esos intereses. Pero no se trata de eso. De la que se trata es de saber si la humanidad
puede cumplir su misión sin una revolución a fondo del estado social de Asia. Si no puede, entonces, y a pesar de todos sus
crímenes, Inglaterra fue el instrumento inconsciente de la historia al realizar
dicha revolución[6].
“Inglaterra tiene que cumplir en la India una doble misión: una, destructora; la
otra, regeneradora; la aniquilación de la vieja sociedad asiática y la
colocación de los fundamentos materiales de la sociedad occidental en Asia[7].
“La industria moderna llevada a la India por
los ferrocarriles destruirá la división hereditaria del trabajo, base de las
castas indias, ese principal obstáculo para el progreso y el poderío del país”.
[8]
Puede comprobarse a través de estos párrafos
que Marx está lejos de ser el apologista del imperialismo europeo, como
pretenden los nacionalistas: el progreso que trae el imperialismo no consiste
para Marx en la misión civilizadora y humanitaria que se arrogan los
colonizadores, sino en la introducción del modo de producción capitalista, es
decir, de un modo de explotación más avanzado que el asiático. El progreso que significa la introducción del
capitalismo no traerá, no obstante, el bienestar ni la prosperidad a las masas
populares de los países sometidos. Dice Marx al respecto: “Todo en cuanto se
vea obligado a hacer a la India la burguesía inglesa no emancipará a las masas
populares ni mejorará sustancialmente su condición social, pues tanto lo uno
como lo otro dependen no sólo del desarrollo de las fuerzas productivas, sino
de que el pueblo las posea o no. Pero
lo que no dejará de hacer la burguesía es sentar las premisas materiales
necesarias para ambas cosas ¿Acaso la burguesía ha hecho nunca algo más? ¿Cuándo
ha realizado algún progreso sin arrastrar a los individuo aislados y a pueblos
enteros por la sangre, el lodo, la miseria y la degradación?”[9].
Es preciso advertir que estas tesis de Marx
sobre el imperialismo mercantil no pueden desecharse como meramente
circunstanciales, ya que todos los marxistas clásicos las han desarrollado
ampliamente, aplicándolas al imperialismo moderno. En el primer estudio marxista sobre el
imperialismo, Rudolf Hilferding dice con todas las letras: “La exportación de
capital, especialmente desde que tiene lugar en forma de capital industrial y
financiero, ha acelerado enormemente la subversión de todas las viejas
relaciones sociales y la difusión del capitalismo en todo el globo[10].
En las mismas tierras recién
abiertas el capital importado (…) provoca la oposición creciente del pueblo
cuya conciencia nacional ha despertado contra los intrusos (…). La vieja relación
social sufre una revolución completa, la unidad agraria vieja de mil años, de
las naciones <<sin historia>> se hace pedazos (…). El mismo
capitalismo da gradualmente a los pueblos oprimidos los medios y el método para
lograr su propia liberación”[11].
Rosa Luxemburgo, por su parte, en Introducción
a la economía política (1909), dice refiriéndose al colonialismo: “De ese
modo se ven aniquiladas, en todas partes, las relaciones sociales naturales y
el tipo de economía de los aborígenes; pueblos enteros se ven diezmados y la
parte que queda de ellos es proletarizada y puesta, de uno u otro modo, bajo el
mando del capital industrial y comercial como esclavos u obreros. La historia
de las décadas de guerras coloniales, que se prolonga durante el siglo XIX; levantamientos
contra Francia, Inglaterra, Holanda y los Estados Unidos en Asia; contra España
y Francia en América, es la larga y
tenaz resistencia de las viejas sociedades autóctonas contra su exterminio y
proletarización en manos del moderno capital, lucha de la que finalmente surge
en todas partes el capital como vencedor. Esto entraña en primer término una
enorme ampliación del ámbito de dominación del capital, un desarrollo del
mercado mundial y de la economía mundial en la que todos los países habitados
de la Tierra son recíprocamente productores y compradores de productos,
trabajan unos para otros, son participantes de una y la misma economía que
abarca todo el globo.”
Lenin, en El
imperialismo, última etapa del capitalismo, coincide con esta tesis: “La exportación
del capital influye en el desarrollo del capitalismo en los países donde aquél
es invertido, acelerándose extraordinariamente”. Dicha exportación de capitales
“produce una extensión y un ahondamiento mayores del desarrollo del capitalismo
en todo el mundo”[12].
Fritz Stenberg dice, refiriéndose al
imperialismo inglés en la India: “Por ejemplo no fue la acumulación del capital
hindú la que financió la construcción de los ferrocarriles de la India, sino el
capital inglés. Inglaterra no esperó, antes de exportar todos los materiales
necesarios para construir ferrocarriles en la India, a que ésta pudiera
exportar a su vez suficientes mercancías de su propiedad para pagar materiales,
y sus importaciones fueron en gran parte financiadas con exportaciones de capital
inglés. Por lo tanto, hasta cierto punto,
la exportación del capital inglés a regiones colonias aceleró el desarrollo
económico de esos lugares, del mismo modo que lo hace la expansión capitalista
en países políticamente independientes”[13].
El colonialismo integró las colonias al
mercado capitalista mundial e integró en estado nacionales vastos territorios
dispersos.
El Estado de la India independiente se edificó
sobre la base del implantado de la época
colonial y hasta las fuerzas armadas hindúes independientes conservaron
el uniforme y el equipo inglés. El
colonialismo creó las bases para un desarrollo económico construyendo ciudades,
rutas, puentes, represas, vías férreas, escuelas, hospitales, servicios
postales, telégrafos, y un sistema bancario. El colonialismo desplazó en parte a la
mitología y las supersticiones difundiendo la ciencia y la técnica, no por
cierto por razones pedagógicas, sino estrictamente económicas: las inversiones
en las colonias sólo eran productivas si se encontraba en las propias colonias
personal calificado. El
colonialismo constituyó, de ese modo, nuevas clases sociales, entre ellas una
clase media culta de la que saldría precisamente la vanguardia de los
movimientos de liberación. Burguiba, por ejemplo, estudia en las universidades
francesas, y Nehru, uno de los líderes del tercermundismo, es un producto de la
Universidad de Cambridge: hablaba con mayor perfección el inglés que cualquiera
de los lectos hindúes. También
el colonialismo difundió la ideología de la burguesía occidental fundada en la
soberanía nacional, en la libertad de los ciudadanos, en el derecho. Esta ideología se convertiría finalmente en un
arma en manos de los pueblos coloniales que exigirían su realización también
entre ellos y se volvería en contra de los propios educadores. En África, el colonialismo trajo el fin de la
trata de negros, destruyó las barreras tribales, lingüísticas y étnicas,
terminó con las terribles guerras entre tribus, con las hambrunas cíclicas, con
las enfermedades epidémicas. Dio un
idioma escrito a los pueblos que sólo conocían una lengua oral. Sólo la relación entre las tribus dispersas
hizo posible la aparición del nacionalismo africano. Como dice Ndabaningi Sithle, un líder
africanista insospechable de “cipayismo”: “El nacionalismo africano del siglo
XX es sin duda el fruto del colonialismo europeo”[14].
Molele Bennani, un filósofo argelino, dirá por su parte: “Las bayonetas de
Europa han causado horribles heridas a la Humanidad, han hecho horribles llagas
en la carne, pero al mismo tiempo han abierto brechas en las sociedades
cerradas que estaban al margen. Y por esas brechas un viento nuevo, un viento
regenerador, ha venido a vivificar las formas tradicionales, a reanimar una
vida que se había detenido. En el
momento en que se quieran analizar las causas históricas de estos
<<renacimientos>> que han regenerado al mundo colonizado en el
curso del medio siglo que acaba de pasar, se encuentra la influencia de Europa
(…). Incluso bajo la forma abominable del colonialismo, la acción de Occidente
ha reinstalado en el camino de la Historia a los pueblos que se habían evadido
a regiones metafísicas.”
La historia progresa por el mal lado, y los
altos costos humanos que ocasionó el colonialismo europeo no fueron al fin
mayores que los que ocasionó la revolución industrial en la Europa Occidental:
los obreros ingleses en los comienzos de la era del maquinismo no sufrieron
menos que los pueblos coloniales.
El doble papel jugado por el imperialismo no
se da tan sólo en las colonias y semicolonias asiáticas y africanas, sino
también en los países dependientes de América Latina, aun en los más avanzados
como la Argentina. El imperialismo mercantil inglés
provocó en la Argentina un desarrollo económico deformado y orientado por los
intereses de las metrópolis imperialistas, pero al mismo tiempo fue progresivo,
destruyendo las formas precapitalistas que aún quedaban, como la artesanía
casera del interior, y haciendo entrar al país en la órbita del capitalismo
mundial, estableciendo vías de comunicación y transporte, incorporando máquinas
y técnicas avanzadas, energía, las primeras industrias, y dando origen a nuevas
clases como la pequeñoburguesía y el proletariado, de las que saldrán las
vanguardias de las luchas sociales. Dejemos a los nacionalistas folklóricos que
sigan alentando la ilusión retrospectiva acerca de los telares familiares de
los patios norteños como germen de una industria textil nacional, ya Marx ha
señalado que la industria manufacturera nace del capital comercial y no de la
economía doméstica y artesanal, y el desarrollo del capitalismo se basa siempre
en la destrucción de esas formas rudimentarias.
Algunos historiadores marxistas
latinoamericanos han sabido ver el doble papel jugado por el imperialismo en el
desarrollo del capitalismo local, aplicando correctamente la tesis clásicas de
Marx. Rodolfo Puiggrós en 1945, cuando aún era marxista, señalaba “el papel
altamente progresista en su etapa histórica y dentro de las condiciones
imperantes en los países del Río de la Plata, como medio técnico puesto al
servicio de una economía de desarrollo o, aún mas, como estímulo generador en
el desarrollo de esa economía”. [15]
En 1953 Puiggrós vuelve a hablar “del
doble papel que el imperialismo cumple a pesar de sí mismo: si por una
parte oprime, deforma y exprime a los países poco desarrollados, como era el
nuestro a mediados del siglo pasado, por la otra se ve en la necesidad de
trasplantar su técnica, incorporar sus capitales, crear clase obrera, estimular
el capitalismo nacional, gestar los elementos opositores que conducen a la
liberación económica de los pueblos explotados por los monopolios”[16].
Nahuel Moreno sostiene también en 1948 la
tesis del doble papel del imperialismo: “El imperialismo desarrolla y es el
primer factor del desarrollo de explotaciones capitalista en los países
atrasados. La baratura de la mano de obra, la proximidad de las fuentes de
materia prima, la inexistencia de empresas modernas en los países atrasados,
hace que las empresas imperialistas instalen sucursales fabriles de sus
empresas en la Argentina”[17].
Un discípulo de Nahuel Moreno, Milcíades Peña,
sostiene tesis similares: “Por otra parte, la subordinación al capitalismo
europeo en aquella época del desarrollo del capitalismo mundial no era lo peor
que podía ocurrirle a países agropecuarios. Marx consideraba progresiva esa
subordinación”[18].
El boliviano Guillermo Lora dice por su parte:
“La historia demuestra que la invasión del capital internacional –en la época
en que se transformó ya en imperialismo- suplantó el trance doloroso de la
acumulación originaria, lo que significa que una fuerza foránea ayudó a
abreviar nuestra evolución”. [19]
Ismael Viñas ha desarrollado ampliamente la
tesis del doble papel jugado por el imperialismo tanto en la etapa del
capitalismo comercial como en la de los monopolios: “Si miramos el mapa de la
Argentina y releemos su historia política y económica nos encontramos con que
la zona donde el imperialismo (los capitales comerciales imperialistas y luego
los capitales monopolistas) ingresó de modo más directo y total, es donde las
relaciones de producción capitalista se han desarrollado de modo más amplio. El ejemplo máximo es la zona pampeana. En cambio, allí donde el imperialismo no actuó
de modo directo ni ingresaron sus capitales, predominan formas de capitalismo
atrasado. Y también la pobreza”[20].
El imperialismo no provoca, como sostienen los
tercermundistas, el estancamiento total del país sometido, si así fuera, la
Argentina, por ejemplo, tendría hoy el mismo grado de desarrollo que a fines
del siglo pasado, cuando comenzó a penetrar el imperialismo. Por el contrario, el gran boom económico
argentino se da en el 80, precisamente cuando entra el imperialismo. El imperialismo no trae subdesarrollo, sino un
desarrollo deformado y unilateral. Que un país pueda tener un elevado desarrollo
y al mismo tiempo estar sometido al imperialismo, lo prueban en forma flagrante
los ejemplos de Dinamarca, Suiza, Noruega, Finlandia, Australia, Nueva Zelanda,
Canadá, Brasil, México y la propia Argentina. En contraste puede probarse que los países
verdaderamente subdesarrollados son precisamente los que han sido
privados de todo contacto con las metrópolis imperialistas, por ejemplo:
Afganistán, Birmania y Nepal en Asia, y Yemen en África.
