LOS CAMINOS DE LA LIBERACIÓN
(escrito en 1975)
(escrito en 1975)
En algunos países del llamado Tercer Mundo
–China, Vietnam, Corea y Cuba- existen ya regímenes que se autotitulan socialistas
y que asumen la doctrina marxista. Es preciso analizar la naturaleza económica
social de estos regímenes para ver hasta qué punto es lícito considerarlos como
auténticamente socialistas y puedan constituir un modelo de sociedad para el
resto de los países dependientes.
Por ser el modelo de la URSS, con las
inevitables diferencias debidas a las particularidades nacionales, el adoptado
por todos los países que hasta ahora han derrocado al capitalismo privado, es
necesario analizar la verdadera naturaleza del régimen ruso, determinar si se
trata de una transición al socialismo, de un capitalismo de Estado o de un
nuevo tipo de sociedad sui géneris. Esta discusión comenzó en la propia URSS
inmediatamente después de la toma del poder. Ya en abril de 1918 la corriente izquierdista
encabezada por Ossinskly advertía sobre el peligro de que el régimen
revolucionara no hacia el socialismo, sino hacia el capitalismo de Estado. Frente a esas críticas de izquierda, Lenin
respondía no para afirmar que en Rusia se iba hacia el socialismo, lo que era
para él absolutamente imposible sin la revolución de los países avanzados, sino
para defender al capitalismo de Estado como única salida en las condiciones de
atraso en que se hallaba Rusia. Lenin es muy claro al respecto cuando afirma:
“La realidad no dice que el capitalismo de Estado sería, para nosotros, un paso
adelante. Si pudiéramos realizar en Rusia a corto plazo el capitalismo de
Estado, ello sería una victoria (…). Pero si se reflexiona un poco sobre lo que
significaría poder implantar en la Rusia soviética las bases de ese capitalismo
de Estado, entonces veríamos que nadie que estuviera en su sano juicio, que no
tuviera la mente atiborrada con fragmentos de verdades librescas, puede dejar
de admitir que el capitalismo de Estado sería la salvación para nosotros”
(Sesión del C.E.C. de toda Rusia, 1918.) “…considerada la situación actual de
la República Soviética, el capitalismo de Estado sería un paso adelante”. (Sobre el infantilismo de izquierda,
1918.)[1]
Para Lenin ese capitalismo de Estado,
históricamente necesario, era sólo un paso para llegar al socialismo. Era demasiado pronto para advertir, en esos
años, que el capitalismo de Estado engendraría una nueva clase –la alta burocracia estatal- que se convertiría
en el principal obstáculo para la transición al socialismo. Lenin veía
claramente la creciente tendencia a la burocratización, pero no acertaba a dar
con las causas: la atribuía a rémoras del pasado, al atraso de Rusia, a la
guerra civil, cuando en realidad el poder de la burocracia no venía del pasado,
sino de la nueva realidad del país, es decir, del capitalismo de Estado que el
propio Lenin impulsaba. El
drama de los últimos días de Lenin fue su lucha desesperada e impotente contra
el ascenso irresistible de la burocracia, que él mismo había contribuido a
formar al impulsar el capitalismo de Estado.
Ya en 1929, Christian Rakovsky, uno de los
principales dirigentes de la “oposición de izquierda”, escribía que la URSS se
había transformado en un estado obrero con deformaciones burocráticas –tal como
la definiera Lenin- en su Estado burocrático con sólo un elemento proletario
residual. Según Isaac Deutscher, Trotsky
citaba en esa época la definición de Rakovsky con aire aprobador[2].
En su obra de 1936 La revolución traicionada, Trotsky formula por primera vez en forma
sistemática su concepción de la naturaleza de la URSS. Se trataría, según él,
de una sociedad intermedia entre el capitalismo y el socialismo, donde las
fuerzas productivas demasiado débiles no permitieron a la propiedad del Estado
un carácter socialista y alentaron en cambio la propensión a la acumulación
primitiva, a la repartición de carácter burgués y al desarrollo de una
burocracia que degenera en una casta incontrolable. Pero Trotsky niega a definir a la URSS como un
capitalismo de Estado y a la burocracia como una clase explotadora,
caracterizándola tan sólo como una excrecencia mórbida sobre el cuerpo de la
clase obrera. No obstante, Trotsky reconoce que
el equilibrio social del Estado stalinista es inestable y que a la larga se
impondrá el socialismo o se volverá al capitalismo. “Los medios de producción
pertenecen al Estado. El Estado pertenece
en cierto modo a la burocracia. Si
estas relaciones todavía recientes se estabilizaran o se legalizaran, se
hicieran normales sin resistencia de los trabajadores, terminarán con la
liquidación completa de las conquistas del proletariado”[3].
Con el paso de los años la burocracia, lejos
de desaparecer, se estabilizó después de la muerte de Stalin y de la posterior
desestalinización burocrática. Consecuente
con su propio pensamiento, si Trotsky hubiera seguido viviendo habría debido
rectificar su caracterización de la burocracia como fase transitoria,
reconociendo que se trataba de un nuevo estado de desarrollo de la sociedad
rusa, de un sistema social y económico nuevo y del surgimiento de una nueva
clase destinada a perdurar. Un
régimen transitorio que permanece deja de ser transitorio para pasar a ser un
sistema establecido que conforma una estructura nueva de la sociedad.
La verdadera naturaleza económico-social de la
URSS ha sido interpretada correctamente como un capitalismo burocrático de
Estado desde el principio de la propia URSS por la Corriente de Oposición de
izquierda que encabezaban Christian Rakovsky y Ossinsky y por algunos
mencheviques como Martov. Del
mismo modo fue caracterizado por los alemanes Kautsky, Karl Korsch y Rosemberg,
por los austríacos Otto Bauer y Rudolf Hilferding y por los holandeses Gorter y
Pannekoek. En Italia la caracterización de capitalismo de Estado fue formulada
por la escisión del Partido Comunista italiano que encabezó Amadeo Bordiga y
por la socialdemocracia agrupada en la revista Critica Sociale, orientada por Rodolfo Mondolfo –Bolchevismo y capitalismo de Estado-. Por su parte, un ex trotskista, Bruno Rizzi –La colectivización del mundo-, crea el
término “colectivismo burocrático” adoptado años más tarde por Humberto Melotti
–Marx y el Tercer Mundo- y Antonio
Carlo –La naturaleza socioeconómica de la
URSS.
La teoría del capitalismo burocrático de
Estado se impuso igualmente tras la muerte de Trotsky en los círculos más
allegados a él: el grupo trotskysta de México inspirado por G. Munis, la propia
Natalia Sedova Trotsky y la secretaria de Trotsky, Raya Dunayeskaya –Marxismo y libertad.
En Estados Unidos el grupo que rompe con el
partido trotskista “Social Workers Party”, encabezada por Max Shachtmann –La revolución burocrática- y Michael
Harrington –Socialismo- caracteriza a
la URSS como “colectivismo burocrático” sin tener conocimiento de idéntico
término usado por Bruno Rizzi en Italia. La teoría del “colectivismo
burocrático” es continuada luego por el grupo “Internacional Socialism”,
encabezado por Hal Drapper –Las dos almas
del socialismo-. En
realidad muchas de las diferencias entre la teoría del “colectivismo
burocrático” en su versión norteamericana y la teoría del capitalismo burocrático
de Estado son meramente terminológicas.
También algunos investigadores independientes
al margen de los partidos intentan una descripción del capitalismo de Estado
ruso: Ygael Gluckstein –La naturaleza de
la Rusia stalinista-, David Rousset –La
sociedad estallada- y Charles Bettleheim –Lucha de clases en la URSS-. Si bien la escuela de Francfort –Horkheimer,
Adorno, Marcuse- no ha realizado estudios económicos específicos sobre la URSS,
también puede ubicarse dentro de esta tendencia interpretativa.
Los grupos políticos que más han hecho para
imponer la teoría del capitalismo burocrático de Estado después de la Segunda
Guerra Mundial han sido en Francia “Socialismo o barbarie”, encabezado por
Cornelius Castoriades –La sociedad
burocrática-, Claude Lefort –Qué es
la burocracia- e Yvon Bourdet; y en Inglaterra “Internacional Socialism”, encabezada por Tony Cliff –Rusia: un análisis marxista-.
Lo más interesante es que dentro de los
propios regímenes burocráticos comienzan a surgir movimientos de oposición de
izquierda que encaran la crítica del capitalismo de Estado. No interesa la
superficial visión del ex burócrata Milovan Djilas –La nueva clase- sino la de los militantes polacos Karol Modezelwsky
y Jacek Juron –Carta abierta al Partido
Obrero unificado Polaco-. Los
maoístas, por su parte, han descubierto tardíamente el carácter capitalista de
la URSS, pero lo hacen empezar con la muerte de Stalin, y además olvidan el
carácter también capitalista burocrático de la propia China. Similar posición a la de los maoístas es la
del grupo italiano de “Il Manifesto” encabezado por Rossana Rossanda.
La correcta interpretación de la naturaleza
económico-social de la URSS –capitalismo burocrático de Estado- ha sido
ocultada a la vez por los simpatizantes de los regímenes burocráticos
empreñarlos en hacerlos pasar por socialistas, y por los antisocialistas
interesado en hacer pasar al socialismo por un régimen de terror policial.
La propiedad colectiva de los medios de
producción que efectivamente existe en la URSS, China y los demás países
vulgarmente llamados “comunistas” permite tanto a sus adversarios como a sus
simpatizantes calificarlos como países socialistas o en transición hacia el
socialismo. La propiedad colectiva es la
condición necesaria pero no suficiente para la construcción del socialismo. La supresión de la propiedad privada no es
sinónimo de socialismo, como lo prueba la existencia de numerosas sociedades en
la historia donde la propiedad era estatal y, no obstante, se basan en la
explotación de las masas trabajadoras; tal el despotismo oriental en la época
clásica o el imperio incaico, como vimos al analizar el modo de producción asiático.
