sábado, 14 de diciembre de 2019

MILTON FRIEDMAN (1951) "El neo-liberalismo y sus perspectivas"

Friedman, Milton (1951). “Neo-Liberalism and its Prospects”. Farmand, 17 Febraury, pp. 89-93.

El neo-liberalismo y sus perspectivas. Milton Friedman 

Traducción: Esteban Leiva. Material para uso interno del seminario de grado Concepciones del poder: el neoliberalismo en cuestión. Escuela de Ciencias de la Educación y Escuela de Historia, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba. Marzo de 2016. 

       En su magnífico libro, Derecho y Opinión Pública, A. V. Dicey distingue entre la tendencia de la legislación, por un lado, y la tendencia de la opinión, por otro. La legislación, afirma, está dominada por la corriente de opinión, pero únicamente después de un retraso considerable. Los hombres legislan sobre la base de la filosofía que absorbieron en su juventud, por lo que unos veinte o más años pueden transcurrir entre un cambio en la corriente de opinión y la resultante alteración en la política pública. Dicey establece de 1870 a 1890 como el período en que la opinión pública en Inglaterra se apartó del individualismo (el liberalismo de Manchester) para acercarse al colectivismo; sin embargo, señala que la legislación económica no estuvo fuertemente afectada por la nueva tendencia de opinión hasta luego del siglo siguiente. 

        En la mayor parte del mundo, la legislación está aún en gran parte dominada por la tendencia de opinión hacia el colectivismo que Dicey documentó hace más o menos unos cuarenta años. Es cierto que recientemente se han producido toda una serie de votaciones en que la derecha ha ganado a expensa de la izquierda –en Australia, Inglaterra, Estados Unidos y Europa continental. Pero incluso si una tendencia política hacia la derecha llegara a desarrollarse a partir de estos pequeños comienzos, lo que de ninguna manera es cierto, es probable que la legislación simplemente siguiera siendo colectivista, de un tipo algo diferente al ser administrada por distintas personas. Los hombres pueden diferir en el énfasis de los valores y las creencias sociales básicas, pero pocos pueden sostener una filosofía completamente diferente, pueden dejar de estar infectados por el aire intelectual que respiran. Para los estándares del individualismo del siglo XIX, todos nosotros somos en mayor o menor medida colectivistas. 

      Una serie de pequeños incidentes ilustrará mi punto de que una tendencia política hacia la derecha no es en absoluto sinónimo de una inversión en la tendencia hacia el colectivismo. Hace algunos años, me encontraba en Inglaterra cuando el gobierno Laborista propuso un aumento del impuesto al tabaco como medio para restringir sus importaciones. Al informar de esta decisión, el portavoz del Gobierno deploró la necesidad de utilizar un impuesto para disminuir el consumo y la justificó con el argumento de que el racionamiento directo de los productos del tabaco había sido considerado demasiado dificultoso de administrar. Lejos de aplaudir al gobierno Laborista por usar el sistema de precios en lugar de controles directos, los conservadores se apresuraron a condenar al gobierno por no usar directamente el racionamiento “por la bolsa”(2) . 

       Más recientemente, en los Estados Unidos, el Presidente solicitó al Congreso poderes de emergencia económica para hacer frente a los problemas originados por el re-armamento. No pidió poderes para controlar precios y salarios. El Congreso también insistió en darle tales poderes, y muchos republicanos estuvieron entre aquellos que insistieron en que debería tenerlos. Si se me permite hablar otra vez de mi propio país, los republicanos profesan estar a favor de la libre empresa y fuertemente opuestos a una deriva hacia el socialismo. Sin embargo, su programa político público favorece los aranceles de protección, los subsidios agrícolas y el apoyo a los precios de los productos agrícolas, así como una serie de otras medidas que pueden fácilmente considerarse colectivistas por sus implicaciones. 

      No afirmo que no exista diferencia entre el partido político elegido y el que ha salido segundo. Claramente existe una diferencia de grados, sino de clase, y ofrece la oportunidad para iniciar un camino hacia una nueva dirección. Mi punto es, más bien, que la dirección que se toma será determinada no por los cambios del día a día en el poder político o las consignas de los partidos o, incluso, sus plataformas, sino por la corriente de opinión que puede –si tan sólo pudiéramos penetrar en sus misterios determinar ya una nueva dirección para el futuro. 