Al acentuar el papel desarrollante del
imperialismo no intentamos de ningún modo proporcionar argumentos favorables a
su juicio póstumo. Los crímenes cometidos por el
imperialismo, que llegan a veces hasta el genocidio, impiden cualquier forma de
indulgencia. Pero una lucha eficaz contra el
imperialismo no puede reducirse a la condena ética, debe ante todo conocer su
verdadera naturaleza. La
interpretación del imperialismo, distinta de la habitual, a la que adherimos en
estas páginas, obliga necesariamente a modificar la táctica y la estrategia
seguida por los tercermundistas y nacionalistas. Puesto que el imperialismo produce cierto tipo
de desarrollo, no enfrenta por igual a todas las clases sociales del país
dominado, como pretenden los tercermundistas, para justificar su política de
frente nacional. Por el contrario, el imperialismo
provoca, por una parte, la miseria de las masas populares y, por otra, el
enriquecimiento de los sectores de la burguesía local ligados a él.
Industrialización
e imperialismo
La concepción marxista del imperialismo que
hemos descripto es negada por las concepciones tercermundistas y nacionalistas
de izquierda –derivada en realidad de una vieja teoría de Kautsky-, según las
cuales el imperialismo consiste en la explotación de los países agrarios por
los países industriales, mediante el intercambio de materias primas por
productos manufacturados. De ese
modo el imperialismo, aliado a la oligarquía terrateniente, tiene interés en
frenar la industrialización del país dependiente, manteniéndolo en su etapa
agropecuaria y perpetuando con su condición de importador de productos
manufacturados y exportador de materia prima. De acuerdo con esa concepción, en los países
dependientes la burguesía industrial tendría intereses antagónicos con el
imperialismo y, por lo tanto, sería una clase revolucionaria, antiimperialista.
En nuestro país esta teoría es
sostenida, con toda gama de matices, por los peronistas de izquierda -Hernández
Arregui-, por los nacionalistas populistas -Scalabrini Ortiz, Jauretche-, por
los desarrollistas -Frigerio, Frondizi-, por la llamada “izquierda nacional” -Ramos, Puiggrós- y también por el Partido Comunista.
Arturo Frondizi, por ejemplo, afirma:
“Nuestra industria se desarrolla luchando especialmente (…) contra el capital
extranjero, dado que éste querría mantener el mercado de importación para sus
productos manufacturados[21]. El nacimiento y constitución de la industria
nacional genera así una conciencia industrialista que es una de las expresiones
de la conciencia antiimperialista. Se pretende resucitar como misión argentina la
de constituirse en <<granero del mundo>>, que no es otra cosa que
la versión moderna de Canning, que asignaba a estas tierras la función de
<<huerta>> alimenticia de la industrialización de la economía británica”[22].
Curiosamente, la izquierda nacional coincide
con Frondizi. Dice Jorge Abelardo Ramos: “En un país semicolonial la
industrialización cumple ante todo la función de debilitar la dominación
imperialista [23].
Para la industria oponerse al imperialismo es cuestión de vida o muerte. Cada paso que la burguesía argentina da en su
desarrollo económico y en su política de industrialización le quema sus puentes
para un retroceso considerable ante el imperialismo, se transforma en impulso
motor para su aspiración nacional más profunda[24].
La industrialización de los
países atrasado significará históricamente el fin del imperialismo mismo”[25].
El pasaje del imperialismo inglés al
norteamericano fue un viraje muy brusco y no permitió a quienes, como
Scalabrini Ortiz, habían sabido interpretar correctamente el período anterior
–el imperialismo inglés- acondicionarse a la nueva situación -la dependencia
del imperialismo norteamericano-. Es así como desde 1955 a 1958 -los años clave
de la penetración del imperialismo norteamericano- Scalabrini Ortiz, en sus
artículos del semanario de los industriales argentinos Qué, y Arturo Jauretche en el mismo periódico o en su folleto El plan Prebisch, siguen repitiendo los
mismos ataques al imperialismo inglés, que eran perfectamente válidos en los
años 30 pero que a partir de los años 50 han perdido toda vigencia y no dicen
una palabra de la invasión de los monopolios norteamericanos. Honestos y sinceros luchadores
antiimperialistas como Scalabrini Ortiz y Jauretche fueron, de ese modo, usados
por los personeros del imperialismo norteamericano para distraer la atención. A
Frigerio y los industriales argentinos que financiaban la revista Qué les interesaba mostrar al
imperialismo inglés como el enemigo que impedía la industrialización del país,
y no al norteamericano, que colaboraba en ella con grandes inversiones de
capital colocadas en la industria nacional. La parte de verdad que tiene esta aseveración -el hecho efectivo de que el capital norteamericano se dirige a la industria-
sirve para ocultar una falsedad absoluta: no hay tal competencia con el
imperialismo inglés que ya se ha batido en retirada, y, por lo tanto, la
industrialización del país ya no es una tarea revolucionaria ni
antiimperialista, puesto que la realiza el mismo imperialismo.
Algunos tecnócratas de la burguesía argentina,
como Raúl Prebisch, que en su momento expresaron la dependencia del
imperialismo inglés, se adecuaban ahora a la nueva situación real y se
convertían en portavoces de la dependencia de los monopolios norteamericanos. El nacionalismo populista no advirtió ese
cambio y denunció al Plan Prebsich como un intento de recolonización del país
por el imperialismo inglés. Sin
embargo, a partir del golpe del 55 y de la
puesta en marcha del Plan Prebisch, Inglaterra, que era el tercero de los
principales abastecedores del país, pasa a ocupar el octavo lugar. La mayor parte de las compras en el exterior
se realizan en Estados Unidos, y en tanto el intercambio comercial con
Inglaterra arroja un saldo favorable a la Argentina de millones de dólares, el
intercambio con Estados Unidos deja una deuda de millones de dólares [26]
.
Entre 1956 y 1957, en pleno auge del Plan
Prebisch -es decir, de la recolonización del país por el imperialismo inglés
según los nacionalistas populistas-, no se produce ninguna importante inversión
del capital inglés, en tanto que los norteamericanos invierten 100 millones de
dólares para siderurgia, 25 millones en industria y tramitan la inversión de 20
millones más[27].
Las tesis del imperialismo antiindustrialista
sostenida por el nacionalismo populista eran válidas para la época del
imperialismo inglés, y aun entonces relativamente, ya que el intercambio de
productos manufacturado por materia prima se alternaba también con la inversión
directa de capitales. Pero a
partir de los años 50, con la entrada de capitales norteamericanos, el
antagonismo entre industrial nacional e imperialismo es radicalmente falso,
porque los capitales yanquis se dirigen sobre todo hacia las industrias de los
países dependientes, creando nuevas industrias o asociándose con las ya
existentes.
El bajo precio de la fuerza de trabajo, la
protección de los gobiernos nacionales y la posibilidad de controlar el mercado
interno son algunas de las ventajas que encuentran los monopolios para instalar
industrias en los países atrasados.
El capitalismo yanqui, a diferencia de
Inglaterra, no tiene industrias, como la textil, que se puedan perjudicar por
la expansión de una industria similar en los países dependientes. Siendo maquinarias y herramientas la
producción que más exporta, la industrialización de los países dependientes es
favorable a sus intereses.
A medida que el capital imperialista se
orienta hacia las industrias de los países dependientes, las burguesías pierden el control exclusivo de
las industrias. La industria privada nacional es
reemplazada por las joint ventures, o
por las empresas mixtas, asociación de capital estatal nacional e internacional
y capital privado también nacional e internacional. En esa asociación entre capital
internacional y capital nacional es siempre el primero el que consigue
predominar y controlar la empresa gracias al monopolio del know how, que mantiene a las burguesías nacionales de los países
menos desarrollados en dependencia tecnológica con respecto a la burguesía de
los países altamente desarrollados, principalmente Estados Unidos.
Por otra parte, la expansión del mercado
interno no comporta ya una base para la expansión de la industria nacional,
porque el capital internacional también se dedica al mercado interno. Más aún, la propia integración regional de los
países dependientes no es ya como pretenden los tercermundistas, un medio de
luchar contra el imperialismo, puesto que las corporaciones multinacionales
también están interesadas en esa integración para dominar los mercados de los
países vecinos. La filial brasileña de la fábrica
italiana Olivetti vende máquinas de escribir a la Argentina, y la filial
argentina de la Philips vende válvulas eléctricas a otros países
latinoamericanos, y así sucesivamente.
La vieja tesis de la balcanización de los
países latinoamericanos por el imperialismo, sustentada por el nacionalismo de
izquierda, desde Haya de la Torre hasta Jorge Abelardo Ramos, podía tener
cierta vigencia en otros tiempos, pero ya es completamente inactual, porque
ahora los grandes monopolios tienen interés en mercados cada vez más amplios,
lo que implica una integración continental.
Existen numerosos testimonios de los propios
representantes de los monopolios norteamericanos que muestran flagrantemente
cómo el imperialismo, lejos de tratar de detener la industrialización de los
países dependientes, está interesado en ella. Así el presidente de la National Association of Manufactures dice: “No puede haber mayor
falacia que la creencia de que nuestro comercio de exportación depende del
retardo económico de otros países. El principal obstáculo que tenemos en el comerció de exportación con América
Latina es el bajo poder adquisitivo del pueblo. Ese mercado está creciendo no a través del incremento
de la riqueza de materias primas, sino a través de la industrialización. La historia muestra que cuando el pueblo de
cualquier país halla negocios lucrativos en la industria, crece su consumo,
creando una mayor demanda de bienes extranjeros y nacionales. Los mejores consumidores no son los países
predominantemente productores de materias primas, sino aquellos que han
desarrollado industrias”.
Otro presidente la misma Asociación
norteamericana dice por su parte: “No debemos temer la industrialización de
otras naciones. No podemos detenerla, sino que tiene definidas ventajas para
nosotros. La industrialización de América
Latina, por ejemplo, producirá más consumidores para los productos
extranjeros.”
Un informe de 1943 producido por la misma
Asociación dice: “Debe recordarse siempre que el valor económico del
intercambio entre y otros países aumenta en proporción al desarrollo de los
países con los cuales se intercambia. Existe la difundida opinión de que si las
naciones que anteriormente tenían escasa o ninguna actividad industrial desarrollan
una considerable industria, reducirán en consecuencia el mercado de exportación
de las industrias norteamericanas. Sin embargo, ésta no es una consecuencia
necesaria. Abundantes estadísticas
demuestran que, a medida que aumenta la industria, aumenta también el poder de compra y con él la
demanda de importaciones. Se
sigue que por tanto que los esfuerzos para elevar los niveles de vida de los países
atrasados mediante el uso más intensivo de sus recursos son beneficiosos para
los Estados Unidos”.
Alberto Hirschman, miembro de la Junta de
Gobierno de la Federal Reserve System,
dice: “Posiblemente la razón más importante de nuestra falta de temores acerca
de la industrialización en el extranjero residen en la composición de nuestras
exportaciones. En contraste con un país como el
Reino unido, nuestras exportaciones consisten típicamente en artículos que son
adecuados sea para aumentar la producción (máquinas, herramientas u otros
bienes de capital) o para niveles de ingresos elevados y crecientes
(automóviles, y otros artículos durables). Por esta razón nuestras exportaciones no sólo
no son amenazadas por la industrialización en el extranjero, por el contrario,
ganan considerablemente con la expansión de la producción y la elevación de los
ingresos en otras regiones del mundo. Esto contrasta marcadamente con lo que ocurre
con aquellos países industriales cuyas exportaciones se basan fundamentalmente
en artículos con textiles, cuya producción se halla entre las primeras que
inician los países que se industrializan. Además, Estados Unidos exporta también en
cantidades sustanciales materias primas industriales como algodón, petróleo,
etc, y esas exportaciones ganan directamente con la expansión manufacturera en
el extranjero.”
El senador republicano Roberto Taft
proclamaba: “Apoyo el empréstito al Brasil para que este país construya su
industria siderúrgica. Creo que esta política no sólo ayuda al desarrollo de
aquél país, sino que a la larga contribuye también al crecimiento del comercio
entre Brasil y Estados Unidos, y por lo tanto a nuestro propio éxito en este
terreno”. [28]
Nelson Rockefeller dice en un informe: “Pero
estas fuerzas de interdependencia económica están modificándose y deben
modificarse. Un flujo constante de productos
industriales en los dos sentidos debe sustituir al intercambio actual de bienes
manufacturados contra materias primas”[29].