El título de propiedad es, en
realidad, una cuestión formal, jurídica y por lo tanto transitoria. En las relaciones capitalistas de producción
lo que importa es quién tiene el control de la propiedad, sea ésta privada o
colectiva.
En ninguno de los países llamados vulgarmente
socialistas la clase trabajadora tiene el control de la sociedad estatizada,
que está en manos de una nueva clase dominante y opresora.
La burocracia tiene la dirección de la
producción y goza de los beneficios de la misma en la distribución, qué puede
importarle, por lo tanto, no tener títulos de propiedad.
El socialismo no reduce por lo tanto a la
modificación de las relaciones de propiedad; es preciso además la modificación
de las relaciones de producción, las relaciones entre las clases, es decir,
quién organiza el trabajo determinando las horas, el ritmo, etc., y la
repartición del excedente económico, el destino que se le dará a las nuevas
inversiones y al consumo improductivo. En ninguno de los países vulgarmente llamados
socialistas, la clase trabajadora tiene en sus manos la dirección y
organización de la actividad productiva; por el contrario, está reducida al
papel de simple ejecutante. Es la
alta burocracia quien controla la producción y decide que el obrero produzca
más por el mismo salario, aumentando las horas de trabajo y el ritmo. La alta burocracia puede decidir orientar la
producción hacia la producción de material bélico y no de viviendas, y de
artículos de consumo para los trabajadores, así como también en la parte
adjudicada para el consumo suntuario de la propia burocracia. El carácter de explotación de clase de la
administración burocrática de la producción está dado precisamente por el
reparto que se hace del producto social en su propio beneficio, sin participar
directamente del trabajo productivo.
La clase trabajadora es jurídicamente dueña de
los medios de producción, pero en realidad no administra la producción, por lo
que el igualitarismo de estas sociedades es tan meramente formal y despojado de
todo contenido como la “igualdad de todos los ciudadanos” según las
constituciones de las democracias burguesas.
La esencia de las relaciones capitalistas de
producción no reside en la propiedad privada o estatal de los medios de
producción, sino en la división entre dirigentes y dirigidos, en la desposesión
de los productores directos del libre uso de los medios de trabajo, lo que
permite a una categoría social el derecho de disponer de la plusvalía producida
por aquél.
Ninguna de las características de la sociedad
en transición al socialismo se dan en la URSS: el Estado, lejos de estar en
proceso de extinción, como proclamaron desde Marx a Lenin, es más fuerte y está
más separado de las masas que ningún otro país capitalista, no es elegido ni
revocable. Los órganos del Estado burgués,
como el ejército y la policía, no han sido sustituidos por el pueblo en armas,
siguen estando separados de las masas y su función es reprimir a las mismas. Al no existir ningún organismo de democracia
directa de masas, subsiste como en el Estado burgués la distinción neta y
tajante entre gobernantes y gobernados.
Los productos en la URSS no son repartidos de
acuerdo con órdenes administrativas, sino que circulan por medio de actos de
compraventa, son vendidos a cambio de moneda y no de bonos de estado, tal como
preveía Marx en Crítica del Programa de
Gotha. El productor directo está despojado de los medios de producción, es
un asalariado, su fuerza de trabajo es una mercancía que se vende a un precio
negociado por el empleador, en este caso el Estado burocrático. Los bienes no son intercambiados de acuerdo
con las necesidades de cada uno, sino como en las sociedades capitalistas,
rigiéndose estrictamente por lo que Marx ha llamado la ley del valor, es decir,
que los valores de uso pierden su característica de tal para convertirse en
simple valores de cambio cuyo precio está determinado por el tiempo de trabajo
que cuesta producirlos.
Los únicos intentos que se ha hecho para
suprimir el trabajo asalariado en los regímenes burocráticos no han sido para
instaurar una relación libre entre los hombres, en los que los productores
directos poseyeran los medios de producción, sino para restaurar el sistema
esclavista a través del trabajo forzado, tal como se dio en los campos de
concentración stalinistas y parcialmente en los “centros de reeducación”
castristas. Los defensores más conscientes y
realistas de los regímenes burocráticos lo dicen con todas las letras. Franz
Hinkelammert, por ejemplo, confiesa con todo desparpajo: “De hecho el
socialismo no es –ni puede serlo- superación de las relaciones mercantiles y,
en este sentido, representa una utilización consciente de la ley del valor.
Pero lo es por esencia, no por azar”[4].
En los regímenes burocráticos existen, por lo
tanto, todas las características del sistema capitalista: la leu del valor,
relaciones mercantiles de producción, sistema monetario, trabajo asalariado y
la consecuencia de estas características de tipo capitalista es, como en las
sociedades capitalistas, la división tajante entre dirigentes y ejecutantes, es
decir, la existencia de una clase dominante. No importa que la alta burocracia no posea el
título privado de los medios de producción, pues al poseer el Estado –que sigue
siendo un aparato separado de la clase trabajadora- posee el conjunto de los
medios de producción estatizados, no directamente en forma de propiedad
burguesa, sino indirectamente bajo la forma de la función pública. La alta burocracia es efectivamente una clase
dominante porque acumula ganancias, no individualmente, como la clase burguesa,
sino colectivamente, repartiendo entre sus miembros las ganancias globales de
la plusvalía nacional. La
base del poder de la alta burocracia residen en el dominio de las relaciones de
producción, y en eso ha consistido siempre en todas las sociedades la base del
poder de una clase sobre otra, más allá de las relaciones de propiedad, sean
éstas de tipo feudal, capitalista o estatista. En la relaciones de producción y no en las
relaciones de propiedad, que son formas históricas transitorias, se esconde la
esencia de la dominación del amo sobre el esclavo.
Cuando los troskistas caracterizan el fenómeno
burocrático como una mera deformación o degeneración de un sistema que
básicamente seguiría siendo socialista, se quedan en el plano superestructural
y no van a la infraestructura económica donde tiene su origen la burocracia; es
decir, reducen la naturaleza del socialismo a las relaciones de propiedad que,
como ya dijimos, son relaciones formalmente jurídicas y, por lo tanto, superestructurales,
y no van a las relaciones de producción, que en la URSS siguen siendo de
carácter capitalista aunque de un tipo especial.
La destitución de la burocracia no puede, por
lo tanto, ser sólo obra de una revolución política sino además social y económica.
El socialismo sólo puede consistir en la
igualdad social, en la abolición de las clases y la explotación, en la
abolición de la división entre dirigentes y dirigidos, que no se consigue
solamente con la abolición de la propiedad privada, sino con la dirección
obrera de la sociedad y de la economía a través de organizaciones democráticas
de base, soviets, consejos obreros, comités de fabrica. Marx no concibió separado de la clase
trabajadora y frente al cual ésta no tiene ninguna defensa, sino como una forma
de Asamblea parecida a la Comuna de parís de 1871, nacida del sufragio
universal, sin funcionarios permanentes, y con un pago en armas. Lo mismo sostenía Lenin, a quien los
stalinistas quieren convertir en un partido del autoritarismo.
“Este poder es un poder del mismo tipo que la
Comuna de Paris de 1817. Las
características fundamentales de este tipo de estado: 1º. La fuente del poder no está en la ley
previamente discutida y acordada por un parlamento, sino en la iniciativa
directa, y en la <<toma>> del poder, para emplear un término en
boga. 2º. Sustitución de la policía y del ejercito
como instituciones separadas del pueblo y contrapuesta a él, por el armamento
directo de todo el pueblo; en este estado, el orden público está bajo el amparo
de los mismo obreros y campesinos armados, del pueblo mismo en armas. 3ª. Los funcionarios, la burocracia son
sustituidos también por el gobierno directo del pueblo, o por lo menos, se
someten a un control especial, se transforman en simples mandatarios, no sólo
elegibles, sino que pueden ser removidos en todo momento, en cuanto el pueblo
lo exija; se transforman de casta privilegiada, con una elevada retribución,
con una retribución burguesa de sus <<puestitos>>, en simples
obreros de una <<especialidad>> particular, cuya remuneración no
excede del salario corriente de un obrero calificado[5].
En ninguno de los países actualmente llamados
socialistas existe ningún tipo de organización de autogobierno obrero como
soviets, consejos obreros, comités de fábrica, ni siquiera existen organismos
de defensa obrera frente al Estado como los sindicatos que, según Lenin –Una vez más sobre los sindicatos- deben
seguir existiendo en la primera época de la sociedad capitalista. En tanto no se haya extinguido del Estado –es
decir, en tanto no se realice el comunismo- sólo el control colectivo de la
clase trabajadora sobre el estado garantiza la transición hacia el socialismo e
impide la instauración definitiva del capitalismo de Estado.
La forma estatal con funcionarios separados de
la clase trabajadora es siempre una relación de tipo burgués, sólo la forma
soviética o consejista es proletaria.
Si el Estado no puede desaparecer al minuto
siguiente de la toma del poder por la clase trabajadora, como pretenden los
anarquistas, si debe existir un período de transición en que las funciones del
Estado no pueden ser realizadas todavía directamente por la sociedad, en cambio
es posible y necesario que inmediatamente después de la toma del poder, los
órganos de autogobierno obrero controlen directamente al ejército, la policía y
la administración pública.
Si la clase obrera es sustituida por una élite
en la tarea de construir el socialismo, si delega su poder aunque sea por un
corto período, será muy difícil luego que lo recupere.