     Si bien la tendencia de la legislación es todavía fuertemente hacia el colectivismo, tengo la sensación de que esto ya no es verdad respecto a la tendencia de la opinión. Hasta hace unos años, hubo una fe generalizada –aunque ingenua-, incluso entre las clases intelectuales, que la nacionalización podría reemplazar la producción con fines de lucro con la producción para el uso, lo que sea que estos tópicos puedan significar; que la planificación centralizada podría reemplazar al caos sin planificación con coordinación eficiente; que sólo era necesario dar al Estado más poder con el fin de resolver la supuesta paradoja de la pobreza en medio de la abundancia y para prevenir que los “intereses egoístas” exploten a la masas trabajadoras; y que porque los socialistas favorecían la paz y la amistad entre los países, el socialismo alcanzaría, de alguna manera no especificada, estos objetivos. La experiencia de los últimos años no sólo ha sacudido sino directamente destrozado estas creencias ingenuas. Ha quedado muy en claro que la nacionalización no resuelve los problemas económicos fundamentales; que la planificación económica centralizada es coherente con el caos y la desorganización; y que la planificación centralizada puede elevar mucho más las barreras a las relaciones internacionales libres como el capitalismo no regulado no lo hizo nunca. Igualmente importante, que el poder creciente del Estado ha conllevado el reconocimiento generalizado de que al extender el control económico centralizado se puede poner en peligro la iniciativa individual y la libertad (3). 

       Si estos juicios son correctos, actualmente estamos en uno de esos períodos cuando lo que Dice y denomina “corrientes cruzadas” de la opinión se encuentra al máximo, un período en el que la opinión es confusa, vaga y caótica. Las mismas creencias están todavía en gran parte en manos de las mismas personas, pero ya no existe la misma aceptación irreflexiva. La terquedad y la falta de voluntad para renunciar a una fe ciega, alguna vez celebrada, toman el lugar del fanatismo. El escenario está listo para el crecimiento de una nueva corriente de opinión que reemplace a la vieja, para proporcionar la filosofía que guiará a los legisladores de la próxima generación, a pesar de que aún casi no afecta a los de la generación presente. 

      Las ideas tienen pocas posibilidades de realizar mucho progreso contra una marea fuerte; su oportunidad llega cuando la marea ha dejado de correr fuerte y aún no ha regresado. Este es, si no me equivoco, tal tiempo, y ofrece una oportunidad única para aquellos de nosotros que creemos que el liberalismo afectará la nueva dirección que tomará la marea. Tenemos una nueva fe que ofrecer; nos corresponde brindar claridad a cada uno en qué consiste esta fe. 

        La falla principal de la filosofía colectivista que ha dominado el mundo occidental no está en sus objetivos –los colectivistas han querido hacer el bien, mantener y extender la libertad y la democracia, y al mismo tiempo mejorar el bienestar material de las grandes masas. El fallo ha sido más bien en los medios. El no reconocer la dificultad del problema económico de coordinar eficazmente las actividades de millones de personas condujo a una disposición que descartó el sistema de precios sin proponer un sustituto adecuado y a una creencia de que sería fácil hacer mucho más y mejor por medio de un plan central. A vez, esto condujo a una sobreestimación sobre grado de acuerdo de los objetivos específicos, lo que dio lugar a la creencia de que se podría lograr un amplio acuerdo sobre un “plan” redactado en términos precisos y por lo tanto evitar conflictos de intereses que podían resolverse únicamente por la coacción. Los medios que los colectivistas emplean son fundamentalmente inconsistentes con los objetivos que buscan alcanzar. Un Estado con el poder de hacer el bien, por la misma razón, está en condiciones de hacer daño; y hay muchas razones para creer que el poder, tarde o temprano, llegará a las manos de aquellos que lo utilizarán para fines malignos. 

       La creencia colectivista en la capacidad de la acción directa del Estado para poner remedio a todos los males es, sin embargo, una reacción comprensible a un error básico a la filosofía individualista del siglo XIX. Esta filosofía casi no le asignaba ningún rol al Estado que no sea el mantenimiento del orden y el cumplimiento de los contratos. Era una filosofía negativa. El Estado sólo podía hacer daño. Dejar hacer [lassez-faire] debe ser la regla. Al adoptar esta posición, se subestimó el peligro de los individuaos para, a través del acuerdo y la combinación, usurpar el poder y efectivamente limitar la libertad de otros individuos; se fallo en ver que existían algunas funciones del sistema de precios que no podían realizarse y que, a menos que otras funciones sean provistas, el sistema de precios no puede cumplir eficazmente las tareas para las que está admirablemente equipado. 