Por supuesto el imperialismo no tiene
interés en desarrollar las fuerzas
productivas de los países dependientes, sino en incrementar las ganancias, pero
no puede existir explotación sin cierto grado de desarrollo. Por eso el imperialismo al mismo tiempo
acrecienta la dependencia y las fuerzas productivas, por lo que el tipo de
desarrollo dependiente es un tipo de
desarrollo deformado, limitado, unilateral, y además lento por la succión de
capitales hacia las metrópolis.
Ejemplificaremos el predominio del capitalismo
internacional en la industria de los países dependientes con el caso de la
Argentina, uno de los países más industrializados del Tercer Mundo. Ya en 1942 Adolfo Dorfman, la mayor autoridad
en el estudio de la industria argentina, decía que los capitales imperiales
constituyen la mitad del capital total de la industria argentina.
En 1910 los capitales extranjeros
representaban el 36% de las inversiones en toda la industria argentina. Alrededor de 1937 el capital extranjero
representaba algo más de la mitad del capital industrial. Entre los años 1921 y 1930 cuarenta y tres
grandes empresas industriales. De
1931 a 1943 entran cuarenta y cinco empresas, concentrándose en las ramas de
química, metalúrgica, de artículos eléctricos, y textiles.
Se podrá alegar que el capital extranjero
controla un pequeño número de empresas, pero la concentración y la
monopolización del capital industrial en nuestro país hacen que sea ese pequeño
número el que ocupe a la mayoría de los obreros y arroje los mayores índices de
producción.
La mayoría de las empresas industriales
argentinas que llegan a cotizar en Bolsa están controladas por el capital
extranjero, principalmente yanqui. Las principales empresas textiles -Fabril
Financiera, Alpargatas, Masllorens, Textil Oeste, Sudamtex, Sedalana- están
ligadas al capital extranjero; lo mismo ocurre con las principales empresas
metalúrgicas -Siat y Artca-, con la industria química -Duperial-, con la
celulosa y con la industria automotriz, que está íntimamente en manos yanquis e
italianas[30].
En cuanto al capitalismo de Estado, ya hemos
visto las estrechas ligazones en la rama de la siderurgia del capital estatal
con el capital internacional a través de SOMISA.
El viejo imperialismo era mucho más fácil de
detectar que el nuevo, ya que el capital extranjero está íntimamente ligado con
el capital nacional y aun con el capital estatal. Esta asociación beneficia al imperialismo, ya
que no paga derechos de aduana, recibe
la misma protección que las industrias nacionales, se ve libre de amenazas de
estatizaciones por regímenes reformistas, evade impuestos y consigue el apoyo
de la burguesía local al compartir con ella las ganancias. En los años 20 y 30 era común que los miembros
más prestigiosos de la oligarquía terrateniente figuraran el frente de los
directorios de las empresas extranjeras: Joaquín Anchorena, personero de los
capitales alemanes y norteamericanos, fue un caso típico. Ahora la oligarquía está en decadencia, y las
grandes compañías prefieren ser presididas por militares de alta graduación. De ese modo las familias patricias y la
institución del “estilo de vida argentina” dan una nota folklórica
insospechadamente vernácula a la introducción de capital extranjero en nuestro
país.
La división internacional del trabajo impuesta
por el imperialismo tradicional ya ha dejado de tener vigencia, los monopolios
imperialistas ya no se limitan a exportar productos manufacturados, sino que
intervienen en las industrias de los países dependientes, y no solamente en la
industria ligera, sino también en la industria de base. En Brasil, entre 1960 y 1964, las inversiones
extranjeras en las industrias básicas fueron de 117 millones de dólares contra
sólo 13 millones en la liviana, en tanto que en la Argentina la petroquímica,
totalmente en poder de los monopolios extranjeros, pasó de una producción de 20
millones de dólares en 1962 a 200 en 1972[31].
El imperialismo no es un bloque homogéneo de
intereses, y para analizarlo correctamente es preciso distinguir entre sus
viejas y sus nuevas formas, así como también en los diversos grupos concretos
de intereses a veces contrapuestos que lo componen.
Viejo y nuevo imperialismo
La decadencia del viejo modo de imperialismo
“antiindustrialista” es provocada por el desplazamiento de los monopolios del
sector extractivo, que explota materias primas en los países del Tercer Mundo
–minería, petróleo y productos agrícolas- por parte de los monopolios de bienes
de equipamiento industrial. Los
monopolios extractivos y principalmente los que explotan petróleo están
efectivamente interesados en frenar la industrialización de los países
dependientes, ya que ésta provocaría el uso de las materias primas necesarias
para las industrias. Por
eso los monopolios del sector extractivo sostienen a los regímenes políticos más
reaccionario y se oponen a todo tipo de nacionalismo burgués reformista e industrializador; no solamente por la competencia en el uso de la materia
prima, sino porque la transferencia de ganancia en los monopolios extractivos
es muy elevada y desequilibra constantemente la balanza de pagos, es por lo que
los regímenes nacionalistas son siempre proclives a nacionalizarlos. Este tipo de monopolios extractivos de viejo
cuño predomina en las regiones de Medio Oriente o del sudeste asiático, donde
abunda el petróleo, o en los países de América Central, con grandes
plantaciones. La Gulf Oil provocó el golpe militar que derrocó a Mossadegh en
Irán, la United Fruit Company provocó el golpe militar que derrocó a Arbenz en
Guatemala y los monopolios provocaron la invasión norteamericana a Santo
Domingo en 1965.
Pero en la mayoría de los países donde
intervienen los monopolios del sector extractivo junto con los monopolios de
bienes de equipamiento industrial, son estos últimos los que consiguen hacer
predominar sus intereses[32].
Los monopolios de los bienes de equipamiento
no sólo no están en contradicción con la industrialización de los países
atrasados, sino más aún están interesados en ella y son, por lo tanto,
simpatizantes de los regímenes nacionalistas. Ernest Mandel ha visto esta
relación entre el proceso de industrialización de los países atrasados y los
monopolios de bienes de equipamiento: “La industrialización de los países
coloniales y semicoloniales es un proceso irreversible. Socava uno de los pilares del antiguo sistema
colonial: el papel de salida de los productos de consumición corriente que
juegan los países retardatarios. Las
exportaciones de estos productos provenientes de países imperialistas comienzan
a bajar cada vez más, primero relativamente y después en cifras absolutas. Son,
por lo tanto, los bienes de equipamiento
los que reemplazan cada vez más las exportaciones de antiguo tipo, en tanto que
los países subdesarrollados deben continuar proporcionando una sopapa de
seguridad a las tendencias de superproducción periódica, inherentes a la
economía capitalista. Esas
exportaciones son compatibles con un grado de independencia política y social más
grande de la burguesía colonial con respecto al imperialismo. Reclaman aun cierta medida la intervención
acrecentada del Estado, el único capaz de fundar grandes empresas de industria
pesada en los países subdesarrollados. En el seno de la burguesía imperialista, los
intereses de aquellos que conciben la industrialización de los países
subdesarrollados, como el refuerzo de una concurrencia potencial, chocan con
los intereses de aquellos que la conciben sobre todo como la aparición de
clientes potenciales. En
general estos conflictos tienen tendencia a ser arbitrados en provecho del
segundo grupo, que es el de los grandes monopolios nucleados sobre la producción
de bienes de equipamiento”[33].
La dependencia económica del país atrasado
pasa pues del “enclave” minero, petrolero
o agrícola, totalmente controlado por el capital imperialista y
desvinculado del resto de la economía nacional, a la inversión industrial
aliada al capitalismo nacional y al capitalismo de Estado. Claro que los monopolios de bienes de equipamiento
no desplazan del todo a los monopolios extractivos, sino que ambos coexisten,
pero el que tiene la hegemonía, de ahora en adelante, es el primero.
Por otra parte, no hay que descartar la
coincidencia entre los monopolios de tipo “moderno” y los Estado burgueses de
los países imperialistas, quienes para frenar la tendencia antiimperialista de
los países dependientes alientan ciertas reformas de tipo capitalista. La burguesía imperialista necesita una
burguesía local en los países dependientes que le sirva de aliado. Por eso es muy sintomático que los monopolios
exportadores de bienes de equipamiento constituyen, al mismo tiempo, la
fracción de la burguesía imperialista que dirige la política de “ayuda” al
desarrollo de los países débiles.
Estas contradicciones entre dos grupos de
monopolios, los del sector extractivo y los de bienes de equipamiento
industrial, explican ciertas actitudes de otro modo inexplicable: un gobierno
decididamente proimperialista y reaccionario como el del general Ovando en Bolivia
nacionalizó, no obstante, empresas y monopolios extractivos como la Standar
Oil, de New Jersey, y por otra se alienta la inversión de los monopolios de
exportación. También se explica con la
benevolencia con que la CIA trata a un gobierno que, como el peruano, pasa por
ser nacionalista, antiimperialista y hasta semisocialista[34].
Cuando en cambio la CIA se movilizó para
derrocar a un régimen también nacionalista burgués como el de Allende en Chile,
no fue porque temiera su programa económico de nacionalizaciones que no era al
fin sino una continuación de lo ya empezado por la democracia
cristiana bajo el gobierno de Frei, sino porque el apoyo de masas con que contaba
Allende amenazaba con desbordar los estrechos marcos del reformismo burgués, por
ejemplo los gérmenes de consejos obreros en los cordones industriales, o los
gérmenes de guardias rojas en los comités de vigilancia. No era el nacionalismo de Allende lo que temía
el imperialismo que soporta muy bien el nacionalismo de Velasco Alvarado, sino
la posibilidad de que éste pudiera transformarse en socialismo.
Las nuevas formas de dominación imperialista
implican una nueva relación entre el imperialismo y las clases burguesas
locales de los países dependientes. El viejo imperialismo se daba bajo en la forma
de “enclave”, el imperialismo “moderno” se da en forma de asociación con las
burguesías locales. El atraso de Perú hizo que el
imperialismo adoptara allí la antigua forma de “enclave”, por lo que la
burguesía peruana representada por sus fuerzas armadas trata de reemplazar la
forma de imperialismo de “enclave” por la más moderna y flexible del
“imperialismo de asociación”, tal como se da en los países dependientes más
adelantados como México, Brasil y Argentina.
Otro de los aspectos que puede confundir en
Perú es la reforma agraria. Pero
hay que tener en cuenta que el campesinado indígena vivía en un sistema de
autoabastecimiento, al margen del mercado capitalista. Al imperialismo le conviene una reforma
agraria que forme una capa de pequeños propietarios agrícolas con cierto poder
adquisitivo que les permita comprar los productos fabricados por los grandes
monopolios. La expansión capitalista necesita
la existencia de un mercado interno y éste necesita a su vez de una reforma
agraria burguesa.
Además de la reforma agraria peruana
existieron varios programa de reforma agraria llevados a cabo por gobiernos
proimperialistas como el MNR y Barrientos en Bolivia o Bentancourt y Leoni en
Venezuela, todo de ellos apoyados por el propio imperialismo yanqui a través de
sus organización como la Alianza para el Progreso o el Consejo Interamericano
de Económico y Social dependiente de la OEA. No debe olvidarse tampoco que en Japón la
reforma agraria fue llevada a cabo en 1946 por imposición de las autoridades
norteamericanas de ocupación.
La liquidación de las formas precapitalistas
que traban el desarrollo de una economía capitalista coinciden con los
intereses del imperialismo, por una parte, y por otra no perjudican los
intereses de la burguesía local: el régimen de Velasco Alvarado indemniza a los
gamonales cuyos latifundios se expropian con “bonos industriales”. Es decir, no
se liquida a la burguesía, simplemente se la moderniza convirtiéndola de
terrateniente en industrial.
Los tercermundistas y algunos candorosos
izquierdistas latinoamericanos creen ver una lucha antiimperialista
consecuente en el régimen de Velasco Alvarado, que no se propone sino un
reajuste de los lazos de dominación y la sustitución de las formas de
dependencia más retrógradas por otras más modernas. El antiimperialismo peruano se reduce al
reemplazo de un sistema de dependencia que se había vuelto caduco, por impedir
el desarrollo de las fuerzas productivas, por otro que impulsa el desarrollo
dependiente.
Es ingenuo seguir sosteniendo, como lo hacen
los apologistas del régimen peruano, que la nacionalización de una empresa
minera extranjera o de una plantación constituye una derrota del imperialismo. El antiimperialismo consiste hoy en la
expropiación de las grandes industrias con capital imperialista, lo que por supuesto no se proponen ni las burguesías nacionales ni los reformismos
militares. Más aún, estos favorecen su
implantación en forma directa dándole todas las garantías a los inversores o en
forma indirecta haciendo que las indemnizaciones que cobran los monopolios
extractivos al ser nacionalizados se dirijan hacia las industrias
manufactureras. Además, la producción de materias
primas y las industrias de capital extranjero radicadas en el país. Paradójicamente, hasta las nacionalizaciones
sirven al imperialismo.