Capitalismo burocrático y capitalismo monopolista
Al caracterizar a la URSS, no como un
socialismo degenerado ni como un estado obrero con deformaciones, sino como un
capitalismo burocrático de Estado, debemos marcar la diferencia que este
sistema presenta con respecto al capitalismo monopolista de Estado tal como se
da en Estados Unidos, el Japón o los países más avanzados de Europa. No debe
caerse en las erróneas teorías de Bruno Rizzi –La burocratización del mundo- o de James Burham –La revolución de los directores-, según
las cuales existiría un proceso mundial de burocratización de la sociedad que,
superando al capitalismo y al socialismo por igual, crearía un tipo de sociedad
homogénea dirigida por los burócratas. Según estas teorías, el mismo proceso de
burocratización identificaría a la Rusia “comunista” con la Alemania nazi, la
Italia fascista y aun la Norteamérica del New
Deal. Esto es radicalmente falso porque ni en los países capitalistas de
occidente, ni en la Alemania hitleriana ni en la Italia fascista, el
capitalismo de Estado fue nunca tan integral como en la URSS. Como hemos mostrado en el tercer capítulo, el
Estado en esos países está al servicio de la clase burguesa, que no ha sido
expropiada.
La tendencia del capitalismo monopolista de
los países occidentales hacia la concentración y la centralización cada vez
mayores de las fuerzas productivas, a la dirección de los grandes monopolios
por un poderoso aparato burocrático, y a la fusión cada vez mayor de los
monopolios capitalistas con el Estado nacional, no puede ser llevada hasta sus
últimas consecuencias por las trabas que le imponen la supervivencia de la
propiedad privad y de una clase burguesa.
Para que el capitalismo de Estado pueda
realizar efectivamente, para que una burocracia estatal pueda asumir el control
de la sociedad y de la economía, es necesario que previamente se realice una
auténtica revolución social que destruya a la clase burguesa, aboliendo la
propiedad privada de los medios de producción, lo que sólo ha ocurrido en la URSS
y no en los Estados Unidos del New Deal,
ni en la Italia fascista, ni en la Alemania nazi. La burocracia rusa es el
resultado, por una parte, de una auténtica revolución proletaria que destruyó
el régimen de capitalismo privado, y por otra parte, de la imposibilidad de
construir el socialismo, por el escaso desarrollo de las fuerzas productiva, la
debilidad del proletariado, las insuficientes condiciones técnicas, inadecuadas
para la planificación, y el fracaso de la revolución en los países avanzados.
No existe tal poder mundial de los directores,
como pretenden Burham y Rizzi, porque para que éstos tengan realmente el poder
es preciso previamente liquidar a los burgueses, que son los amos de los
directores. La burocracia rusa, en cambio,
tiene realmente el poder, porque la revolución proletaria –de la que es
usurpadora- expropió previamente a la clase burguesa, para luego ser expropiada
a su vez por la burocracia.
Por lo tanto, en el mundo moderno existen dos
sistemas bien diferenciados, que no son el capitalismo y el socialismo, sino el
capitalismo monopolista de Estado, cuya principal expresión es Estados Unidos,
y el capitalismo burocrático de Estado, cuya máxima expresión es la URSS, y dos
clases dominantes bien diferenciada, que no son la burguesía y el proletariado,
sino la burguesía y la burocracia. La coexistencia pacífica que finalmente han
llegado ambos regímenes –primero Estados Unidos con la URSS, después Estados
Unidos con China, y en un futuro no muy lejano Estados Unidos con Cuba- revelan
el carácter no antagónico entre el capitalismo privado y el capitalismo
burocrático, y la naturaleza no
socialista de éste último. La
coexistencia lleva a la colaboración económica entre ambos regímenes, como lo
prueba el contrato realizado por la URSS con la empresa capitalista FIAT, o la
instalación de la URSS de la empresa norteamericana Pepsi-Cola.
Apología del modo
de producción asiático
La modificación de las relaciones de propiedad
sin la modificación de las relaciones de producción no puede ser calificado de
socialización, ni terminan con la explotación de la clase trabajadora; más aún
la unifican, coordinan, racionalizan e intensifican. La posibilidad de una sociedad sin propiedad
privada y, al mismo tiempo, con una clase opresora y despótica que maneja la propiedad colectiva y explota a las
masas trabajadoras, está probada por la existencia del llamado modo de
producción asiático. El
capitalismo burocrático de Estado de nuestros días no es, por su puestos, la
vuelta al modo de producción asiático, pero las similitudes formales ha llevado
a algunos antisocialistas – como Karl Wittofogel- a establecer un paralelismo
entre ambos sistemas para denigrar al socialismo, y simétricamente algunos
apologistas de los capitalismos burocráticos de nuestros días han terminado
reivindicando al modo de producción asiático, como una forma de socialismo
antiguo. Entre los primeros, en 1928 el
historiador antimarxista Louis Baudin trataba de mostrar en El imperio socialista de los Incas que
el socialismo no es sino una reedición del régimen despótico de los incas,
donde los medios de producción estaban también en poder del Estado.
Una año después, en la Primer Conferencia
Comunista Latinoamericana realizada en Buenos Aires, un marxista, Juan Carlos
Mariátegui, en quien los grandes aciertos se combinan con los grandes errores,
coincidirían con las tesis de Baudin pero cambiándole el signo: en Baudin se
trataba de desprestigiar a los socialistas, en Mariátegui se trataba de
reivindicar a los incas, encontrando en ellos el germen del socialismo. Dijo
Mariátegui en esa ocasión: “El VI Congreso de la Internacional Comunista ha
señalado una vez más las posibilidad de que los pueblos de economía
rudimentaria inicien directamente una organización económica colectiva, sin
sufrir la larga evolución por la que han pasado otros pueblo. Nosotros pensamos que entre las poblaciones
<<detenidas>> ninguna como la población indígena incaica presenta
condiciones tan favorables para que el comunismo agrario primitivo, subsistente
en una estructura concreta y en un profundo espíritu colectivista, se
transforma, bajo la hegemonía de la clase proletaria, en una de las bases más
sólidas de la sociedad colectivista preconizada por el comunismo marxista”[6].
Muchos años más tarde, en pleno auge del
tercermundismo, Eduardo Astesano retoma estas ideas de Mariátegui, y
llevándolas hasta sus últimas consecuencias, muestra al sistema incaico como el
único y verdadero socialismo histórico, el “socialismo tercermundista antiguo”,
interrumpido por el régimen de propiedad privada que impuso el colonialismo
europeo. Lo que Astesano llama “socialismo
tercermundista antiguo” es lo que Marx
llamaba en forma mucho más sobria “modo de producción asiático”.
Astesano hace extensivo audazmente el
calificativo de socialista a las misiones jesuíticas y al despotismo ilustrado
de Francia en el Paraguay, donde la tierra, en su mayor parte, era propiedad
del Estado. Del hecho de que en las misiones jesuíticas los instrumentos de
producción, las bestias de cargas y arados eran de propiedad pública, y en
parte de la tierra también lo era, siendo el capital acumulado en ella
invertido en obras de interés público, y una parte de la tierra también lo era,
siendo el capital acumulado en ella invertido en obras de interés público,
Astesano deduce que “Los jesuitas (…) inauguraron el camino al socialismo
moderno en el Tercer Mundo”[7].
“Esta unidad nueva entre la comunidad indígena tradicional y el estatismo
misional jesuita constituyó la base para que en el corazón del continente
americano fuera surgiendo un imperio socialista moderno”[8].
Por su parte, dos eruditos sinólogos –Karl
Wittfogel en El despotismo oriental y
Bela Balazs en Civilización china y
burocracia- establecen también una comparación entre los modos de
producción asiáticos y los modernos regímenes burocráticos llamados
socialistas, con el mismo objetivo político de Baudin: desprestigiar al
socialismo. La analogía se basa en que en
ambos tipos de regímenes o existe la propiedad privada, y el poder político y
económico está en manos de una burocracia estatal. Wittfogel estima que si Marx no siguió
desarrollando en sus últimos años la teoría del modo de producción asiático y
Engels la ignoró en El origen de la
familia, la propiedad y el Estado,
se debía a que habían entrevisto en la imagen del despotismo oriental el
futuro de la sociedad socialista que ellos predicaban. El modo de producción asiático mostraba que la
supresión de la propiedad privada y la gestión estatal y planificada de la
economía no excluía la existencia de una casta dominante ni suprimía la
explotación de las masas. Los
funcionarios soviéticos pensaron tal q vez lo mismo que Wittfogel cuando
condenaron, a partir de 1931, la teoría del modo de producción asiático. Pero no puede afirmarse en cambio, como lo
hace Wittfogel, que Marx renunció a seguir desarrollando esta teoría asustado
ante la analogía del despotismo oriental con el socialismo. Marx no concibió
nunca la conducción de la sociedad socialista por medio de una casta
burocrática todopoderosa, tal como se da hoy en los regímenes stalinista o
neostalinista, sino por una forma de
asamblea democrática parecida a la Comuna de París de 1871.
Estamos de acuerdo con Wittfogel en que puede
existir una clase opresora a pesar de no existir la propiedad privad, pero este
tipo de sociedad burocrática no invalida la concepción marxista que define las
relaciones de clase al nivel de las relaciones reales de producción y no de las
relaciones de propiedad que son expresiones jurídicas y por lo tanto
superestructurales. Ya hemos visto que la abolición
de la propiedad privada, la nacionalización de los medios de producción y la
planificación de la economía son la condición necesaria pero no suficiente para
la realización del socialismo; éste no existe sin la dirección obrera de la
producción y del poder político. La
equivocación de Wittfogel, por una parte, y de Astesano, por otra, de asimilar
el modo de producción asiático al socialismo, se deriva de otra equivocación
simétrica que es la de confundir al capitalismo de Estado burocrático
stalinista con el socialismo marxista.
El stalinismo no es un retorno al modo de
producción asiático, imposible en un nivel de las fuerzas productivas
completamente distinto, pero indudablemente hay ciertas similitudes formales
entre ambos sistemas.
