viernes, 1 de noviembre de 2013

LOS CAMINOS DE LA LIBERACIÓN 

(escrito en 1975)


En algunos países del llamado Tercer Mundo –China, Vietnam, Corea y Cuba- existen ya regímenes que se autotitulan socialistas y que asumen la doctrina marxista. Es preciso analizar la naturaleza económica social de estos regímenes para ver hasta qué punto es lícito considerarlos como auténticamente socialistas y puedan constituir un modelo de sociedad para el resto de los países dependientes.

Por ser el modelo de la URSS, con las inevitables diferencias debidas a las particularidades nacionales, el adoptado por todos los países que hasta ahora han derrocado al capitalismo privado, es necesario analizar la verdadera naturaleza del régimen ruso, determinar si se trata de una transición al socialismo, de un capitalismo de Estado o de un nuevo tipo de sociedad sui géneris. Esta discusión comenzó en la propia URSS inmediatamente después de la toma del poder. Ya en abril de 1918 la corriente izquierdista encabezada por Ossinskly advertía sobre el peligro de que el régimen revolucionara no hacia el socialismo, sino hacia el capitalismo de Estado. Frente a esas críticas de izquierda, Lenin respondía no para afirmar que en Rusia se iba hacia el socialismo, lo que era para él absolutamente imposible sin la revolución de los países avanzados, sino para defender al capitalismo de Estado como única salida en las condiciones de atraso en que se hallaba Rusia. Lenin es muy claro al respecto cuando afirma: “La realidad no dice que el capitalismo de Estado sería, para nosotros, un paso adelante. Si pudiéramos realizar en Rusia a corto plazo el capitalismo de Estado, ello sería una victoria (…). Pero si se reflexiona un poco sobre lo que significaría poder implantar en la Rusia soviética las bases de ese capitalismo de Estado, entonces veríamos que nadie que estuviera en su sano juicio, que no tuviera la mente atiborrada con fragmentos de verdades librescas, puede dejar de admitir que el capitalismo de Estado sería la salvación para nosotros” (Sesión del C.E.C. de toda Rusia, 1918.) “…considerada la situación actual de la República Soviética, el capitalismo de Estado sería un paso adelante”. (Sobre el infantilismo de izquierda, 1918.)[1]

Para Lenin ese capitalismo de Estado, históricamente necesario, era sólo un paso para llegar al socialismo. Era demasiado pronto para advertir, en esos años, que el capitalismo de Estado engendraría una nueva clase –la  alta burocracia estatal- que se convertiría en el principal obstáculo para la transición al socialismo. Lenin veía claramente la creciente tendencia a la burocratización, pero no acertaba a dar con las causas: la atribuía a rémoras del pasado, al atraso de Rusia, a la guerra civil, cuando en realidad el poder de la burocracia no venía del pasado, sino de la nueva realidad del país, es decir, del capitalismo de Estado que el propio Lenin impulsaba. El drama de los últimos días de Lenin fue su lucha desesperada e impotente contra el ascenso irresistible de la burocracia, que él mismo había contribuido a formar al impulsar el capitalismo de Estado.

Ya en 1929, Christian Rakovsky, uno de los principales dirigentes de la “oposición de izquierda”, escribía que la URSS se había transformado en un estado obrero con deformaciones burocráticas –tal como la definiera Lenin- en su Estado burocrático con sólo un elemento proletario residual. Según Isaac Deutscher, Trotsky citaba en esa época la definición de Rakovsky con aire aprobador[2].

En su obra de 1936 La revolución traicionada, Trotsky formula por primera vez en forma sistemática su concepción de la naturaleza de la URSS. Se trataría, según él, de una sociedad intermedia entre el capitalismo y el socialismo, donde las fuerzas productivas demasiado débiles no permitieron a la propiedad del Estado un carácter socialista y alentaron en cambio la propensión a la acumulación primitiva, a la repartición de carácter burgués y al desarrollo de una burocracia que degenera en una casta incontrolable. Pero Trotsky niega a definir a la URSS como un capitalismo de Estado y a la burocracia como una clase explotadora, caracterizándola tan sólo como una excrecencia mórbida sobre el cuerpo de la clase obrera. No obstante, Trotsky reconoce que el equilibrio social del Estado stalinista es inestable y que a la larga se impondrá el socialismo o se volverá al capitalismo. “Los medios de producción pertenecen al Estado. El Estado pertenece en cierto modo a la burocracia. Si estas relaciones todavía recientes se estabilizaran o se legalizaran, se hicieran normales sin resistencia de los trabajadores, terminarán con la liquidación completa de las conquistas del proletariado”[3].

Con el paso de los años la burocracia, lejos de desaparecer, se estabilizó después de la muerte de Stalin y de la posterior desestalinización burocrática. Consecuente con su propio pensamiento, si Trotsky hubiera seguido viviendo habría debido rectificar su caracterización de la burocracia como fase transitoria, reconociendo que se trataba de un nuevo estado de desarrollo de la sociedad rusa, de un sistema social y económico nuevo y del surgimiento de una nueva clase destinada a perdurar. Un régimen transitorio que permanece deja de ser transitorio para pasar a ser un sistema establecido que conforma una estructura nueva de la sociedad.