Hemos visto el interés del capital extranjero
en fusionarse con las burguesías industriales locales, nos queda ahora por ver
el interés que estas burguesías locales tienen en asociarse, por su parte, con
el capital extranjero.
Los límites que existen para extraer plusvalía
absoluta, es decir, al aumento del rendimiento de trabajo mediante la
intensificación del ritmo o del aumento de horas, lleva a las burguesías a la
búsqueda de la plusvalía relativa, es decir al aumento del rendimiento del
trabajo, introduciendo maquinaria moderna. Las burguesías están interesadas, por lo
tanto, en el progreso técnico, en la introducción de nuevas maquinas. Pero el monopolio de la técnica, el know how, lo detentan precisamente las
naciones imperialistas, por lo que la necesidad de tecnología lleva
inevitablemente a las burguesías locales a aliarse a los grandes monopolios. Una política autónoma de las burguesías de los
países atrasados esté en contradicción con sus propios intereses: si intentara
como en los períodos de reformismo populista –peronismo, varguismo, etc.-
apoyarse en la clase obrera para oponerse al imperialismo, inevitablemente verá
disminuida la plusvalía absoluta, ya que necesitará recurrir a una política de
elevación de salarios y disminución de horas de trabajo y, por otra parte,
tampoco podrá recurrir a la plusvalía relativa, ya que carecerá de la técnica
necesaria –detentada por el imperialismo- que le permita aumentar las ganancias
sin intensificar el uso de la fuerza de trabajo. A la burguesía industrial no le queda, pues,
otra salida que aceptar su papel dependiente de los grandes monopolios y tratar
de asociarse con ellos en las mejores condiciones, y eso es precisamente lo que
comenzó a hacer en los últimos años de la década del 50, cuando se asistió en
América Latina a la caída de todos los regímenes nacionalistas burgueses. Los intentos de la burguesía mediana de volver
a un capitalismo autónomo son rápidamente derrotados por los sectores
hegemónicos de la gran burguesía que propicia la alianza con el imperialismo:
tal el intento del gobierno radical de Illía derrotado por el golpe de Onganía,
decididamente ligado a los monopolios.
Por su parte, las contradicciones entre la
gran burguesía aliada al imperialismo y la burguesía mediana supuestamente
independiente, no son tan grandes. La burguesía mediana depende también, aunque
indirectamente, del imperialismo en su calidad de compradora o vendedora de los
grandes monopolios. La burguesía mediana, que se vio
representada en sus intereses por el nacionalismo peronista, no vaciló en
plegarse al desarrollismo de la gran burguesía aliada al capital internacional,
aunque muchos de ellos sucumbirían en el nuevo curso. No es extraño que todos los movimientos de la
burguesía mediana terminen por subordinarse al imperialismo: APRA, Acción
Democrática, MNR y peronismo.
Se produce, de ese modo, una modificación
sustancial de la alianza de clases en los países dependientes: la burguesía
industrial en la etapa inicial de la industrialización se había aliado con la
clase obrera en sus choques contra la oligarquía terrateniente y el
imperialismo, y en su necesidad de realizar mejoras sociales que permitieran
ampliar el mercado interno. Ese
tipo de relaciones de clase está hoy completamente superado.
La burguesía industrial ya no juega un papel progresista porque ya no tiene que
luchar por la industrialización del país; ahora la industrialización ya está
hecha, y nadie se opone a ella; por el contrario, el imperialismo la auspicia,
y la oligarquía ha aceptado su rol secundario.
El caleidoscopio social gira formando nuevas
figuras con elementos que parecían inalterables.
Las viejas alianzas y las viejas oposiciones
de clase se han deshecho para dar paso a otras nuevas. La vieja alianza de la oligarquía
terrateniente con el imperialismo inglés en contra de la burguesía industrial y
la clase obrera se ha destruido para dar paso a una nueva alianza entra la
burguesía industrial, la oligarquía terrateniente y los monopolios
norteamericanos, donde la única oposición la constituyen las clases populares,
clase obrera y clase media baja. La burguesía industrial ya no es una clase social ascendente que
necesita para afianzarse del apoyo de la clase obrera, ahora es la clase
hegemónica y se enfrenta, como en cualquier país industrial, con la clase
obrera. Las condiciones objetivas que
hicieron posible una alianza de clases
entre la burguesía industrial y la clase obrera a través de los regímenes
bonapartistas, no existe ya y es imposible cualquier vuelta afortunada al
populismo[35].
Si las condiciones objetivas para la
instauración de un régimen populista ya no existen, en cambio siguen en
vigencia las condiciones subjetivas para la supervivencia de una ideología
populista. Abandonado como lo hemos visto por la burguesía industrial, el
populismo antiimperialista es retomado por sectores radicalizados de la pequeñoburguesa.
Veamos el ejemplo de la Argentina. En la etapa clásica del populismo –primera
época del peronismo, 1945-1955- la clase media, todavía ligada a la ideología
liberal de la oligarquía y resentida ante el ascenso de la clase obrera,
constituyó la base de masas de la oposición al peronismo. Pero después de la caída de Perón y ante el
avance de los grandes monopolios que inevitablemente provocan la
proletarización de la pequeñoburguesía, ésta descubre de pronto el fenómeno del
imperialismo y comienza a revalorizar tardíamente al peronismo. Por su especial ubicación intermedia entre la
burguesía y el proletariado, la pequeñoburguesa está predispuesta a aceptar posiciones intermedias,
centristas, equidistantes, entre la izquierda y la derecha. Frente a los dos aspectos de la contradicción,
la pequeñoburguesía, cree encontrar siempre una tercera salida. Tiene arrebatos anticapitalistas, pero sin
dejar por ello de ser capitalista. Quisiera destruir la parte “mala” del
capitalismo, es decir la que la lleva la miseria por el proceso de
concentración del capital, pero conservado la parte "buena", la que le permite
aspirar al ascenso social. Frente
a la lucha de clases, la pequeñoburguesía pretende actuar de árbitro social por
encima de las clases, frente a la lucha entre el socialismo y el capitalismo
elegirá la tercera posición. El
bonapartismo populista tendrá, pues, características que lo hacen adecuado a la
ideología pequeñoburguesa. Su
concepto de estado neutro en el plano internacional frente a los dos supuestos
“imperialismos”, permiten al pequeñoburgués identificarse con el Estado
bonapartista.
Los elementos de una ideología auténticamente
revolucionaria como el antiimperialismo, son distorsionados en el populismo
pequeñoburgués y adecuados a posiciones típicamente pequeñoburguesas. La alternativa frente a los monopolios no es,
para ellos, el socialismo, sino el “socialismo nacional”, es decir, el
capitalismo nacional autónomo. Pero
el capitalismo nacional autónomo no es sino una creencia idealista utópica,
porque implica un giro hacia atrás de la rueda de la historia, una vuelta al
pasado, a la etapa de la libre competencia, previa al capitalismo monopolista. El pequeñoburgués quiere atrasar el reloj,
detener la concentración del capital, hacer que los grandes monopolios
retrocedan, y volver a los tiempos idílicos de las pequeñas empresas
familiares, los pequeños comercio, los pequeños talleres, las pequeñas granjas,
al desarrollo autónomo sin contradicciones y sin lucha de clases.
La única forma de desarrollo progresivo del
capitalismo que existe en la actualidad es la que lleva a la centralización,
concentración y monopolización, y este desarrollo provoca inevitablemente la
ruina de la burguesía media y de la pequeñoburguesia independiente. Defender la pequeña empresa contra la gran
empresa monopolista, lo mismo que defender a la burguesía nacional contra la
burguesía internacional, es ir en contra de la evolución ineluctable del
capitalismo de nuestros días. Si el
capitalismo monopolista comienza a ser una traba para el progreso, la única
alternativa para salir de él es socialismo y no el capitalismo pequeñoburgués y
nacional que es una etapa anterior y superada.
Un ejemplo clásico de “antiimperialismo”
pequeñoburgués –el del aprismo peruano- nos permitirá mostrar cómo este tipo de
reformismo populista de clase media, lejos de tener el sentido progresista que
pretenden darle las llamadas “izquierdas nacionales” –Jorge Abelardo Ramos, por
ejemplo, es un admirador de Haya de la Torre-, constituye, por el contrario, un
movimiento profundamente reaccionario y utópico.
El aprismo no es una reacción frente al atraso
y estancamiento que según la visión tercermundista provoca el imperialismo,
sino que, por el contrario, surge como consecuencia del desorden y la
decadencia provocados en ciertas clases sociales por el desarrollo que trae la
introducción del imperialismo en los países atrasados.
En efecto, la aparición de grandes corporaciones extranjeras dedicadas a la explotación de las industrias agrícolas –azúcar y algodón-, mineras y petroleras, y también aunque en menor medida la producción de artículos manufacturados para el mercado interno en el Perú de los años 20 y 30, tuvo efectos destructivos sobre la estructura rural y preindustrial de la sociedad peruana. La estructura de clases se modificó profundamente: al mismo tiempo que se desarrollaba una clase obrera, la clase media tradicional se deterioraba, los agricultores independientes y pequeños granjeros se reducían a medida que se expandían las grandes haciendas de azúcar y algodón. Los pequeños comerciantes fueron eliminados por los almacenes de las grandes haciendas que vendían artículos de consumo a sus empleados y obreros. Es así como las zonas en donde predomina el aprismo son precisamente aquellas que, en las primeras décadas del siglo, experimentaron un desarrollo que rompió con el sistema tradicional de dominación rural, y es en cambio débil en las zonas donde la estructura tradicional está menos afectada por la expansión económica [36].
En efecto, la aparición de grandes corporaciones extranjeras dedicadas a la explotación de las industrias agrícolas –azúcar y algodón-, mineras y petroleras, y también aunque en menor medida la producción de artículos manufacturados para el mercado interno en el Perú de los años 20 y 30, tuvo efectos destructivos sobre la estructura rural y preindustrial de la sociedad peruana. La estructura de clases se modificó profundamente: al mismo tiempo que se desarrollaba una clase obrera, la clase media tradicional se deterioraba, los agricultores independientes y pequeños granjeros se reducían a medida que se expandían las grandes haciendas de azúcar y algodón. Los pequeños comerciantes fueron eliminados por los almacenes de las grandes haciendas que vendían artículos de consumo a sus empleados y obreros. Es así como las zonas en donde predomina el aprismo son precisamente aquellas que, en las primeras décadas del siglo, experimentaron un desarrollo que rompió con el sistema tradicional de dominación rural, y es en cambio débil en las zonas donde la estructura tradicional está menos afectada por la expansión económica [36].
Pequeños comerciantes, artesanos, ex pequeños
propietarios convertidos ahora en empleados de las grandes compañías
extranjeras, así como también algunos sectores de la antigua aristocracia
terrateniente desplazada por el capital extranjero, todos aquellos que
encuentran la causa de su decadencia en la entrada del imperialismo, serán los
clientes del aprismo. Haya de la Torre es un ejemplo típico de la clase alta
venida a menos que se rebela contra el nuevo proceso económico.
Los líderes del aprismo son perfectamente
conscientes de este contenido de clase del movimiento. Haya de la Torre decía: “El monopolio que
impone el imperialismo no puede sino conducir a la destrucción, al
estancamiento y a la regresión de lo que genéricamente se denomina clase media
… el imperialismo subyuga o destruye económicamente a las clases medias de los
países atrasados en los cuales se instala; son los intereses del pequeño
capitalista, del pequeño industrial, del pequeño minero, del pequeño campesino,
del intelectual y del empleado de la clase media los atacados por el
imperialismo” [37].
Luis Alberto Sánchez, por su parte, dice:
“Sin imperialismo, la clase media hubiera subido al poder en América Latina”[38].
Manuel Seone dice: “… el pequeño propietario
agrícola no tiene capitales, ni técnica, ni relaciones en el mercado mundial
para poder competir con la poderosa empresa imperialista. Entre las lerdas pezuñas que arrastran el
arado de palo del propietario agrícola nacional y la fría fuerza del tractor
mecánico de la gran empresa, media un abismo histórico reflejado en una
contienda que se resuelve siempre a favor de la técnica más depurada… Igual
ocurre con el pequeño propietario minero sin capitales, sin fundiciones, sin
medio de transporte ni conexiones con los lugares de venta. Igualmente el imperialismo estrangula al
pequeño comercio, utilizando sus crédito más amplios, su mejor propaganda y la
facilidad para imponer precios reducidos merced al volumen de productos con que
opera”[39].
Seoane expone con toda ingenuidad el carácter
retrógrado del antiimperialismo
pequeñoburgués, se trata de reivindicar al viejo arado o el telar domestico
frente al tractor o al telar mecánico que trae el imperialismo.