EN EL MODO DE PRODUCCIÓN ASIÁTICO –COMO EN
LOS REGÍMENES STALINISTAS- NO EXISTE LA PROPIEDAD PRIVADA, LOS MEDIOS DE
PRODUCCIÓN ESTÁN NACIONALIZADOS Y LA ECONOMÍA PLANIFICADA, PERO LAS MASAS
POPULARES ESTÁN TOTALMENTE EXCLUÍDAS DE LA PRODUCCIÓN Y DE LA GESTIÓN POLÍTICA
Y SOCIAL, QUE CORRE POR CUENTA EXCLUSIVA DE LA BUROCRACIA ESTATAL. MÁS AÚN,
DEBE DECIRSE QUE LA COLECTIVIZACIÓN DE LA PROPIEDAD, CUANDO NO VA ACOMPAÑADA
POR LA CONDUCCIÓN DIRECTA DE LAS MASAS, SIGNIFICA UN PERFECCIONAMIENTO DE LOS
MÉTODOS DE EXPLOTACIÓN. Con
respecto al supuesto socialismo incaico hay que recordad que el tributo pagado
en servicios particulares y en objetos fabricados iba a aumentar el poder y la
riqueza de la casta dominante; sólo una parte de la producción era destinada a
las necesidades del pueblo. LA EXPLOTACIÓN ORGANIZADA DEL PUEBLO, CUYA
FUERZA PRODUCTIVA ERA REQUISADA Y
CONTROLADA POR MÉTODOS COERCITIVOS, HIZO POSIBLE LA FORMACIÓN DE UN TESORO COMO
EL ROBADO A LOS INCAS POR PIZARRO.
La asimilación de los regímenes burocráticos
al modo de producción asiático tiene un intérprete más sutil en el marxólogo
Umberto Melotti, para quien la raíz de los “colectivismos burocráticos”
instaurados en la URSS, China o Egipto se encuentran en el modo de producción
asiático del que estos países parte. “En realidad, la continuidad en el tiempo
y en el espacio del modo de producción asiático y del colectivismo burocrático,
del despotismo oriental y del totalitarismo seudosocialista, difícilmente puede
concebirse casual (…) el pasaje al colectivismo burocrático constituye el
típico desarrollo de aquellos países fundados sobre el modo de producción
asiático o semiasiático que no han conocido una prolongada y profunda
influencia externa del modo capitalista de producción”[9].
Se puede coincidir con Melotti en encontrar
similitudes formales y superestructurales entre los capitalismos burocráticos
de Estado –que él llama “colectivismos burocráticos- y el modo de producción
asiático, pero de ello no se puede deducir un necesario pasaje en determinados
países, al modo de producción asiático al burocratismo seudosocialista actual. No puede decirse, por ejemplo, que el régimen
nasserista de Egipto es la continuación del modo de producción asiático de los
faraones, porque este régimen había desaparecido muchos siglos antes de la
aparición de Nasser. Entre
el Egipto de los faraones y el Egipto de nascer está el imperio romano, la
dominación árabe, el imperio otomano y el imperialismo inglés, y a través de
todos estos avatares obviamente no se mantiene el modo de producción asiático.
En cuanto a Rusia, existieron efectivamente
formas semiasiáticas: el Estado todopoderoso y el mir, comunidad aldeana organizada en forma comunitaria, en la que
los populistas rusos vieron el germen de una nueva sociedad igualitaria basada
en la propiedad colectiva de la tierra. Pero también existió un feudalismo,
aunque imperfecto, lo que permitió el paso al capitalismo. Ya a partir de las reformas de 1861 se
destruyeron en Rusia las formas precapitalistas, entre ellas la comunidad
rural. EN 1899 LENIN, EN SU OBRA EL
DESARROLLO DEL CAPITALISMO EN RUSIA, MUESTRA EN EL RÉGIMEN DE RELACIONES
ECONÓMICO-SOCIALES EN EL CAMPESINADO, LA EXISTENCIA DE TODAS LAS
CONTRADICCIONES PROPIAS DE CUALQUIER PROPIAS DE CUALQUIER ECONOMÍA MERCANTIL, DE
CUALQUIER CAPITALISMO, ENTRE ELLAS EL ACAPARAMIENTO DE LA TIERRA POR UNA
MINORÍA Y EL DESPLAZAMIENTO DE LA MAYORÍA A LAS FILAS DEL PROLETARIADO. EN
1917, CUANDO ESTALLA LA REVOLUCIÓN, RUSIA YA ES UN PAÍS CAPITALISTA AUNQUE
ATRASADO, Y NO SE PUEDE ENCONTRAR EN ÉL NI EL MENOR RASTRO DEL MODO DE
PRODUCCIÓN ASIÁTICO.
En China,
que es el país clásico del modo de producción asiático, el mismo
desaparece con la entrada del imperialismo al imponer éste la propiedad privada
de la tierra. Durante los años de la revolución
comunista, las clases dirigentes no son ya los mandarines sino los
terratenientes y la burguesía compradora. Los campesinos se levantan precisamente contra
los terratenientes, los dueños de la tierra, que no podrían existir si
perdurara aún el modo de producción asiático, cuyas características, es, por lo
contrario, la propiedad estatal de la tierra. Del despotismo oriental a Mao Tse-tung se
pasa, pues, por un largo período de capitalismo atrasado y dependiente.
La instauración de regímenes burocráticos en
ciertos países no se debe, pues, a una continuidad con el modo de producción
asiático, que ya había sido destruido en todo ellos, sino a la debilidad de una
burguesía nacional formada en la mayoría de los casos bajo el impulso del
imperialismo, a la no realización de una profunda revolución
democráticoburguesa, que debió a ser hecha a destiempo por una burocracia
política con métodos propios, como veremos en seguida.
La socialización del atraso
Los capitalismo burocráticos de Estado que se
instauran en los países atrasados, que se proclaman socialistas y se justifican
apoyándose en el marxismo, constituyen en realidad una contradicción flagrante
a las teorías del marxismo clásico.
En el famoso párrafo del prefacio de la Crítica de la economía política, Marx
señala las condiciones de toda revolución: “Un estado social jamás muere antes
de que se hayan desarrollo todas las fuerzas productivas que podía encerrar.
Nuevas relaciones de producción, superiores a las antiguas, no ocupan su lugar
antes de que sus razones de ser materiales se hayan desarrollado en el seño de
la vieja sociedad”[10].
De acuerdo con este enunciado es necesario
admitir que ni en la Rusia de 1917, menos en la China de 1949, y mucho menos
aún en la Cuba de 1959, se daban las condiciones indispensables para la
abolición de la sociedad capitalista y la construcción de una sociedad
socialista. En ninguno de estos países, en el momento de la revolución, la
economía capitalista había alcanzado el pleno desarrollo de todas las fuerzas productivas. En ninguno de ellos las fuerzas productivas se habían desarrollado tanto para que la
relación de producción capitalista constituyera un freno ante nuevos avances.
En ninguno de ellos las contradicciones entre las fuerzas productivas y las
relaciones de producción habían llegado al punto culminante que hace inevitable
la revolución. La condición y premisa para el paso a la sociedad socialista es
el desarrollo máximo del capitalismo y una consiguiente economía de abundancia,
que permita socializar la riqueza, en tanto que en estos países se da, por el
contrario, un atraso en el desarrollo capitalista y no hay nada para socializar sino
la miseria. En todos estos países la producción agrícola predomina sobre la
industria, el proletariado urbano es débil, y la técnica es rudimentaria. Fue
preciso, por tanto, para los conductores de esas revoluciones, dar vuelta la
teoría marxista, y la revolución de los países capitalistas avanzados llevada a cabo por la clase obrera urbana fue
transformada en revolución en los países atrasados llevadas a cabo por las
masas campesinas, por la élites intelectuales o por el Ejército.
La autosuficiencia de los grupos
tercermundistas de vanguardia los lleva a creer que pueden sustituir a la vez a
la burguesía en su tarea de desarrollo de las fuerzas productivas, y al
proletariado en su tarea de construir la sociedad socialista. Pero en realidad
no existe ninguna fuerza social fuera de
la burguesía y del proletariado; cuando un grupo dirigente –ya sea el Partido
Comunista o el Ejército- pretende sustituirlas, no hace sino tomar al lugar de
la burguesía para realizar la acumulación primitiva y el crecimiento acelerado,
y explotar por lo tanto al proletariado, aunque pretenda todo lo contrario.
Criticar a las revoluciones que mal o bien se
han hecho, porque no se ajustan a la teoría marxista, puede ser una actitud de
dogmatismo o idealismo puro. Se trataría, en efecto, de un respeto
supersticioso de los textos sagrado y un rechazo de la realidad cambiante. Pero
la realidad cambiante precisamente da la razón a la teoría marxista, en contra
del oportunismo antiteórico, mostrando que una revolución que se hace de
cualquier modo y en cualquier circunstancia sin responder a determinadas
condiciones, delineadas por el marxismo, terminan inevitablemente en el
fracaso, o se convierten en otra cosa que nada tiene que ver con el socialismo.
Marx y Engels pensaban en su época que la
revolución sólo podía venir de Inglaterra o de Alemania, los países con un
desarrollo industrial superior. Lenin y Trotsky, por su parte, cuando tomaron
el poder en Rusia pensaban que sólo podían cumplir sus objetivos si triunfaba
al poco tiempo la revolución en Alemania. Lenin se mantuvo fiel a la teoría
marxista clásica sobre la absoluta imposibilidad de la revolución en un país
atrasado. En su discurso del 4 de junio de 1918 dice: “Todos nosotros –por lo
menos quienes nos apoyamos en la ciencia y en el socialismo- sabemos que el
socialismo no puede ser realizado sino en la medida en que el capitalismo
internacional haya desarrollado sus premisas naturales y técnicas en una escala
grandiosa y sobre bases científicas (…) No nos ocultamos el hecho de que solos,
con nuestras únicas fuerzas, no es posible hacer una revolución socialista, ni
aun país menos atrasado que Rusia misma, y también en condiciones mucho más
fáciles que las de un pueblo que ha pasado cuatro años de guerra dolorosa,
terriblemente dolorosa”[11].