      Una nueva fe debe evitar ambos errores. Se debe dar un lugar importante a la severa limitación del poder del Estado de interferir en las actividades de los individuos; al mismo tiempo, se debe reconocer explícitamente que hay funciones positivas importantes que deben ser realizadas por el Estado. La doctrina a veces denominada neo-liberalismo, que ha venido desarrollándose más o menos simultáneamente en muchas partes del mundo y que en América se asocia particularmente con el nombre de Henry Simons, es la fe buscada. Nadie puede afirmar que esta doctrina triunfará. Sólo puede decirse que se trata de formas ideales para llenar el vacío que me parece que está desarrollándose en las creencias de las clases intelectuales de todo el mundo. 

      El neo-liberalismo aceptaría el énfasis liberal del siglo XIX sobre la importancia fundamental del individuo, pero sustituiría el objetivo del siglo XIX del dejar hacer como medio para este fin, el objetivo sería el orden competitivo. Se trataría de utilizar la competencia entre los productores para proteger a los consumidores frente a la explotación, la competencia entre los empleadores para proteger a los trabajadores y a los dueños de la propiedad, y la competencia entre los consumidores para proteger a las propias empresas. El Estado sería el vigilante del sistema, estableciendo condiciones favorables para la competencia y previniendo el monopolio, proveyendo un marco monetario estable, y aliviando la miseria y la angustia extrema. Los ciudadanos estarían protegidos contra el Estado por la existencia de un mercado privado; y cada uno protegido contra el otro, por la conservación de la competencia. 

     El programa diseñado para implementar esta visión no se puede describir aquí en la totalidad de su detalle. Pero se puede ampliar un poco acerca de las funciones que serían ejercidas por el Estado, ya que este es el aspecto en el que se diferencia tanto del individualismo como del colectivismo del siglo XIX. El Estado, por supuesto, tiene la función de mantener la ley y el orden y de participar en las “obras públicas” en el sentido clásico. Pero más allá de esto, tendría la función de proporcionar un marco en el que la libre competencia podría florecer y el sistema de precios operar con eficacia. Esto implica dos tareas principales: en primer lugar, la preservación de la libertad para establecer empresas en cualquier área, para acceder a cualquier profesión u ocupación; en segundo lugar, proveer estabilidad monetaria. 

      Lo primero requiere evitar la regulación estatal del ingreso, el establecimiento de reglas para el funcionamiento de las empresas comerciales que haría más difícil o imposible a una empresa mantener alejados a los competidores por cualquier medio distinto que no sea la venta de un producto mejor a precio más bajo, y la prohibición de coalición o acciones de las empresas para la restricción comercial. Creo que la experiencia estadounidense demuestra que la acción podría producir un alto grado de competencia sin ninguna intervención importante por parte del Estado. No cabe duda que las leyes antimonopolios Sherman, a pesar de la falta de aplicación vigorosa durante la mayor parte de su existencia, son una de las principales razones del mayor grado de competencia en los Estados Unidos que en Europa.
     
     La provisión de estabilidad monetaria requeriría una reforma del sistema monetario y bancario para eliminar la creación privada de dinero y someter los cambios en la cantidad de dinero a reglas definidas destinadas a alcanzar tal estabilidad. El suministro de dinero, excepto el dinero puramente mercancía, no puede dejarse a la competencia y siempre ha sido reconocido como una función apropiada del Estado. De hecho, es irónico y trágico que las consecuencias de la falta de planificación del gobierno en esta área –y, en mi opinión, las situaciones extremas de la inflación y la depresión que son sus consecuencias- debe formar una parte de la supuesta causa contra la empresa privada, y debe ser citado como razones para dar el control al gobierno aún sobre otras áreas. 