QUE TODOS LOS MOVIMIENTOS POPULISTAS
LATINOAMERICANOS –APRA, FORJA, ETC.- SE OPONEN AL IMPERIALISMO, EN LA MEDIDA EN
QUE SE OPONEN, SIN SABERLO, AL INEVITABLE DESARROLLO CAPITALISTA, LO PRUEBA LA
SIMILITUD QUE TIENE CON EL MOVIMIENTO POPULISTA NORTEAMERICANO DE FINES DEL
SIGLO XIX, de los pequeños agricultores independientes (farmers) del sur y oeste de Estado Unidos que ven amenazada su
situación por el avance del capital financiero –no de ningún país extranjero,
sino de su propio país- Y TRATAN DE OPONERSE AL PROCESO DE MONOPOLIZACIÓN DE LA
ECONOMÍA NORTEAMERICANA DONDE UNA MINORÍA DE GRANDES EMPRESAS INDUSTRIALIZADAS
Y MECANIZADAS ACAPARA LA PRODUCCIÓN AGRÍCOLA Y ARROJA A LA MISERIA A LOS
PEQUEÑOS AGRICULTORES INDEPENDIENTES. Como los populistas del Tercer Mundo, los
populistas norteamericanos demandan la nacionalización de los servicios
públicos. Porque son antimonopolistas pero no anticapitalistas, enemigos del nuevo
proceso de desarrollo y nostálgico de los “buenos tiempos viejos”, estos
movimientos pequeñoburgueses son siempre más regresivos que progresivos y
esencialmente utópicos.
El capitalismo nacional autónomo sólo puede
darse transitoriamente en determinadas circunstancias: en la Argentina, por
ejemplo, durante las dos guerras mundiales que obligaron a la burguesía local a
realizar una industrialización sobre la base de la sustitución de
importaciones, o en el interregno que se produce al final de la Segunda Guerra
Mundial, cuando el imperialismo inglés abandonaba el país, y el imperialismo
norteamericano no había entrado aún, y, en general, en el momento inicial de la
industrialización del país, cuando todavía había muchos huecos para que
ocuparan las pequeñas empresas. Ese
capitalismo de pequeña y mediana burguesía sirve de base a las experiencias
populistas como el peronismo, ya que dependiendo exclusivamente de la expansión
del mercado interno, está interesado en mejorar las condiciones de vida de las
masas populares, virtuales consumidores de los productos nacionales. El populismo actual sigue creyendo en la
posibilidad de repetir esta experiencia que tanto éxito tuvo en la época de apogeo
del peronismo. Pero las circunstancias son muy
distintas. En la época de la concentración y
de la centralización del capital, los grandes monopolios destruyen
inexorablemente a las pequeñas empresas nacionales. Por otra parte, los grandes monopolios se
dedican a la fabricación de bienes de consumo durables destinados
exclusivamente a las clases altas, y se desinteresa, por lo tanto, de las
clases populares consumidoras de bienes no durables. Puesto que el mercado consumidor del
capitalismo monopolista no es de grandes masas sino de pequeñas élites, no hay
ya ningún interés en practicar la “justicia social”, el distributivismo que
caracterizó a los movimientos populistas en la etapa de la industrialización
incipiente, necesitada de la expansión del mercado interno.
Además, las necesidades de la acumulación
primitiva del capital son contrarias a una política distributivista. Al impulsar el consumo masivo, el peronismo de
1945 atrasó en cierto modo la reproducción del capital, no impulsó la
renovación y modernización del capital fijo, descuidó la industria de base y la
infraestructura energética. La
necesidad de acumulación de capital impelía también a la burguesía argentina a
abandonar la industrialización destinada al mercado interno de grandes masas.
Dependencia política y dependencia económica
Ya hemos visto en el primer capítulo las
diferencias existentes entre los países coloniales, semicoloniales y dependientes,
y cómo sólo en los dos primeros se plantea la autodeterminación nacional. La liberación nacional dejo de plantearse en
América latina cuando terminaron las guerras de independencia en el siglo XX y
se constituyeron en estados nacionales autónomos con una clase dirigente local.
La analogía histórica con los
países coloniales y semicoloniales con Asia y África es, por lo tanto,
radicalmente falsa. Por otra parte, salvo raras
excepciones, la lucha por la liberación nacional ya dejó de plantearse en Asia
y África desde el día siguiente en que las clases dirigente locales se
constituyeron en Estado separados y los ejércitos imperialistas abandonaron el
territorio ocupado.
Las revoluciones nacionalistas burguesas
triunfaron en los países coloniales y semicoloniales –en América latina en el
siglo XIX, en el Asia y África en el siglo XX- logrando su objetivo de
independencia política y constituyéndose en estados autónomos, pero ninguno de
ellos logró la independencia económica. Del mismo modo como América Latina dejó de ser
una colonia política de España para pasar inmediatamente a depender
económicamente de Inglaterra; Asia y África dejaron de ser colonias políticas
de los imperios europeos para pasar a depender económicamente de los mismos
países de los que se habían emancipado. Argelia, por ejemplo, que es uno de los
países descolonizados más radicalizados, depende, sin embargo, de la economía
francesa. El nacionalismo burgués no logra
la independencia económica porque siendo el capitalismo un sistema mundial
unificado, siendo el imperialismo la forma que adopta el capitalismo en nuestra
época, sólo es posible romper con la dependencia económica rompiendo con el
sistema capitalista, lo que por supuesto no se proponen las burguesías
nacionalistas ni aun las más revolucionarias como la argelina.
La independencia económica, la autarquía en la
época de la economía mundial impuesta por el imperialismo, es un mito
pequeñoburgués. No solamente en los países
atrasados, sino aun en las grandes potencias, la independencia económica es
relativa, pues la internacionalización creciente de las fuerzas productivas
supera hoy los marcos nacionales. Cuando más desarrollada y compleja es una
economía, tanto más depende del mercado mundial, que no es una simple suma de
mercado nacionales sino una unidad orgánica superior.
La absoluta imposibilidad de la creación de un
“socialismo nacional” en la época del capitalismo internacional, ya había sido
señalada por Marx en la crítica al punto 5º del programa de Gotha: “Es
absolutamente claro que, en general, para poder luchar, la clase obrera debe
organizarse en su misma casa como clase,
y que el propio país es el teatro inmediato de lucha. En este sentido la lucha de clases es
nacional, no por su contenido, sino como dice el Manifiesto Comunista
<<por su forma>>. Pero el <<cuadro del Estado nacional
actual>>, por ejemplo el Imperio Alemán, entra a su vez económicamente en
el <<cuadro>> del mercado universal, y políticamente está colocado
en el <<cuadro>> del sistema de los Estados. Cualquier comerciante experto sabe que el
comercio alemán es también comercio exterior, y la grandeza de Bismarck
consiste precisamente en que practica una forma de política internacional”. [40]
LA MAYOR PARTE DE LA IZQUIERDA ACTUAL QUE SE CONSIDERA MARXISTA, OLVIDA ESTA
CRÍTICA DE MARX Y VUELVE A SOSTENER LA TESIS DEL PUNTO 5º DEL PROGRAMA DE GOTHA
SOBRE LA REALIZACIÓN DEL SOCIALISMO DENTRO DE LOS MARCOS NACIONALES.
Aun el posible triunfo del socialismo en un
país rico no conseguiría suprimir sus relaciones con la economía mundial y su
relativa dependencia de ella. Si el
país socialista mantiene y profundiza la especialización de su producción, se
somete a las leyes de la economía capitalista mundial; si por el contrario
elige el difícil camino de la autarquía, está obligado a fabricar productos a
precios más altos que procurándoselos mediante el intercambio, lo que significa
un retroceso económico con respecto al capitalismo, cuyo mérito ha sido la
universalización de las fuerzas productivas. Cualquiera que sea el camino que elija el
supuesto “socialismo nacional” no lleva a la abundancia sino a todo lo
contrario. El socialismo es internacional o
no es, sólo a nivel mundial se puede lograr una armoniosa complementación de
las economías locales socializadas. La economía mundial es la realidad económica última y autónoma, y las relaciones de producción mundial condicionan el
desarrollo de las fuerzas productivas de cada país.
Volviendo al nacionalismo burgués, debemos
reconocer que tiene su razón de ser allí donde solo se plantea la independencia
política, pero está destinado al fracaso donde lo único que se plantea es la
independencia económica. Puesto
que la independencia política ya ha sido lograda en la mayor parte de los
países del mundo, el nacionalismo burgués se ha quedado sin tareas: ya no
tiene vigencia en ninguna parte, aunque se sobreviva y hasta logre resurgimientos
espectaculares pero momentáneos.
Lenin, cuyas tesis sobre la autodeterminación
nacional son frecuentemente citadas por los nacionalistas de izquierda, dejó
bien aclarada la diferencia existente entre dependencia política y dependencia
económica, y, al poner como ejemplo de ésta ultima precisamente a la Argentina,
llega a la conclusión que la autodeterminación nacional sólo se plantea en los
países políticamente dependientes: “La <<anexión>> económica es
plenamente <<realizable>> sin la anexión política y tiene lugar a
menudo. En la literatura sobre el
imperialismo encontraréis a cada paso informaciones tales como: La Argentina es
en realidad una <<colonia mercantil>> de Inglaterra, etc. Y es
verdad: la dependencia económica de los bancos ingleses, las deudas de
Inglaterra, la adquisición de ferrocarriles locales por parte de Inglaterra, de
las minas, de tierras, etc., todo ello convierte a los países mencionados en
<<anexiones>> de Inglaterra en el sentido económico, sin violación
de la independencia política de tales países. Con el nombre de autodeterminación de las
naciones se denomina su independencia política”[41].
El grado de dependencia económica de un país
está sometido dado a su vez por el nivel económico alcanzado por el país
sometido. Ya vimos cómo las formas
atrasadas de la producción asiática o de subsistencia de ciertas zonas del
Tercer Mundo son la causa de su posterior transformación en las colonias y
semicolonias.
La dependencia económica sin dependencia
política se da, en cambio, en aquellos países como la Argentina, donde existe
un desarrollo capitalista y una clase burguesa local. En estos países el imperialismo no penetra a
cañonazos, sino por la puerta que le abre la propia burguesía local. Esta burguesía no es lo suficiente fuerte para
realizar la acumulación del capital sin el apoyo del capital extranjero, pero a
la vez es lo suficientemente fuerte para defender sus intereses particulares y
no permitir el avasallamiento total del país, los que significaría la pérdida
del control sobre el Estado nacional y la consecuente desaparición de sí misma
como clase dirigente. Es
decir que, al mismo tiempo que se somete gustosamente a la dependencia
económica, la burguesía local se resiste a cualquier intento de dependencia
política. El ejemplo típico de esta actitud del
nacionalismo burgués en la Argentina del siglo XIX es Rosas, quien, por una
parte, fomentaba la penetración comercial de sus amigos los ingleses y, por
otra, los frenaba cuando éstos se extralimitaban y trataban de avasallar la
soberanía política, como cuando ocurrió durante el bloqueo anglofrancés de
1844-45. El aparente antiimperialismo que,
en determinadas ocasiones, ostentan las burguesías locales de los países
dependientes no se propone por supuesto la liberación económica, sino un mero
reajusta en las relaciones de dependencia, una mayor participación en el
reparto de la plusvalía.
La distinción entre países coloniales,
semicoloniales y dependientes puede parecer a los tercermundistas, que los
confunden a todos bajo la denominación común de “coloniaje”, una ociosa
sutileza bizantina. Por el contrario, esta distinción
es esencial porque de ella depende la estrategia de las luchas revolucionarias:
en las colonias y en las semicolonias se plantea la liberación nacional, es
decir, una lucha por la independencia política, en la que están por igual
interesadas las masas populares y las burguesías locales, pero en los países
políticamente independientes y económicamente dependientes no se plantea la
liberación nacional, la revolución antiimperialista por la autodeterminación
nacional que ya se ha conseguido. No hay, por lo tanto, una etapa
democráticoburguesa, ni una burguesía nacional revolucionaria. Según el grado de desarrollo de las fuerzas
productivas de los países más atrasados, se tratará de una revolución
permanente donde, bajo la hegemonía del proletariado, la revolución democrática
y agraria contra los restos precapitalistas será continuada inmediatamente por
la revolución socialista sin solución de continuidad. En los países más adelantados como la
Argentina, Brasil o México, donde ya no existen restos de economía
precapitalista, y no hay, por tanto, tarea democráticoburguesa que realizar, se
trataría de una revolución socialista directa sin fases intermedias si se
dispusiera de la ciencia y la tecnología necesaria –cibernética, automatismo-
para la administración socializada de la economía. En general, puede decirse que las condiciones
objetivas para el socialismo en los países más adelantados del Tercer Mundo son
más favorables que en la Rusia de 1917 con formas precapitalistas en el campo,
con un gran atraso cultural, con una industria poco desarrollada y un proletariado
escaso. En la Argentina, por ejemplo, el
desarrollo capitalista es esencialmente industrial. Según el censo de 1963, hay un 58,6% de
manufacturas contra un 30,8% de producción agraria, con un predominio de la
gran empresa sobre la pequeña. En cuanto
al campo, está también organizado en forma de explotación capitalista, siendo
insignificante los resabios precapitalistas.