Hasta su muerte, Lenin y Trosky siguieron
sosteniendo que el destino del régimen soviético estaba indisolublemente ligado
al de la revolución en los países avanzados. La idea de que la revolución
pudiera seguir adelante sola en un país atrasado como Rusia es creación
exclusiva de Stalin. Lo más curioso es que el propio Stalin sostenía en un
folleto 1924 –Los fundamentos del
leninismo- la misma teoría de Lenin y Trostsky: “Para la victoria final del
socialismo, para la organización de la producción socialista, los esfuerzos de
un solo país, sobre todo de una nación campesina como Rusia, son insuficientes,
para ellos son necesarios los esfuerzos del proletariado de los países
avanzados”. Este folleto fue luego retirado de circulación y considerado
apócrifo, para que Stalin pudiera convertirse no sólo en el teórico del
“socialismo en un solo país”, sino también en el precursor de la teoría
tercermundista, según la cual es posible realizar una revolución en países
atrasados sin esperar la revolución en los países avanzados.
Si de acuerdo con la perspectiva marxista las
fuerzas productivas determinan las relaciones sociales, y no a la inversa,
debemos admitir que, donde las fuerzas productivas no están suficientemente
desarrolladas, aunque triunfe una revolución de tipo proletario, ésta no podrá
construir el socialismo sino asumir la tarea que en otros países realizó la
burguesía: la acumulación primitiva. Esto implica la explotación de la clase
trabajadora, pero como ésta no puede explotarse a sí misma, será desplazada del
poder por una burocracia que asumirá sin titubeos la tarea de explotación. El partido bolchevique se vio obligado a hacer
en la práctica lo que en teoría negaba –el desarrollo del modo de producción
capitalista-. La toma del poder había sido
relativamente fácil, pero la construcción del socialismo ya fue imposible. Los bolcheviques se vieron entonces en la
trágica situación que ya Engels había descripto al referirse a las guerras
campesinas de Alemania, y que cobraba ahora una terrible actualidad: “Lo peor
que puede suceder al jefe de un partido extremo es ser forzado a encargarse del
gobierno en un momento en el que el movimiento no ha madurado lo suficiente
como para que la clase que representa pueda asumir el mando y como para que
puedan aplicarse las medidas necesarias para la dominación de esta clase. Lo que realmente puede hacer no depende de su propia voluntad, sino el grado de tensión
a que llega el antagonismo de las diferentes clases y del desarrollo de las
condiciones de vida material, del régimen de la producción y circulación, que
son la base fundamental del desarrollo de los antagonismos de clase. Lo que debe
hacer, lo que exige de él su propio
partido, tampoco depende de él ni del grado de desarrollo que ha alcanzado la
lucha de clases y sus condiciones; el jefe se halla ligado por sus doctrinas y
reivindicaciones anteriores, que tampoco son el resultado de las relaciones momentáneas
entre las diferentes clases sociales, no del estado momentáneo y más o menos
casual de la producción y circulación, sino de su capacidad –grande o pequeña-
para comprender los fines generales del movimiento social y político. Se encuentra, pues, necesariamente ante un
dilema insoluble: lo que realmente puede hacer
se halla en contradicción con toda su actuación anterior, con sus principios y
con los intereses inmediatos de su partido; y lo que debe hacer no es realizable. En una palabra, se ve forzado a representar,
no a su partido y su clase, sino la clase llamada a dominar en aquel momento. El interés del propio movimiento le obliga a
servir a una clase que no es la suya y a entretener a la propia con palabras,
promesas y con la afirmación de que los intereses de aquella clase ajena son
los de la suya. Los que ocupan esta posición
ambigua están irremediablemente perdido”[12].
Las alternativas para los hombres que hacen la
revolución en los países atrasados no son más que dos: mantenerse fieles a sus principio
y ser derrotados por las condiciones que no pueden modificar, tal el caso de
Trotsky o del Che Guevara, o tirar los principios por la borda y dejarse
corromper por las condiciones, tal el caso de Stalin o Fidel Castro: o mártires
u opresores.
Lo que los movimientos revolucionarios en los
países atrasados deberían hacer es el socialismo, pero lo que pueden hacer es
sólo el capitalismo; pese a la voluntad de los conductores de la revolución, el
capitalismo incumplido vuelve a surgir. Es así como los objetivos que
finalmente logran cumplir estas revoluciones son siempre democráticoburguesas y
no socialistas: formación de un Estado nacional moderno, industrialización,
destrucción de relaciones precapitalistas en el campo, transformación de la
vida familiar y cultural despojándolas de las supervivencias primitivas,
alfabetización de las masas. Todos
esos objetivos fueron ya ampliamente logrados en los países capitalistas más
avanzados hacia fines del siglo XIX, pero en ninguno de los países en que se
instauró el capitalismo burocrático hubo antes que eso nada parecido a una
revolución como la que marcó en la Europa Occidental el paso de la sociedad a
la capitalista. El capitalismo burocrático de
Estado constituye, pues, el sucedáneo de esas revoluciones de Europa Occidental
nosotros nos encontramos poco más o menos en el punto alcanzado por Francia en
1793 y en 1871”[13].
El capitalismo burocrático de Estado
constituye, pues, el sucedáneo de las revoluciones burguesas que no se
hicieron. Estas revoluciones llamadas
socialistas son, en realidad, las últimas revoluciones burguesas de la
historia, revoluciones burguesas sin burguesía, en la época de la decadencia
del sistema capitalista, cuyo objetivo es actualizar históricamente a los
países más rezagados y ponerlos en el nivel que países como Inglaterra,
Francia, Alemania o Estados Unidos habían logrado medio siglo antes. Kruschev
era al respecto bien lúcido cuando afirmaba francamente que el objetivo de la
URSS era la emulación de Estado Unidos, es decir, no la creación de una
sociedad nueva, sino la imitación del principal país capitalista.
El desarrollo desigual de las sociedades,
analizadas por el marxismo, hace que frecuentemente tareas históricas de una
clase social que no se cumplen en su debido momento y por la clase que
corresponde, sean realizados a destiempo por otra clase. En aquellos países donde
la inexistencia o la debilidad de una burguesía hizo imposible una revolución
democráticoburguesa y frecuentemente apoyada por el campesinado, que por supuesto
la hará a su manera, con métodos totalmente distintos de los de la burguesía
clásica, y superando los marcos del capitalismo privado, liberándose de la
incoherencia de éste y sin que la traba de la propiedad privada frene el
desarrollo de las fuerzas productivas.
Los apologistas de los regímenes burocrático
–aun los más críticos como Isaac Deutscher- justifican como una necesidad
histórica el terrorismo estatal, el trabajo forzado y la ausencia de dirección
obrera, porque se trataría de lograr la acumulación primitiva y el crecimiento
acelerado como condiciones previas para el socialismo. Pero el desarrollo de
las fuerzas productivas, el crecimiento del producto, la expansión de la
industria no crean automáticamente, las condiciones del socialismo, como creen
estos apologistas imbuidos de la mentalidad “productivista” típica del
capitalismo. Más aún, puesto que exigen para su realización el sacrificio de la
clase obrera, alejan las posibilidades de transición al socialismo.
Precisamente, no puede hablarse de transición
al socialismo en una sociedad que no ha pasado aún por su etapa de acumulación
primitiva, donde no se han desarrollado aún suficientemente la infraestructura
económica, las fuerzas productivas. La necesidad de acumulación primitiva es
incompatible con la existencia de un estado obrero, porque para lograrla,
forzosamente debe acentuarse la explotación de la clase trabajadora. La etapa
de la acumulación primitiva en el capitalismo del siglo XIX fue en un principio
contraria a los interese inmediatos de la clase trabajadora: la jornada de
trabajo fue más larga, menos la cantidad de días feriados, más intenso el ritmo
de trabajo, más bajos los salarios, que en la producción artesanal de la era
precapitalista. Del mismo modo puede decirse que para realizar la acumulación
primitiva en los regímenes burocráticos de nuestros días, la jornada de trabajo
debe ser más larga, menor la cantidad de días feriados, más intenso el ritmo de
trabajo, más bajos los salarios, que en la producción de los países capitalistas
avanzados. Se da así la paradoja de que en la URSS, considerado el primer
Estado obrero del mundo, el código de trabajo es más duro y cruel que en
cualquier país capitalista. En la época de Stalin la falta de puntualidad o una
ausencia eran consideradas como sabotaje a la producción y penadas con el campo
de trabajo forzado.
El Estado burocrático, como cualquier
capitalismo privado, trata de extraer la mayor cantidad de plusvalía pagando lo
menos posible a la mano de obra asalariad, y los trabajadores no tienen ni
siquiera la oportunidad que les brinda el capitalismo privado de negociar su
fuerza de trabajo con el capital, porque en los regímenes burocrático, el
patrón es uno solo, y porque los organismos de defensa como los sindicatos,
están también al servicio del Estado; sólo así puede llegarse a la aberración
del stajanovismo y del trabajo gratuito –los sábados y domingos rojos de la
URSS o Cuba- para no hablar de los campos de trabajo forzado.