     Por último, el gobierno tendría la función de aliviar la miseria y la angustia. Nuestros sentimientos humanitarios demandan que algunas previsiones deben ser realizadas para quienes no han tenido suerte en la lotería de la vida. Nuestro mundo se ha vuelto demasiado complicado y enredado, y hemos llegado a ser demasiados sensibles para dejar esta función en su totalidad a la caridad privada o a la responsabilidad local. Es esencial, sin embargo, que la realización de esta función implique un mínimo de interferencia con el mercado. Existe una justificación para subvencionar a las personas que son pobres, sean agricultores o habitantes de las ciudades, jóvenes o viejos. No existe justificación para subvencionar a los agricultores por ser agricultores más que porque son pobres. Existe justificación para tratar de lograr un ingreso mínimo para todos; no hay ninguna justificación para establecer un salario mínimo y aumentar así el número de personas sin ingresos; no hay justificación para tratar de lograr un mínimo de consumo de pan separadamente, de carne separadamente, y así sucesivamente. 

        Estos son amplios poderes e importantes responsabilidades que el neo-liberal le otorga al Estado. Pero el punto esencial es que son poderes que están limitados en su alcance y capaces de ser ejercidos por normas generales que se aplican a todos. Están diseñados para permitir el gobierno de la ley y no por orden administrativa. Dejan margen al ejercicio de la iniciativa individual para millones de unidades económicas independientes. Dan lugar a la eficiencia sin parangón del sistema de precios impersonal que coordina las actividades económicas de estas unidades. Y, por sobre todo, al dejar en su mayor parte en manos privadas la propiedad y explotación de los recursos económicos, conservan un máximo de iniciativa individual y libertad.

     Incluso, si estoy en lo correcto en mi creencia de que la tendencia de la opinión hacia el colectivismo ha pasado su pico y se ha invertido, aún podemos estar condenados a un largo período de colectivismo. La tendencia de la legislación se encuentra todavía en esa dirección; y, por desgracia, el colectivismo es probable que sea mucho más difícil de revertir o cambiar fundamentalmente por el dejar hacer, sobre todo si vamos tan lejos como para socavar los elementos esenciales de la democracia política. Y esta tendencia, que estaría presente en cualquier caso, es cierto que se acelera radicalmente por la guerra fría, y mucho más por la terrible alternativa de una guerra a gran escala. Pero si estos obstáculos pueden ser superados, el neoliberalismo ofrece una verdadera esperanza de un futuro mejor, una esperanza que ya es una fuerte corriente transversal de opinión y que es capaz de capturar el entusiasmo de los hombres de buena voluntad en todas partes y, por lo tanto, convertirse en la principal corriente de opinión.


ORIGINAL EN INGLÉS 
https://miltonfriedman.hoover.org/friedman_images/Collections/2016c21/Farmand_02_17_1951.pdf


(1) Traducción: Esteban Leiva. Material para uso interno del seminario de grado Concepciones del poder: el neoliberalismo en cuestión. Escuela de Ciencias de la Educación y Escuela de Historia, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba. Marzo de 2016. 

(2)  [N. de T.] La expresión “by the purse” hace referencia a la bolsa de tela o cuero que contenía el dinero en los tiempos en que la ropa, por lo general, no tenía bolsillo. Como la ‘bolsa’ cargada de monedas se ataba a la cintura por medio de cordones, era habitual encontrarse en los mercados con ‘expertos de lo ajeno’ que podían cortar dicho cordón y hacerse del dinero. En este sentido, Friedman utiliza la expresión para señalar la política económica que antes de incidir en el sistema de precios se dirige directamente a restringir el nivel presupuestario de los sujetos de manera de disminuir su capacidad de demanda.

(3)  [N. de. T] Friedman para referir al peligro del control económico utiliza la expresión ‘individual freedom and liberty’ que hemos optado por traducir como ‘iniciativa individual’ y ‘libertad’, respectivamente. Para ello hemos seguido la distinción que Isaiah Berlin encuentra en la noción de ‘libertad política’. Por un lado, estaría la ‘libertad negativa’ de un sujeto –persona o grupo- que se le deja hacer sin ninguna interferencia. Por otro, la ‘libertad positiva’ que se interroga por qué o quién “es la causa de control o interferencia que puede determinar que alguien haga o sea una cosa u otra” (Berlin, I. Dos conceptos de libertad y otros escritos. Madrid, Alianza, 2001. Pg. 47). En este sentido, la ‘iniciativa individual’ [individual freedom] expresaría en términos económicos el sentido de la libertad positiva, mientras ‘libertad’ [liberty] correspondería al sentido negativo.