A pesar de todo esto, tanto el peronismo de
izquierda como la izquierda nacional, como el partido comunista argentino, como
algunos grupúsculos de izquierda con diversos matices y diferencias
secundarias, siguen calificando a la Argentina y, en general, a los países del
Tercer Mundo, como colonias y semicolonias y además como capitalismos atrasados
donde predominan formas precapitalistas. LA MAYORÍA DE LAS IZQUIERDAS
LATINOAMERICANAS, QUE NO PASAN EN REALIDAD DEL NACIONALISMO Y DEL REFORMISMO,
SIGUEN PLANTEANDO LA NECESIDAD DE LA LIBERACIÓN NACIONAL, DE LA REVOLUCIÓN
DEMOCRÁTICOBURGUESA, ANTIIMPERIALISTA Y AGRARIA, COMO ETAPA PREVIA A LA
REVOLUCIÓN SOCIALISTA Y ANTICAPITALISTA, ES DECIR, LA CLÁSICA TESIS
MENCHEVIQUE-STALINISTA DE LA REVOLUCIÓN POR ETAPAS. LA DIFERENCIA ENTRE ESTAS
DISTINTAS EXPRESIONES POLÍTICAS ESTÁ EN LOS ALIADOS DE CLASE QUE BUSCAN PARA
REALIZAR LA ETAPA DEMOCRÁTICOBURGUESA: SE TRATA DE DISCUTIR SI LA BURGUESÍA
NACIONAL ENTRA O NO EN EL FRENTE IMPERIALISTA Y SI JUEGA O NO EL PAPEL
HEGEMÓNICO.
Del mismo modo que el concepto de clase es
sustituido por el de “pueblo”, el concepto de capitalismo es sustituido por el
de imperialismo, que ya no es, para los tercermundistas, la última etapa del
capitalismo, sino algo distinto. Se
asimilan para ello al imperialismo actual otras formas de imperialismo
anteriores al capitalismo, tratando de mostrar que el imperialismo es algo así
como una esencia eterna e inmutable –el espíritu del Mal- contra la cual luchan
los pueblos desde el comienzo de la humanidad. Si para Marx “la historia de la humanidad es
la historia de la lucha de clases”, para Perón, por el contrario, “la historia de
los pueblos, desde los fenicios hasta nuestros días, ha sido la lucha contra
los imperialismos… El devenir histórico ha sido siempre la lucha por liberarse
de los imperialismos, que sucesivamente han venido dominando a lo largo de
todos los tiempo”[42].
Sólo ignorando las diferencias entre las
distintas formas económico-sociales puede amalgamarse al imperialismo del
capital monopolista de nuestros días con el mercantilismo del siglo XIX, y más
aún con las conquistas militares de los pueblos antiguos, donde podía darse el
caso, inconcebible en el imperialismo actual, de que las sociedades atrasadas
dominaran a otras más adelantadas, tal la colonización macedónica. Ya Lenin, contestando de antemano a Perón,
advertía que esas generalizaciones abusivas, como la de comparar a la “gran
Roma con la Gran Bretaña”, se “convierten inevitablemente en trivialidades
vacuas o en fanfanorrerías”[43].
El nacionalismo burgués de los países
dependientes está interesado en mostrar que el imperialismo es un fenómeno de
dependencia externa impuesta a los pueblos sometidos desde afuera y por la
fuerza. Por lo tanto, todas las clases
nacionales –burguesía o proletariado- constituirían un solo bloque homogéneo
–el “pueblo” o la “nación”- interesado en romper con la dependencia mediante una
política independiente y el desarrollo de una economía autónoma. El nacionalismo burgués considera como dos
realidades absolutas y separadas a la “Nación” por un lado y al imperialismo
por otro cuando no son sino dos partes indisolublemente unidas de un mismo
proceso histórico: el sistema capitalista mundial.
Un avance importante para la comprensión del
imperialismo ha sido dado en las ciencias sociales latinoamericanas, principalmente
por André Gunder Frank y por Theotonio dos Santos[44],
al mostrar que el imperialismo es una condición interna de la sociedad dependiente que no está sólo afuera del
país, sino también adentro, bien engarzado en la estructura económica del país,
indisolublemente asociado a la burguesía local que, por lo tanto, acepta
consciente y voluntariamente la dependencia. Esto es tan evidente que algunos
tercermundistas deben recurrir a la sofística argumentación extraída del
arsenal “desarrollista”, según la cual el capital extranjero que se radica en
un país dependiente deja de ser capital imperialista y pasa a ser capital
nacional. Desde Frigerio y Frondizi en 1958
hasta Perón de 1973, ya de vuelta de sus ilusiones nacionalistas, la liberación
pasaría por la radicación de capitales extranjeros en el país y su asociación
con capitales nacionales.
LAS BURGUESÍAS DEPENDIENTES NO PUEDEN LUCHAR
CONTRA EL CAPITALISMO INTERNACIONAL PORQUE PARA ESO HARÍA FALTA LUCHAR CONTRA
EL CAPITALISMO NACIONAL QUE ESTÁ LIGADO A AQUÉL, LO CUAL SIGNIFICARÍA UNA
AUTODESTRUCCIÓN POR LA QUE NINGUNA CLASE SOCIAL TIENE VOCACIÓN. No se puede ser antiimperialista sin ser a la
vez anticapitalista, porque la lucha antiimperialista es, a la vez, una lucha
de clases y sólo puede ser llevada a cabo por el proletariado, la única clase
virtualmente no interesada en el capitalismo. No existe, como pretenden los tercermundistas,
una oposición entre la revolución anticapitalista pura –tal como sólo podría
darse en las metrópolis- y una revolución antiimperialista –tal como debería
darse en los países dependientes-, es decir, la oposición entre un socialismo
puro abstractamente internacionalista y un “socialismo nacional”. Esta oposición es falsa, la lucha imperialista
remite a la lucha por el socialismo y viceversa.
Los tercermundistas sostienen que sólo se
puede encarar la lucha de clases cuando existe una burguesía autónoma; por el
contrario, es preciso luchar contra la burguesía local precisamente porque no
es autónoma, porque está asociada al imperialismo, porque no existe alternativa
burguesa nacional.
La contradicción entre la burguesía nacional
local de un país dependiente y la burguesía internacional del país imperialista
por el reparto de la plusvalía extraída a la clase obrera es una contradicción
secundaria porque ambas, antes que en sus roces, están interesadas en el mantenimiento
de la sociedad capitalista y en el dominio de la clase trabajadora. La contradicción principal es, pues, LA
BURGUESÍA NACIONAL E INTERNACIONAL Y LA CLASE TRABAJADORA. LOS TERCERMUNDISTAS,
POR EL CONTRARIO, SOBREVALORAN LA CONTRADICCIÓN SECUNDARIA –ENTRE LA BURGUESÍA
LOCAL Y EL IMPERIALISMO-, DÁNDOLE CATEGORÍA DE PRINCIPAL Y SUBVALORAN LA
CONTRADICCIÓN PRINCIPAL –ENTRE CAPITAL Y EL TRABAJO-, ASIGNÁNDOLE LA CATEGORÍA
DE SECUNDARIA.
Para el tercermundismo, la burguesía y el
proletariado de los países dependientes tienen intereses comunes contra el
imperialismo. Más aún, ni siquiera puede
hablarse de “burguesía” y de “proletariado”, términos que sólo serían válidos
para las metrópolis imperialistas: en el Tercer Mundo sólo podría hablarse de
“pueblo” o “nación” enfrentados con el imperialismo. El tercermundismo no puede ser, por lo tanto,
la doctrina de un partido de clase, sino de un movimiento POLICLASISTA como es
el peronismo. El papel que le correspondería a
la clase obrera dentro de ese frente nacional sería al apoyo al “Empresariado
Nacional”, contribuyendo al desarrollo de las fuerzas productivas nacionales. El proletariado deberá, por lo tanto,
renunciar a su fisonomía propia, a la autonomía política, para perderse en la
heteronomía de la conducción burguesa y de la ideología nacionalista.
Aun admitiendo que existan contradicciones
entre el obrero y el patrón, para los tercermundistas éstas deben ser
pospuestas para cuando se resuelva la contradicción fundamental entre la nación
y el imperialismo.
Un típico representante del nacionalismo
populista, como Scalabrini Ortiz, dirá claramente: “… EXISTE, AL MISMO TIEMPO,
UN LAZO COMÚN ENTRE EL OBRERO ARGENTINO Y EL PATRONO ARGENTINO. ES LA NECESIDAD
DE QUE LA FÁBRICA ARGENTINA EXISTA Y SUBSISTA. SI LA FÁBRICA ARGENTINA ES
DESTRUÍDA PORQUE MOLESTA CON SU COMPETENCIA A LA FÁBRICA EXTRANJERA, EL PATRONO
SE QUEDA SIN SU PROPIEDAD Y EL OBRERO ARGENTINO SIN SU TRABAJO. ESA
COINCIDENCIA ES EL LAZO NACIONAL QUE UNE AL PATRONO Y AL OBRERO POR ARRIBA DE SUS
ANTAGÓNICOS PUNTOS DE VISTA SOCIALES.” [45]
Para Arturo Jauretche, por su parte, la lucha
de clases es un lujo de las sociedades altamente desarrolladas que no podemos
permitirnos en los países subdesarollados. En la línea nacional, dice Jauretche: “LA
DIVISIÓN HORIZONTAL DE CLASES QUE LA COMPONEN DEBE SER POSTERGADA HASTA QUE EL
TRIUNFO SOBRE LOS DE AFUERA NOS PERMITA EL LUJO DE LAS DIVERGENCIAS INTERIORES”
[46].
Un peronista de izquierda como Gonzalo
Cárdenas dice lo mismo: “De ese modo el esquema marxista clásico de la división
de clases, de la época del capitalismo de libre concurrencia, hoy no tiene
validez, pues la estructura nacional se encuentra condicionada en su evolución
por el neocolonialismo y su coexistencia, y la lucha social se da como lucha
nacional”[47]. “Después de la
segunda guerra mundial, la contradicción fundamental se establece entre el
neoimperialismo más el socialismo coexistente, versus los movimientos de
liberación nacional, los que en definitiva suprimen la sociedad clasista
enfrentando en su lucha antiimperialista al neoimperialismo y sus aliados
internos (…). El ser social sólo pensando y actuando como ser nacional es capaz
de admitir la vía revolucionaria en una
sociedad como la actual”[48].
El papel histórico que el marxismo otorga al
proletariado es negado por los tercermundistas. Gunnar Olson, teórico del
peronismo, lo dice claramente: “Que el sujeto histórico absoluto son los
pueblos, en particular los pueblos del Tercer Mundo (…) y no el proletariado
internacional, como había querido Marx”[49].
Otro peronista de cátedra, Roberto Carri,
también niega el papel de sujeto de la revolución al proletariado, otorgándole,
en cambio, un papel mucho más modesto: “Desde los objetivos revolucionarios del
pueblo argentino eso está por verse y
no hay ninguna razón valedera para no aplicar a esa clase obrera la misma
definición que los revolucionarios europeos aplicaban a la clase media: aquella
clase que hay que conseguir unir a la revolución o por lo menos neutralizar,
con el fin de que el pueblo –el
movimiento que no puede definirse técnicamente, sino políticamente- logre
triunfar en la guerra decisiva”[50].
Los peronistas aun de izquierda coinciden
significativamente con los desarrollistas. Frigerio dice: “En un país como el
nuestro los intereses específicos de los obreros deben estar subordinados a los
intereses generales de la Nación en su totalidad para beneficio de ésta, así
como para beneficios de los propios obreros”[51].
Los tercermundistas africanos tienen ideas
similares al respecto. Senghor, por ejemplo, defina la “vía africana al
socialismo” de la siguiente manera: “Un socialista de nuestros días no puede
tener como ideal la supresión de las desigualdades de clase en el interior de
una nación, sino de las desigualdades resultantes de la división del mundo en
estados desarrollados y subdesarrollados”[52].