En un sistema basado en la producción por la
producción, los intereses inmediatos de los trabajadores contradicen los
intereses mediatos del Estado. Si el crecimiento acelerado aporta a largo plazo
una mejora en las condiciones de vida de los trabajadores, en lo inmediato se
muestra contrario a sus intereses: exige un acrecentamiento del trabajo y una
disminución del consumo, para lo que es necesario inevitablemente la formación
de una sociedad autoritario que imponga el trabajo en forma coercitiva y
predique una moral puritana cuyo valor supremo sea el trabajo y excluya todo
goce de la vida.
Pero la transición al socialismo implica una
disminución de las horas de trabajo, puesto que el tiempo libre es lo único que
puede dar contenido humano a la existencia del hombre; mal puede hablarse de
transición al socialismo, por lo tanto, en los regímenes burocráticos cuya
finalidad es la producción por la producción y donde el hombre no es más que un
instrumento para la acumulación. El fin y los medios están indisolublemente
unidos, cuando el fin –la instauración del socialismo- exige medios que lo
contradicen, aunque sea temporariamente, los medios terminan por convertirse en
nuevos fines que desplazan al originario. Cuando la liberación de las masas
trabajadoras exige su temporaria subordinación será luego muy difícil retomar
el objetivo inicial. Si el socialismo significa el paso del reino de la
necesidad al de la libertad, justificar la supresión de la libertad por imperio
de la necesidad significa que no están dadas las condiciones para construir el
socialismo.
Un socialismo que necesita como premisa el
sacrificio de las condiciones materiales de vida de la clase trabajadora puede
entusiasmar a pequeñas minorías –generalmente surgidas de la clase media o de
la burguesía- que aspiran a los puestos de comando, pero no a la propia clase
trabajadora que será la que deberá pagar el costo de la revolución
supuestamente hecha en su nombre. El frecuente rechazo de la clase trabajadora
de los países avanzados por el socialismo –desde que el socialismo se
identificó con la URSS- es perfectamente explicable: las condiciones materiales
de los obreros rusos, sobre todo en la época de Stalin, no son las más
apropiadas para entusiasmar a los obreros ingleses, o suecos, italianos, o
norteamericanos. Sólo la conciencia de la aplicación del sistema socialista,
sino de un capitalismo burocrático de Estado, podrá devolver la esperanza en el
socialismo y en el marxismo a las clases trabajadoras del mundo entero.
Es sintomático que a medida que el socialismo
en su versión burocrática de Estado es repudiada por las clases trabajadoras
del mundo, logra en cambio atraer a ciertas capas pequeñoburguesas de los
países atrasados. Los militares latinoamericanos
modernizadores, por ejemplo, que rechazaban rotundamente el marxismo por lo que
éste tiene de igualitario y democrático, pueden aceptar muy bien el
seudosocialismo de los regímenes burocráticos, consistente en una sociedad
autoritaria de rígida jerarquía, orden policial, disciplina militar y moral
puritana, donde el Estado no encuentra ningún obstáculo para extraer el máximo
excedente económico con miras a convertir a la nación en una gran potencia. La amistad del general Perón por los chinos o
del coronel Nasser por los rusos, a
pesar del profundo antimarxismo de ambos, no debe extrañarnos demasiado, ya que
estas sociedades espartanas son lo más parecido que existe a un cuartel.
Un modelo de capitalismo burocrático de Estado: Cuba
Ejemplificaremos el tipo de capitalismo burocrático de Estado con el
único país de América latina que entró en ese camino: Cuba.
El castrismo fue en sus orígenes un movimiento
populista de pequeñoburguesía radicalizada con apoyo de masas campesinas, que
ya en el poder y ante los ataques de los Estado Unidos, fue llevado a
nacionalizar los sectores fundamentales de la economía y a colectivizar en gran
parte la explotación de la tierra. Durante los primeros años de la Revolución, el
enfrentamiento directo con el imperialismo, la movilización de las masas y la
existencia de órganos tales como las milicias armadas, crearon ciertas
condiciones para la destrucción total del estado burgués y la creación de
órganos de poder de la clase obrera y campesina. Esto no pudo concretarse por la debilidad de
las fuerzas productivas que hacían necesario realizar la acumulación primitiva
y la industrialización acelerad, y porque no existía la tecnología necesaria
para la planificación de la economía. A estos impedimentos de infraestructura se
suman otros factores en parte derivados de aquéllos, tales la supervivencia del
caudillismo latinoamericano, la debilidad de la clase obrera y la inexistencia
de un partido revolucionario marxista que asumiera el proceso.
En estas condiciones era inevitable que el
poder fuera asumido en sustitución de la clase obrera por una élite de
intelectuales de extracción pequeño
burguesa y que éstos buscaran apoyo exterior en la Unión Soviética, lo que fortaleció de pronto al casi
inexistente Partido Comunista cubano.
En los primeros tiempos Castro se definía
como un nacionalista de izquierda, pero a partir de la alianza con la URSS se
proclama intempestivamente comunista. Sin embargo, las realizaciones de la
revolución cubana siguen están do dentro de los marcos de la revolución
nacional democráticoburguesa: nacionalización de las compañías extranjeras,
reforma agraria, destruyendo las relaciones precapitalistas en el campo,
expropiación de grandes capas de la gran burguesía cubana ligadas al
imperialismo, monopolio del comercio exterior, reforma urbana, alfabetización
de masas. Todo esto es, por supuesto, muy positivo, pero no lo suficiente para
definir al Estado cubano como un estado obrero o socialista. Si por ejemplo castro pretende llamarse
socialista a su loable lucha por la alfabetización de las masas, con el mismo
criterio, un viejo burgués como Sarmiento debería llamarse también socialista. La revolución no hace sino las tareas que
debió cumplir un siglo antes la burguesía cuban, lo cual está muy bien, pero no
es socialismo.
En realidad, el castrismo es una forma de
jacobinismo del siglo XX, es decir, un partido radicalizado de la
pequeñoburguesía que, en nombre del pueblo, se propone una revolución burguesa.
Como los jacobinos se apoyaban en
los sansculottes, Castro se apoyó en
las masas campesinas. La
clase obrera no jugó ningún papel protagónico, mostrando el carácter
pequeñoburgués del castrismo.
Si consideramos que la conducción obrera de la
economía y el poder político definen a un régimen como socialista o en
transición al socialismo, podemos afirmar rotundamente que Cuba no constituye
de ningún modo un Estado obrero ni una sociedad en transición al socialismo. No existen en Cuba organismo de democracia
proletaria como consejos obreros, soviets, consejos de fábrica, que aseguran el
poder efectivo de las masas y su participación directa de la gestión pública.
Los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) no pueden de ningún modo ser
considerados organismo democráticos de base; por el contrario, su función es de
tipo represivo: vigilar a la población e informar al partido y al Estado,
denunciando a los “malos ciudadanos” según el concepto que de mal ciudadano
tiene el Estado.
Las milicias populares han sido reemplazadas
por una organización de defensa civil que depende directamente del ejército
profesional, y su objetivo es dar a la población conocimientos de defensa
civil. Por otra parte, no puede hablarse
de “pueblo en armas”, ya que después de los ejercicios militares las armas
quedan en el cuartel y nadie tiene derecho a llevarlas consigo. La ley de servicio militar obligatorio, por su
parte, no es sino una forma de trabajo forzado para todos los jóvenes entre los
diecisiete y los veinte años.
Los sindicatos pierden su independencia y su
verdadera función, que es la de defender los intereses económicos de los
trabajadores aun cuando se trate de un Estado obrero. En Cuba los sindicatos
están subordinados al Estado y destinados a vigilar el rendimiento de los
trabajadores, a promover la emulación, a transmitirles las directivas del
Estado, a servir de árbitro en los pequeños conflictos suscitados entre los
trabajadores y la administración, fallando siempre a favor de esta última, que
supuestamente representaría los intereses de la colectividad, es decir, según
el mito stalinista del desarrollo de la producción. No es de extrañar que en esa situación las condiciones
de vida la clase obrera cubana sean muy duras: se ha reimplantado la semana de
seis días –que ya va desapareciendo en casi todos los países capitalistas-, las
vacaciones no existen o son mínimas, se aumentan las horas de trabajo, se
suprimen feriados, se pierden en suma todos los beneficios duramente
conquistados por la clase obrera cubana en lucha contra el sistema capitalista.
Los sindicatos organizan
reuniones donde se hace pedir a los obreros el privilegio de trabajar más por
un salario menor en beneficio de la “Revolución”.
El secretario general de la Central de
Trabajadores de Cuba Revolucionaria (CTCR) es elegido desde arriba, porque
ningún adversario puede competir con él. En realidad cualquier tipo de plebiscito
popular está proscripto en Cuba.
Los castristas alegarán que la elección de los
funcionarios locales en la provincia de Matanzas el 30 de junio de 1947, es un
proyecto piloto para que más adelante se lleven a cabo elecciones parecidas en
otras provincias. A los candidatos que triunfaron
en esa elección se los llamó delegados de los órganos de Poder Popular (OPP). Teóricamente estos órganos introducirían un
elemento de control popular está dirigido desde arriba y controlado por el
Partido Comunista –único permitido- y el Estado cubanos. El Consejo de Ministros creó una comisión para “organizar,
regular y dirigir la creación de asambleas y comités municipales, regionales y
provinciales”. Esta comisión está encabezada por
Blas Roca, miembro del secretariado del PC, el vicepresidente es Julián Rizo,
primer secretario del comité provincial de Matanzas del PC de Cuba. Controladas y dirigidas por el partido único,
sin derecho a formar tendencias, las elecciones se convierten en mero vehículo
para movilizar a las masas en apoyo del gobierno central. Como dice bien claramente Raúl Castro, la
tarea de los órganos de Poder Popular es hacer que “el pueblo”, las masas
trabajadoras, “formen parte del Estado, se identifiquen más con él”. Pero la democracia proletaria no consiste en
integrar a los trabajadores al Estado, lo que también intenta por su parte el
capitalismo tardío, sino en darle a las masas trabajadoras el control del
Estado y comenzar la destrucción del mismo, lo que por supuesto no se plantea a
Cuba.