Para Nyerere, por su parte, la hermandad de
todos los africanos significa que todos los africanos pobres deben abandonar
sus reivindicaciones sociales para no perturbar la hermandad nacional: “Los
dirigentes y militantes sindicales, si son verdaderamente socialistas, comprenderán,
sin la coacción del gobierno, que deben mantener sus reivindicaciones dentro de
los límites impuestos por las necesidades de la sociedad entera”.
Si analizamos los conceptos de “Pueblo” e “Imperialismo”
en las concepciones tercermundistas, veremos que no se trata de categorías
históricas, sino de figuras ideológicas. El objetivo de clase social es sustituido por
la concepción carismática, pequeñoburguesa de pueblo, palabra destinada a
sugerir la idea de unanimidad, de ausencia de contradicciones y de lucha de
clases en el seno de una comunidad. Pero el pueblo no es una unidad abstracta,
está, por el contrario, disgregado en clases antagónicas, organizado en
distintos grupos, con determinadas directivas y objetivos contrapuestos, en el
mejor de los casos sólo se establecen alianzas o pactos casi siempre
momentáneos e inestables.
Por otra parte, no es cierto que las clases
obreras de los países dependientes renuncien del todo a sus reivindicaciones de
clase en aras de la lucha antiimperialista. Si tomamos el caso típico de clase obrera
adherida a un movimiento nacionalista burgués, como es la clase obrera
peronista, comprobaremos que sus reivindicaciones son clasistas y no
nacionales. El 17 de octubre de 1945 la clase
obrera peronista no sale a la calle a luchar contra “el imperialismo yanqui”
–del que sólo podían ser conscientes en ese entonces algunos pocos
nacionalistas-, salieron a defender la reciente organización sindical y las
mejoras sociales otorgadas por Perón: aumento de salario, vacaciones pagas,
aguinaldo, ley de jubilaciones, indemnizaciones, rebaja de alquileres, etc. Esto está muy claro en la sesión del Comité
Central Confederal celebrado el 16 de octubre de 1945, donde se declara la huelga
general de los días 17 y 18. Entre
los motivos de la huelga no se menciona ni una sola vez al “imperialismo”, sino
tan sólo la negativa de los industriales argentinos
a cumplir el decreto que estipulaba el pago de salarios dobles los días
feriados, el anuncio de que no se otorgarían más vacaciones pagas y, sobre todo,
la ostentación abusiva de poder que hacían los patrones nacionales proclamando
que la obra de justica social iniciada por Perón sería arrasada[53].
Es decir, que los obreros que hicieron el 17
de octubre, si por una parte no levantaban consignas revolucionarias, sino
reformistas, por otra parte consignas eran sociales antes que nacionales,
porque no se distinguían en ellas a la burguesía nacional de la internacional. Perón no era visto como un líder
antiimperialista, sino como un dirigente reformista que defendía los intereses
de la clase obrera frente a la patronal. LA LLAMADA “IZQUIERDA NACIONAL”
ESTABLECE UNA FALSA DICOTOMÍA ENTRE UNA CLASE OBRERA DE ORIGEN INMIGRANTE QUE
TRASPLANTARÍA UN ESQUEMA CLASISTA EUROPEO SIN VIGENCIA CON LA REALIDAD
NACIONAL, Y UNA NUEVA CLASE OBRERA DE ORIGEN CRIOLLO –LOS “CABECITAS NEGRAS”-
QUE HABRIAN COMPRENDIDO QUE LA PRINCIPAL CONTRADICCION ERA CON EL IMPERIALISMO
Y NO CON LA PATRONAL ARGENTINA. Esto
es falso, porque la clase obrera peronista se enfrentaba principalmente con la
patronal local, y porque además sus principales dirigentes provenían de lo que
nuestros nacionalistas llaman “izquierda cipaya”: Borlengui, por ejemplo,
provenían del viejo Partido Socialista.
La ley del
intercambio desigual
Estas posiciones políticas de los
tercermundistas tienen también una teoría económica aparentemente sólida; se
trata de la teoría del “intercambio desigual”
formulada por el economista grecofrancés Arghiri Emmanuel [54],
algo así como el Karl Marx del Tercer Mundo, y seguido, entre otros, por el
argelino Samir Amin y el argentino Oscar Braun.
La ley del “intercambio desigual” consiste en
el intercambio de mercancías que comportan una menor cantidad de trabajo,
gracias a la alta composición orgánica del capital de los países desarrollados,
por mercancías que comportan una mayor cantidad de trabajo debido a la baja
composición orgánica del capital de los países subdesarrollados. Como consecuencia de este intercambio de cantidades
desiguales de trabajo, los países desarrollados hacen pagar el excedente de los
salarios de sus obreros a los países subdesarrollados. Los obreros de los países subdesarrollados
pueden gozar de salarios más altos porque la disminución de la plusvalía es compensada con la plusvalía extraída
a los países subdesarrollados a través del “intercambio desigual”.
De ese modo, el obrero del país desarrollado
se beneficia con la explotación del país dependiente y es, por lo tanto,
cómplice de la burguesía, ha dejado de ser un explotado por la burguesía para
pasar a ser un explotador de los países dependientes.
Las contradicciones entre el proletariado y la
burguesía de los países desarrollados no son ya contradicciones de clase, sino
simplemente una puja entre asociados por el reparto del botín extraído a los
pueblos subdesarrollados. Emmanuel lo dice claramente: “La importancia relativa
de la explotación nacional que sufre la clase obrera por pertenecer al <<proletariado>> disminuye continuamente en relación con aquella de
que goza por pertenecer a una nación privilegiada”[55].
El líder tercermundista Senghor dice, por su
parte: “En resumen, los proletarios de Europa se han beneficiado con el régimen
colonial; de ahí que nunca se hayan opuesto realmente, y quiero decir
efectivamente a él”[56].
La consecuencia de esta teoría es la
sustitución de la lucha de clases por la lucha nacional y del capitalismo por
el “imperialismo”, entendiendo por tal no ya la última etapa del capitalismo
sino un sistema nuevo y distinto del capitalismo. Emmanuel lo dice con todas
las letras: “El antagonismo entre naciones ricas y naciones pobres está
sustituyendo al antagonismo de clases”[57].
Senghor lo repite: “La solidaridad internacional de clase ha sido transformada
sutilmente en antagonismo internacional”. Y algunos marxistas influidos por las teorías
tercermundistas, como Paul Baran y Paul Sweezy, dicen también lo mismo: “La
lucha de clases de nuestro tiempo se ha internalizado completamente. La iniciativa revolucionaria contra el
capitalismo, que en los días de Marx correspondía al proletariado de los países
avanzados, ha pasado a manos de las masas empobrecidas de los países
subdesarrollados, que están luchando por independizarse de la dominación y
explotación imperialista” [58]
El tercermundismo llevado hasta sus últimas
consecuencias enseña a los obreros del país dependiente que su patrón también
es una víctima del imperialismo y, por ende, su aliado, en tanto que el obrero
del país imperialista es su enemigo porque se beneficia con la explotación de
los países dependientes. Si el
internacionalismo socialista considera que los obreros de un país son
objetivamente solidarios con los obreros de todos los demás países, en tanto
todos son explotados por sus respectivas burguesías nacionales, para el
nacionalismo tercermundistas, en cambio, los obreros y los patrones de un país
“pobre” son solidarios entre sí en tanto ambos son explotados por los obreros y
los patrones de un país “rico” y éstos, a su vez, también son solidarios entre
sí en tanto ambos son explotados por los obreros y los patrones de un país
“rico” y éstos, a su vez, también son solidarios entre sí en tanto explotan a
aquéllos. La explotación de un país por otro sirve para negar la explotación de
una clase por otra; en los países dependientes no existirán, por lo tanto,
clases nativas que exploten a otras clases nativas. Los beneficiarios de esta teoría son, por
supuesto, las burguesías locales de los países dependientes que consiguen
persuadir a las masas trabajadoras de que su miseria no se debe a la explotación
de clases de la que son víctimas, sino a la explotación nacional por parte de
otro país.
Al respecto citaremos a Mao Tse-tung, de quien
los tercermundistas quieren apropiarse usando unilateralmente sus teorías sobre
las contradicciones. Mao, que como buen marxista no olvida nunca la lucha de
clases, advierte: “La burguesía ha disimulado siempre este problema de las
clases con la palabra <<nación>> para enmascarar la realidad de la
dictadura de una sola clase”[59].
La división del mundo en naciones opresoras y
naciones oprimidas destruye el internacionalismo socialista que postula la
unidad de las masas trabajadoras de los países dependientes y de los países
imperialistas contra un enemigo común: el capitalismo monopolista. Para los tercermundistas sólo es válido el
“socialismo nacional”.
Contra esa falsa división del mundo debe
afirmarse que la separación entre opresores y oprimidos, entre explotadores y
explotados no se da de nación a nación, sino en el interior de cada nación. Los pobres y oprimidos existen también en las
naciones “ricas”, del mismo modo que los ricos y opresores existen también en
las naciones “pobres”. Los
ricos de las naciones ricas explotan a la vez a los pobres de las naciones
ricas y a los pobres de las naciones pobres, y además son socios de los ricos de
las naciones pobres. Los
pobres de las naciones ricas y los pobres de las naciones pobres tienen, pues,
un enemigo en común e intereses comunes, aunque todavía no lo sepan y aunque
los ricos de las naciones ricas y de las naciones pobres hagan lo posible por que nunca lo sepan.
Cuando se dice que los capitalistas y los
obreros de los países ricos explotan a los capitalistas y a los obreros de los
países pobres se están constituyendo las relaciones de explotación al nivel del
intercambio comercial entre dos países –el famoso “intercambio desigual”-,
cuando en realidad las relaciones de explotación sólo se dan al nivel de las
relaciones de explotación sólo se dan al nivel de la producción; dicho más
claramente, la explotación sólo puede darse entre los propietarios de los
medios de producción, por un lado, y los trabajadores, por otro, entre el
capital y el trabajo. El
capitalista de un país imperialista explota al obrero de su propio país y al
obrero del país dependiente, pero no puede explotar al capitalista del país
dependiente, entre ambos existe solamente la diferencia de una empresa
capitalista fuerte y otra débil.
En cuanto a la diferencia entre el
proletariado del país imperialista y del país dependiente, debemos admitir que
aquél tiene un estándar de vida muy superior a éste, pero la pobreza o riqueza
no son en términos absolutos, sino relativos al grado de riqueza alcanzado por
la sociedad global: siendo el rico del país rico mucho más rico que el rico del
país pobre, debemos deducir que el pobre del país rico es relativamente más pobre. La alta tecnología, la eficiencia de los
países desarrollados, muy superior a la de los países subdesarrollados,
determina que el trabajo de los obreros sea más productivo y que, por lo tanto,
pueda extraerse una tasa más elevada de plusvalía a pesar de los salarios más
altos y del menos número de horas de trabajo. El grado de explotación del obrero no reside
en su nivel de vida, sino en la plusvalía que se extrae de su trabajo. Por lo tanto, es preciso deducir, como lo hace
Bettelheim, que “la tasa de explotación es mucho más elevada en los países
capitalistas desarrollados que en los otros”[60].
Por otra parte, hay que observar que los
salarios más elevados y las menores horas de trabajo no se dan tan sólo en los
países imperialistas, sino también en los países dependientes en aquellas ramas
donde domina el capital imperialista. El alto desarrollo tecnológico de las empresas
monopolistas les permite extraer plusvalía relativa, es decir, sin intensificar
el uso de la fuerza de trabajo, en tanto que las empresas nacionales, por su
menor desarrollo técnico, necesitan recurrir a la plusvalía absoluta, es decir,
basada en salarios más bajos y mayores horas de trabajo. Si tomamos al pie de la letra la tesis
tercermundista sobre la aristocracia obrera de los países desarrollados,
debemos concluir que también en las países dependientes hay una aristocracia obrera –la que trabaja
para las empresas imperialistas- y que, por lo tanto, ésta explota a los
obreros de las empresas nacionales que cobran menores salarios.
Contra la teoría Emmanuel y los
tercermundistas debemos sostener que existen las condiciones objetivas para el
surgimiento de la conciencia de clases y la solidaridad internacional en los
trabajadores de los países avanzados, aunque estén circunstancialmente
eclipsadas. El enemigo de las clases obreras
de los países imperialistas y de los países dependientes es el mismo: el
capitalismo monopolista, y por lo tanto la solidaridad es virtual. Las clases trabajadores de los países
desarrollados, al hacer anticapitalismo, hacen a la vez antiimperialismo, y las
clases trabajadoras de los países dependientes, al hacer antiimperialismo,
hacen anticapitalismo. Contra
las tesis tercermundistas, según la cual el imperialismo es algo distinto al
capitalismo y se puede atacar a uno sin atacar al otro, es preciso admitir que
ambos son una sola y la misma cosa y que, por lo tanto, atacando a uno se ataca
inevitablemente al otro. No
tienen derecho a hablar de imperialismo quienes no quieren hablar de
capitalismo.
Juan José Sebreli: Tercer Mundo. Mito burgués. Capitulo V: Imperialismo y lucha de clases. (1975). Siglo Veinte, Buenos Aire, 1975, págs. 145-196.
[1]
Paul Bairoch: El Tercer Mundo en la encrucijada,
Madrid, Alianza Editorial, 1973, pág. 145.
[2]
Nota de la edición digital: Suponemos que esto
es un error y quiere decir “siglo XV” ya que la expansión imperialista
occidental la iniciaron España y Portugal luego de la toma de Constantinopla
por los turco y del cierre de la ruta hacia Oriente.
[3]
Ives Lacoste: El nacimiento del Tercer Mundo, Ibn Jaldún.
Barcelona, Península, 1971.
[4]
Sobre las relaciones entre las
aristocracias autóctonas y el colonialismo, véase Ives Lacoste: Geografía del subdesarrollo. Barcelona,
Ariel, 1971.
[5]
Jorge Abelardo Ramos: Historia de la nación latinoamericana. Buenos Aires, Peña Lillo, 1968, pág. 491.
[6]
Carlos Marx: “La
dominación británica en la India”, New
York Daily Tribune, 25 de junio de 1853, recopilado por Marx-Engels: Sobre el sistema colonial del capitalismo.
Buenos Aires, Ediciones Estudio, 1964, págs. 57-58.
[7]
Carlos Marx: “Futuros resultado
de la dominación británica en la India”, New
York Tribune, 8 de agosto de 1853, recopilado en Sobre el sistema colonial del capitalismo, op.cit, pág. 105.
[10]
Rudolf Hilferding: El capital financiero. Madrid, Tecnos,
1963, págs. 362-393
[12]
Lenin: El imperialismo, última etapa del
capitalismo, en Obras escogidas.
Buenos Aires, Ed. Problemas, 1946, t. 2, pág. 483.
[13]
Fritz Stenberg: ¿Capitalismo o socialismo? México, Fondo
de Cultura Económica, 1954, pág. 31.
[14]
Ndabaningi Sithole: El reto de África. México, Fondo de
Cultura Económica, 1961.
[15]
Rodolfo Puiggrós: Historia económica del Río de la Plata. Buenos
Aires, 1945. Segunda edición, buenos Aires, Siglo Veinte, 1948, pág. 206.
[16]
Prólogo de la segunda edición de Rosas el
pequeño. Buenos Aires, Ediciones Perennis, 1953, pág. 10.
[17]
Nahuel Moreno: Tesis
industrial (1948), incluido en “La estructura económica argentina”. Estrategia, Buenos Aires, 1959.
[18]
Milcíades Peña: “El
paraíso terrateniente”. Fichas,
Buenos Aires, 1969, pág. 17.
[19]
Guillermo Lora: Historia del movimiento obrero boliviano.
La Paz, Ediciones Amigos del Libro, 1967.
[21]
Arturo Frondizi: La lucha antiimperialista. Debate, Bs.
Aires, 1955, pág. 73.
[22] Arturo Frondizi: “Industria argentina y desarrollo económico”. Suplemento de la reviste Qué.
[23] Octubre. Buenos Aires, Nº 3.
[24] Octubre, Nº4-5.
[25] Jorge Abelardo Ramos: De Octubre a Setiembre. Buenos Aires, peña Lillo, 1959, pág. 224.
[26] Véase periódico Unidad Obrera. Buenos Aires, febrero de 1957.
[27] La Nación, 24 de enero de 1957.
[28] Citados por Milcíades Peña: “El imperialismo y la industrialización argentina”. Estrategia, Nº 2, diciembre de 1957, págs. 83-84.
[29] Quality of Life in the Americas. Text of Rockefeller Mission Report. The Departament of State. Bulletin, 8 de diciembre de 1969.
[30] Véase Gustavo Polit: “Rasgos industriales de la famosa burguesía industrial argentina”, Fichas, Nº 1, abril de 1964, págs. 72-73.
[31] Ismael Viñas: “Corporaciones multinacionales”. Transformaciones, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, pág. 250.
[32] Teorías recientes del imperialismo, por el Grupo de Trabajo Tercer Mundo de la OSI. Reproducido por Critique de l’Économie Politique, Nº 4-5, julio-diciembre de 1971.
[33] Ernest Mandel: Traité d’economie marxiste. París, Union general d’Editions, 1962, t. 3, pág. 178.
[34] Sobre las relaciones entre el régimen de Velasco Alvarado y el imperialismo, véase Aníbal Quijano Obregón: Nacionalismo, neoimperialismo y militarismo en el Perú. Buenos Aires, Ediciones Periferia, 1971.
[35] Sobre las viejas y nuevas alianzas de clase en la Argentina y América Latina, veánse dos interesantes obras: Theotonio dos Santos: Socialismo o fascismo. El nuevo carácter de la dependencia y el dilema latinoamericano. Buenos Aires, Periferia, 1972; Mónica Peralta Ramos: Estapas de acumulación y alianza de clases en la Argentina (1930-1970). Buenos Aires, Siglo XXI, 1972.
[36] Liisa North: “Orígenes y crecimiento del partido aprista y el cambio socioeconómico en el Perú”. Desarrollo económico, Nº 38, julio-setiembre de 1970, pág. 163.
[37] Víctor Raúl Haya de la Torre: El antiimperialismo y el APRA. Santiago de Chile, Ercilla, 1936, pág. 65.
[38] Luis Alberto Sánchez: Historia general de América. Santiago de Chile, Ercilla, 1942, t. II.
[39] Manuel Seoane: Comunistas, criollos. Paginas de divulgación aprista. Arequipa, 1964, págs. 57-58.
[40] Carlos Marx: Crítica del Programa de Gotha, op. cit., págs. 22.
[41] Lenin: “Sobre la caricatura del marxismo y el <<economicismo>> imperialista”. Obras completas. Buenos Aires, Cartago, t, XXIII, pág. 41.
[42] Juan Perón: La hora de los pueblos. Buenos Aires, Norte, 1968, págs. 21-22.
[43] Lenin El imperialismo, fase superior del capitalismo, op. cit., pág. 502.
[44] André Gunder Frank: Lumpenburguesía y lumpendesarrollo. Montevideo, Ediciones de la banda Oriental, 1968, pág. 9; Theotonio dos Santos: “Dependencia y cambio social”. Cuadernos de estudios socioeconómicos. Universidad de Chile, 1970, pág. 7.
[45] Raúl Scalabrini Ortiz: Bases para la reconstrucción nacional. Buenos Aires, Plus Ultra.
[46] Arturo Jauretche: Prosas de hacha y de tiza. Buenos Aires, Coyoacán, 1961, pág. 67.
[22] Arturo Frondizi: “Industria argentina y desarrollo económico”. Suplemento de la reviste Qué.
[23] Octubre. Buenos Aires, Nº 3.
[24] Octubre, Nº4-5.
[25] Jorge Abelardo Ramos: De Octubre a Setiembre. Buenos Aires, peña Lillo, 1959, pág. 224.
[26] Véase periódico Unidad Obrera. Buenos Aires, febrero de 1957.
[27] La Nación, 24 de enero de 1957.
[28] Citados por Milcíades Peña: “El imperialismo y la industrialización argentina”. Estrategia, Nº 2, diciembre de 1957, págs. 83-84.
[29] Quality of Life in the Americas. Text of Rockefeller Mission Report. The Departament of State. Bulletin, 8 de diciembre de 1969.
[30] Véase Gustavo Polit: “Rasgos industriales de la famosa burguesía industrial argentina”, Fichas, Nº 1, abril de 1964, págs. 72-73.
[31] Ismael Viñas: “Corporaciones multinacionales”. Transformaciones, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, pág. 250.
[32] Teorías recientes del imperialismo, por el Grupo de Trabajo Tercer Mundo de la OSI. Reproducido por Critique de l’Économie Politique, Nº 4-5, julio-diciembre de 1971.
[33] Ernest Mandel: Traité d’economie marxiste. París, Union general d’Editions, 1962, t. 3, pág. 178.
[34] Sobre las relaciones entre el régimen de Velasco Alvarado y el imperialismo, véase Aníbal Quijano Obregón: Nacionalismo, neoimperialismo y militarismo en el Perú. Buenos Aires, Ediciones Periferia, 1971.
[35] Sobre las viejas y nuevas alianzas de clase en la Argentina y América Latina, veánse dos interesantes obras: Theotonio dos Santos: Socialismo o fascismo. El nuevo carácter de la dependencia y el dilema latinoamericano. Buenos Aires, Periferia, 1972; Mónica Peralta Ramos: Estapas de acumulación y alianza de clases en la Argentina (1930-1970). Buenos Aires, Siglo XXI, 1972.
[36] Liisa North: “Orígenes y crecimiento del partido aprista y el cambio socioeconómico en el Perú”. Desarrollo económico, Nº 38, julio-setiembre de 1970, pág. 163.
[37] Víctor Raúl Haya de la Torre: El antiimperialismo y el APRA. Santiago de Chile, Ercilla, 1936, pág. 65.
[38] Luis Alberto Sánchez: Historia general de América. Santiago de Chile, Ercilla, 1942, t. II.
[39] Manuel Seoane: Comunistas, criollos. Paginas de divulgación aprista. Arequipa, 1964, págs. 57-58.
[40] Carlos Marx: Crítica del Programa de Gotha, op. cit., págs. 22.
[41] Lenin: “Sobre la caricatura del marxismo y el <<economicismo>> imperialista”. Obras completas. Buenos Aires, Cartago, t, XXIII, pág. 41.
[42] Juan Perón: La hora de los pueblos. Buenos Aires, Norte, 1968, págs. 21-22.
[43] Lenin El imperialismo, fase superior del capitalismo, op. cit., pág. 502.
[44] André Gunder Frank: Lumpenburguesía y lumpendesarrollo. Montevideo, Ediciones de la banda Oriental, 1968, pág. 9; Theotonio dos Santos: “Dependencia y cambio social”. Cuadernos de estudios socioeconómicos. Universidad de Chile, 1970, pág. 7.
[45] Raúl Scalabrini Ortiz: Bases para la reconstrucción nacional. Buenos Aires, Plus Ultra.
[46] Arturo Jauretche: Prosas de hacha y de tiza. Buenos Aires, Coyoacán, 1961, pág. 67.
[47] Gonzalo Cárdenas: “El movimiento nacional y la universidad”, Antropología Tercer Mundo, Nº 3, Buenos Aires, noviembre de 1969, pág. 53
[48] Gonzalo Cárdenas: “El peronismo y la cuña neoimperial”, en El peronismo. Buenos Aires, Ed. Carlos Pérez, 1969.
[49] Gunnar Olson: Antropología Tercer Mundo, número especial 5.
[50] Roberto Carri: Antropología Tercer Mundo, número especial 5.
[51] Rogelio Frigerio: Prólogo a Marcos Merchenski: Las corrientes ideológicas en la Argentina. Buenos Aires, Ed. Concordia, 1961, pág. 19.
[52] Senghor: Discurso publicado en Africa Express, Nº 33, 1963, reproducido por Georges Balandier: Teoría de la descolonización. Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo, 1973, pág. 113.
[53] “La CGT y el 17 de octubre de 1945”, Pasado y Presente, Nº 2-3, nueva serie, julio-diciembre de 1973. pág. 403.
[54] Arguiri Emmanuel: El intercambio desigual. Ensayo sobre los antagonismos en las relaciones económicas internacionales. Buenos Aires, Siglo XXI, 1972. Para una crítica de esta posición véase Charles Bettelheim: Observaciones teóricas en el mismo libro de Emmanuel; Eugenio Chatelein: A qué conduce la tesis del intercambio desigual, y Patrick Florian: “Emmanuel con los filisteos”, en Cuarta Internacional, Nº 1, julio de 1973. Horacio Ciafardini: Concepciones tercermundistas en la teoría de las relaciones económicas internacionales. Buenos Aires, Cicso, 1973.
[55] Emmanuel: “El intercambio desigual”. Cuadernos del Pasado y presente, Córdoba, pág. 209.
[56] Senghor: Informe al Congreso Constitutivo del P.F.A., citado por Peter Worsley en El Tercer Mundo.
[57] Emmanuel: El intercambio desigual, op. cit., pág. 208.
[58] Paul Baran y Paul Sweezy: El capital monopolista. México, Siglo XXI, 1966, pág. 13.
[59] Mao Tse-tung: La nueva democracia. Santiago de Chile, Ed. Austral, pág. 77.
[60] Charles Bettelheim: “Los trabajadores en los países ricos y pobres tienen intereses solidarios”. Cuadernos de Pasado y Presente, Nº 24, pág. 166.