La vida política en Cuba es inexistente. No sólo se niega la posibilidad de que puedan
existir varios partidos de izquierda, sino que aún se proscribe en el seno del
partido oficial único la existencia de tendencias, condición esencial para la
democracia obrera en el seno del partido y un factor indispensable de
politización. Tampoco ese partido único puede
ser considerado un autentico partido obrero porque no está estrechamente ligado
a las masas, ni se basa en la iniciativa y libre expresión de ellas, sino en su
represión. El Partido Comunista cubano no
convocó nunca desde el triunfo de la Revolución a un Congreso Nacional. Es un
partido hermético e inaccesible a los trabajadores, quienes pueden asistir a
las asambleas y recomendar –pero no elegir- a quienes desean que ingresen en el
partido. La decisión respecto de quién
ingresa o no, pertenece exclusivamente a los cuadros. Todas las decisiones emitidas desde el Comité
Central hasta el último responsable comunal, emana directamente de Fidel Castro
y sus colaboradores más inmediatos. Por otra parte, el Comité Central fue
impuesto por Castro sin discusión previa. Este C.C. no cumple ninguna función
real, su primera sesión se celebró un año y medio después de su constitución. Tampoco existen sesiones regulares del
Politburó ni del Secretariado. No hay
programa político ni estatutos, la ideología del C.C. no va más allá del
comentario de los discursos de Fidel, mejor dicho del último discurso que
generalmente contradice lo dicho en el penúltimo, razón por la cual en Cuba no
existe ninguna recopilación completa de los discursos de Castro en forma de
libro. Castro tiene la concepción
típicamente jacobina pequeñoburguesa, según la cual la revolución debe ser
hecha por una élite esclarecida, destinada a dirigir a las masas populares,
quienes no conocerían sus propios intereses. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo y si
es preciso contra el pueblo es la propuesta del castrismo, es decir, la
manipulación bonapartista de las masas consideradas como objeto de la historia,
no como sujeto consciente. El
resultado de esta concepción es una sociedad autoritaria, jerarquizada,
verticalista, militarizada. Los
castristas se apresurarán a alegar que esto es así porque las masas cubanas no
están preparadas para participar activamente en la vida pública, pero al impedirles
todas participación no se hace nada por superar esa falta de preparación, más
aún se la acentúa, ya que las masas sólo se educan por la acción. Fidel Castro
está en las antípodas de Lenin, quien aun reconociendo que cualquier peón o
cualquier cocinera no son capaces de ponerse a dirigir el Estado, exigía que se
hiciera participar del aprendizaje del Estado, a todos los trabajadores, pues
no hay otro camino para enseñar al pueblo a gobernarse así mismo que el de la
práctica, que el de la implantación inmediata del autogobierno popular (Lenin: ¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder?,
1917).
Castro cree educar a las masas hablando
durante horas por radio y televisión, o en los mítines públicos frente a una
muchedumbre pasiva. Los magros resultados conseguidos
hasta ahora con ese método pedagógico pueden resumirse en el conocido slogan
popular cubano: "Si Fidel es comunista, nosotros también los somos.”
Al no haber participación democrática, los
enormes esfuerzos exigidos a los trabajadores en aras de la producción, no son
libremente admitidos, produciendo un desinterés, una indiferencia que se
expresa a través del bajo rendimiento del que siempre se están quejando los
jerarcas.
La eventual participación de los burócratas en
el trabajo manual, lejos de ser una prueba de democracia es otra forma sutil de
opresión al trabajador, ya que comporta una vigilancia rigurosa, un modo de
descubrir los recursos de los trabajadores para no cumplir con el ritmo
agotador.
En la Cuba castrista, como en la Rusia stalinista,
el objetivo de la producción por la producción no tiene finalmente otra salida
que el trabajo forzado: en marzo de 1971, 400.000 jóvenes acusados de vagancia
o ausentismo en escuelas o trabajo, fueron condenados a trabajos forzados en
los llamados “centros de rehabilitación”[14].
Si a ello agregamos los varios cientos de miles de cubanos que pese a las
enormes dificultades para irse del país esperan turnos en aviones cuyas plazas
están cubiertas por seis años, queda probada la escasa adhesión popular con que
cuenta el régimen.
Las penurias sufridas por el pueblo cubano son
más insoportables aún frente a la situación de privilegio gozada por los
burócratas que viven confortablemente con alojamientos y comercios reservados. En un país donde faltan los medicamentos más
esenciales, se importa Alfa Romeo de lujo para los altos dirigentes”[15].
Se alegará que en varias
ocasiones Fidel Castro lanzó campañas contra la burocratización, pero se
trataba de una desburocratización también ella burocrática, dirigida contra los
abusos no contra los usos. Se
destituye a algún alto funcionario demasiado corrompido, para que el sistema
pueda seguir funcionando. Para
que la burocracia pueda ejercer su poder indiscriminadamente e imponer a la
sociedad como único objetivo, la producción por la producción, se hace preciso
perseguir toda forma de libertad individual, toda libertad de expresión es
nula, existe la C.O.R (Comisión de Orientación Revolucionaria) que controla
toda la prensa y todas las ediciones y publicaciones ejerciendo una rigurosa
censura e impidiendo que se pueda filtrar la más mínima crítica al régimen. Aun la simple información es totalmente negada
a la población, por ejemplo el caso Padilla permaneció completamente oculto en
el interior de Cuba. Precisamente
la purga stalinista a Padilla es un caso típico de regimentación de toda
actividad artística y literaria de Cuba.
Las relaciones eróticas libres son otra forma
de libertad individual que debe ser doblegada: el derecho del aborto es
limitado, el matrimonio burgués es exaltado a través de los ridículos rituales
del “Palacio de los Matrimonio”, las mujeres casadas sorprendidas en adulterio
son denunciadas al marido por el Comité de Vigilancia de barrio. Los homosexuales son marginados de toda
actividad pública y durante un tiempo fueron encerrados en campos de
concentración hipócritamente denominados UMAP (Unidad militar para la ayuda a
la producción).
La campaña antihomosexual fue desatada por el
propio Fidel Castro en un discurso pronunciado en 1965, tras lo cual la
burocracia se lanzó a una verdadera caza de brujas en todos los órdenes pero
principalmente en la Universidad donde fueron expulsados todos los profesores y
estudiantes conceptuados como homosexuales. En el Primero Congreso Nacional de Educación y
Cultura llevado a cabo en La Habana en abril de 1971, quedó en claro el
principio de rechazar las manifestaciones homosexuales, propiciando el
saneamiento de focos e incluso el control y reubicación de casos aislados. El castrismo se coloca en este aspecto, con en
tantos otros, en la oposición a la línea leninista, ya que Lenin en diciembre
de 1917 firmó el decreto derogando las leyes represivas contra la
homosexualidad, contra el aborto y otras formas de discriminación sexual
vigente en la época zarista. En
1934, el año de las grandes purgas, Stalin interviene personalmente en la
restitución de severas leyes antihomosexuales, y es imitado tres meses después
por Hitler. La política sexual de Castro
sigue fielmente la tradición del stalinismo y del nazismo en los años 30.
La represión sexual está íntimamente ligada a
las necesidades del trabajo alienado. El trabajado agotador exige que el ocio no sea
un gasto de energía erótico sino simplemente descanso. No debe extrañarnos pues la analogía entre la
moral castrista y la moral victoriana, ambas son superestructuras de la época
de la acumulación primitiva, con su necesaria exaltación de la austeridad, del
ascetismo, la disciplina, la dedicación exclusiva al trabajo.
Nos queda todavía por analizar la política
exterior del castrismo. En los
primeros años de la Revolución, los tiempos heroicos del Che Guevara, Cuba
siguió una verdadera línea internacionalista, de solidaridad con los
movimientos revolucionarios de América latina, pero poco a poco fue
sacrificando a éstos en provechos de los intereses particulares de Cuba.
Es así como condena a China, siguiendo las
directivas de Moscú. Cuba, que había suscitado la admiración del mundo entero
por tratarse de un pequeño país que se defendía heroicamente de los ataques de
una gran potencia, apoya en 1968 la invasión de otra gran potencia, la URSS, a
un pueblo pequeño: Checoslovaquia. Con esta actitud Castro se coloca
abiertamente contra los movimientos populares que en los países del Este luchan
contra la burocracia y la política imperialista de la URSS. Del mismo modo cuando castro, de regreso de
Moscú, elogia desmesuradamente a burócratas como Breznev, o cuando en el
discurso conmemorativo del centenario del nacimiento de Lenin ataca a la
oposición de izquierda a Stalin o a las críticas de militantes revolucionarios
de nuestros días a los burócratas, se coloca abiertamente en contra de los
movimientos que en la propia URSS luchan por la instauración del socialismo.
La política castrista respecto de los países
capitalistas es igualmente reaccionaria: apoya a De Gaulle y mantiene silencio durante la huelga
revolucionaria de mayo de 1968 en París. En cuanto a los países de América Latina deja
en la estacada a los guerrilleros que él mismo había educado y fomentado. El guerrillero venezolano Douglas Bravo llegó
a reprocharle a Castro que colocase “los intereses particulares de Cuba sobre
los intereses continentales de la revolución latinoamericana”.
Contradiciendo las tesis sostenidas en la
Conferencia de las OLAS en agosto de 1967, según las cuales las burguesías son
incapaces de cumplir hasta el fin las tareas democrático burguesas y sólo un
frente de obreros y campesinos puede cumplirlas y a la vez rebasarlas hacia
revolución socialista, el castrismo da un giro de 180grados y acuerda su apoyo,
según la clásica posición stalinista, a la burguesías llamadas “progresistas”
de los países latinoamericanos, ocultando las violentas luchas de clases que se
desarrollan en esos países. Es así
como en julio de 1968 no denuncia la masacre de estudiantes mexicanos por la
policía, y como un apoyo al régimen represivo. Cuba participa en los Juegos Olímpicos de
México. Apoya al reformismo militar de
Velasco Alvarado, sin preocuparse porque pocos días antes de la visita de Fidel
Castro a Perú el régimen había expulsado a Hubo Blanco, reprimido durante una
huelga de educadores y masacrado obreros. Apoya a Allende sin advertirle en ningún
momento que su reformismo estaba inevitablemente destinado al fracaso; más aun,
en su visita a Chile, Fidel recomienda a los obreros chilenos, siguiendo la
costumbre de su propio país, exigir menos reivindicaciones y producir más. Apoya finalmente al régimen peronista en
momentos en que éste reprime sangrientamente a la izquierda de su propio
movimiento.
El Estado cubano no puede por lo tanto se
definido, como usualmente se lo hace, ni como un régimen socialista, ni en
transición al socialismo, ni como un Estado obrero. La clase dominante no es la clase obrera sino
una burocracia de origen pequeñoburgués que trata de mantener su autonomía
frente a la clase obrera por un lado, y al imperialismo por otro. El castrismo niega la tesis marxista sobre el
papel protagónico del proletariado en la lucha de clases, y le asigna a la
pequeñoburguesía urbana y rural un papel independiente y autónomo con respecto
a la burguesía y el proletariado. El castrismo niega la tesis marxista según la
cual la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los propios
trabajadores, para delegar esa tarea en una élite de vanguardia, situada por
encima de los trabajadores, y frente a la cual los trabajadores no tienen
ningún control ni posibilidad de crítica. El castrismo niega el concepto marxista de
revolución como acción de masas para sustituirlo por la teoría blanquista de
“foco”.
El castrismo niega la tesis marxista según la
cual las condiciones objetivas determinan la conciencia, sustituyéndola por un
voluntarismo según el cual los deseos subjetivos de hacer la revolución, la
prédica de la “moral comunista”, puedan crear las condiciones objetivas. El castrismo niega la tesis marxista-leninista
según la cual “no hay acción revolucionaria sin teoría revolucionaria”
sustituyendo la teoría por el empirismo más craso. En un discurso del 30 de octubre de 1963 Fidel
Castro, para quien toda teoría obstaculiza la acción, decía. “¡Basta con esas
teorías marxistas! El marxista leninista que se
dedica de continuo al desarrollo de teorías sólo vive a expensas de la
sociedad”. Raúl Castro explicó a un huésped norteamericano que en la isla de
Pina, Fidel le dio a leer a sus hermanos algunas obras de Marx y Lenin. “Leímos
tres capítulo de El Capital, luego lo
tiramos lejos. Estoy seguro de que desde ese entonces Fidel no lo ha vuelto a
leer.” [16]
Si bien a partir de su subordinación a la URSS
el castrismo perdió sus particularidades para convertirse cada vez más en un
microestalinismo, en los primeros tiempos configuró una ideología política
original que por sus características antiintelectuales y antiteóricas se ubica,
como lo caracterizara muy bien uno de sus apologistas [17],
en una línea irracionalista, romántica y existencialista opuesta al marxismo. En forma muy esquemática puede decirse que el
castrismo, en su forma originaria, fue la oposición de la intuición a la razón,
de la espontaneidad a la experiencia, de los subjetivo a lo objetivo, de la
voluntad a la ley económica, de lo individual a lo general, de la contingencia
al sistema, del empirismo a la teoría, de la biología a la ideología, del
individuo héroe a las masas anónimas, de la novedad a la experiencia, de la
acción pura al pensamiento, de la inmediatez a la mediación, del militarismo a
la política, de la táctica a la estrategia.
La intelectualidad pequeñoburguesa
radicalizada del mundo entero se identifica con facilidad con la burocracia
castrista –una variante de la minoría ilustrada- que expresa la ideología
jacobina, blanquista, bonapartista típica de esa clase social, con su desprecio
por la autoemancipación obrera y su culto a la gran personalidad, al salvador
supremo que ayuda al pueblo desde lo alto. No es de extrañar por eso que fueran
fervientes admiradores del castrismo escritores objetivamente reaccionarios
como Martínez de Estrada, sociólogo irracionalista y spengleriano, fustigador
de los movimiento de masas populares de su país, o Julio Cortázar, escritor de
evasión que se divierte describiendo a los obreros argentinos como monstruos
grotescos.
Los burócratas castristas, por su parte,
prefieren a estos intelectuales de centro y aun de derecha que los apoyan
acríticamente, y no a los teóricos de izquierda que les plantean problemas en
nombre del marxismo. Ya
hemos visto el profundo desprecio que Fidel Castro experimenta por los teóricos
marxistas. Los marxistas amigos de la
revolución cubana pero no serviles a la burocracia, como K. S. Karon –Los guerrilleros en el poder- terminan
acusados de agentes de la CIA.
El intelectual pequeñoburgués que viaja a
Cuba, como hasta hace unos años lo hacía a la URSS, admira las grandes obras
que le muestran los funcionarios, pero no se preocupa por averiguar cuánto gana
un obrero, o cuántas horas trabaja, o cuál es su ritmo de trabajo, o cuántos
días de vacaciones tiene, en suma, las condiciones de vida material de la clase
obrera, que es lo verdaderamente importante para saber si se puede o no se
puede hablar de un Estado obrero. Hans Magnus Enzenberger comenta que, en su
viaje a La Habana, se encontraba en el hotel con turistas de izquierda que no
tenían la menor noticia de que por las tardes no funcionaban los suministros de
agua y electricidad en los barrios obreros de la capital, de que el pan estaba
racionado y el pueblo tenía que hacer dos horas de cola para compara una pizza[18].
Tampoco tienen, aunque lo
quieran, ninguna posibilidad de conocer la realidad, ya que sus contactos son
sólo con los funcionarios que les sirven de intérpretes o cicerones, o con
otros viajeros tan ignorantes e ingenuos como ellos. Por otra parte, el conocimiento de la
realidad, si es que llegan alguna vez a tenerla, no les perturbará demasiado,
ya que ellos, pequeñoburgueses ilustrados, se identifican con los burócratas y
su fácil vida de privilegio, y no con las penurias de la clase obrera. No con
la fraternidad y la igualdad los valores que motivan a estos intelectuales
castristas, sino la adoración por la personalidad carismática de los grandes
dictadores, la fascinación por el poder establecido, tanto más moralmente
satisfactorio cuanto ese poder se proclama a sí mismo como revolucionario. No es una casualidad que después del XX
Congreso del PC URSS los dejó sin el mito de Stalin, que adoraron durante
veinticinco años, encontraron en Fidel Castro un mito de reemplazo.
Juan José Sebreli: Tercer Mundo. Mito burgués. Capitulo VI: Los Caminos de la Liberación. Siglo Veinte, Buenos Aire, 1975.
[1]
Lenin: Obras completas, op. cit., tomo XXVII.
[3]
León Trotsky: La revolución traicionada. Buenos Aires,
Proceso, 1964, pág. 208.
[4]
Franz Hinkelammert: Dialéctica del desarrollo desigual.
Buenos Aires, Amorrortu, 1974, pág. 188.
[5]
Lenin: Acerca de la dualidad de poderes, 1917.
Véase también: Tesis de Abril, Cartas
sobre tácticas, Los partido políticos y las tareas del proletariado, Discurso a
los soldados en un mitin del regimiento de Ismailov, La alianza de la mentira,
Conferencia del P.O.S.D.R. (b) de la
ciudad de Petrogrado, El Congreso de Diputados campesinos. Nuestros puntos de vista sobre la milicia proletaria. Séptima conferencia del P.S.D.R. (b), Carta abierta a los delegados al Congreso Pan-ruso, materiales para la
revisión del programa del partido. Lenin: Obras completas, t. XXIV, op.
cit. Lenin: Cartas desde lejos,
3ª carta. Obras completas, t. XXIII.
[6]
Juan Carlos Mariátegui: Ideología y política. Lima, Ediciones
Amauta, 1969, pág. 68.
[7]
Eduardo Astesano: Nacionalismo histórico
y materialismo histórico. Buenos Aires, Pleanar, 1972, pág. 187.
[9]
Umberto Meolotti: “Marx e
il Terzo Mondo”. Terzo Mondo, Nº
13-14, Milano, 1971, pág. 147. Hay
traducción castellana: Buenos Aires, Amorrortu, 1974. A pesar de esta posición equivocada la obra es
sumamente valiosa por su extraordinaria erudición.
[10]
Carlos Marx: Crítica de la economía política. Buenos
Aires, Editorial Futuro, 1945, pág. 11.
[11]
Citado por Rodolfo
Mondolfo: Bolchevismo y capitalismo de
Estado. Buenos Aires, Ediciones libera, 1968, págs. 42-43. Estos párrafos
han sido excluidos de las ediciones rusas de la Obras completas de Lenin.
[12]
Federico Engeles: Guerra de campesinos en Alemania.
México, Ediciones Pavlov, 1945, pág. 418.
[13]
Lenin: La obra de construcción de los Soviets,
1918.
[15]
René Dumont: ¿Cuba es socialista? Caracas, Tiempo
nuevo, 1970.
[16]
Citado por Hans Magnus
Enzensberger: El interrogatorio de La
Habana. Barcelona, Anagrama, 1973.
[17]
George Rozos: “Régis
Debray et la radicalisatoin de la revolution”, Les Temps Modernes, Nº 266-267, agosto-setiembre de 1968, pág. 443.
[18]
Hans Magnus Enzenberger: El interrogatorio de La Habana, op. cit.
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