La verdadera naturaleza económico-social de la URSS ha sido interpretada correctamente como un capitalismo burocrático de Estado desde el principio de la propia URSS por la Corriente de Oposición de izquierda que encabezaban Christian Rakovsky y Ossinsky y por algunos mencheviques como Martov. Del mismo modo fue caracterizado por los alemanes Kautsky, Karl Korsch y Rosemberg, por los austríacos Otto Bauer y Rudolf Hilferding y por los holandeses Gorter y Pannekoek. En Italia la caracterización de capitalismo de Estado fue formulada por la escisión del Partido Comunista italiano que encabezó Amadeo Bordiga y por la socialdemocracia agrupada en la revista Critica Sociale, orientada por Rodolfo Mondolfo –Bolchevismo y capitalismo de Estado-. Por su parte, un ex trotskista, Bruno Rizzi –La colectivización del mundo-, crea el término “colectivismo burocrático” adoptado años más tarde por Humberto Melotti –Marx y el Tercer Mundo- y Antonio Carlo –La naturaleza socioeconómica de la URSS.

La teoría del capitalismo burocrático de Estado se impuso igualmente tras la muerte de Trotsky en los círculos más allegados a él: el grupo trotskysta de México inspirado por G. Munis, la propia Natalia Sedova Trotsky y la secretaria de Trotsky, Raya Dunayeskaya –Marxismo y libertad.

En Estados Unidos el grupo que rompe con el partido trotskista “Social Workers Party”, encabezada por Max Shachtmann –La revolución burocrática- y Michael Harrington –Socialismo- caracteriza a la URSS como “colectivismo burocrático” sin tener conocimiento de idéntico término usado por Bruno Rizzi en Italia. La teoría del “colectivismo burocrático” es continuada luego por el grupo “Internacional Socialism”, encabezado por Hal Drapper –Las dos almas del socialismo-. En realidad muchas de las diferencias entre la teoría del “colectivismo burocrático” en su versión norteamericana y la teoría del capitalismo burocrático de Estado son meramente terminológicas.

También algunos investigadores independientes al margen de los partidos intentan una descripción del capitalismo de Estado ruso: Ygael Gluckstein –La naturaleza de la Rusia stalinista-, David Rousset –La sociedad estallada- y Charles Bettleheim –Lucha de clases en la URSS-. Si bien la escuela de Francfort –Horkheimer, Adorno, Marcuse- no ha realizado estudios económicos específicos sobre la URSS, también puede ubicarse dentro de esta tendencia interpretativa.

Los grupos políticos que más han hecho para imponer la teoría del capitalismo burocrático de Estado después de la Segunda Guerra Mundial han sido en Francia “Socialismo o barbarie”, encabezado por Cornelius Castoriades –La sociedad burocrática-, Claude Lefort –Qué es la burocracia- e Yvon Bourdet; y en Inglaterra “Internacional Socialism”, encabezada por Tony Cliff –Rusia: un análisis marxista-.

Lo más interesante es que dentro de los propios regímenes burocráticos comienzan a surgir movimientos de oposición de izquierda que encaran la crítica del capitalismo de Estado. No interesa la superficial visión del ex burócrata Milovan Djilas –La nueva clase- sino la de los militantes polacos Karol Modezelwsky y Jacek Juron –Carta abierta al Partido Obrero unificado Polaco-. Los maoístas, por su parte, han descubierto tardíamente el carácter capitalista de la URSS, pero lo hacen empezar con la muerte de Stalin, y además olvidan el carácter también capitalista burocrático de la propia China. Similar posición a la de los maoístas es la del grupo italiano de “Il Manifesto” encabezado por Rossana Rossanda.

La correcta interpretación de la naturaleza económico-social de la URSS –capitalismo burocrático de Estado- ha sido ocultada a la vez por los simpatizantes de los regímenes burocráticos empreñarlos en hacerlos pasar por socialistas, y por los antisocialistas interesado en hacer pasar al socialismo por un régimen de terror policial.

La propiedad colectiva de los medios de producción que efectivamente existe en la URSS, China y los demás países vulgarmente llamados “comunistas” permite tanto a sus adversarios como a sus simpatizantes calificarlos como países socialistas o en transición hacia el socialismo. La propiedad colectiva es la condición necesaria pero no suficiente para la construcción del socialismo. La supresión de la propiedad privada no es sinónimo de socialismo, como lo prueba la existencia de numerosas sociedades en la historia donde la propiedad era estatal y, no obstante, se basan en la explotación de las masas trabajadoras; tal el despotismo oriental en la época clásica o el imperio incaico, como vimos al analizar el modo de producción asiático. El título de propiedad es, en realidad, una cuestión formal, jurídica y por lo tanto transitoria. En las relaciones capitalistas de producción lo que importa es quién tiene el control de la propiedad, sea ésta privada o colectiva.

En ninguno de los países llamados vulgarmente socialistas la clase trabajadora tiene el control de la sociedad estatizada, que está en manos de una nueva clase dominante y opresora.

La burocracia tiene la dirección de la producción y goza de los beneficios de la misma en la distribución, qué puede importarle, por lo tanto, no tener títulos de propiedad.

El socialismo no reduce por lo tanto a la modificación de las relaciones de propiedad; es preciso además la modificación de las relaciones de producción, las relaciones entre las clases, es decir, quién organiza el trabajo determinando las horas, el ritmo, etc., y la repartición del excedente económico, el destino que se le dará a las nuevas inversiones y al consumo improductivo. En ninguno de los países vulgarmente llamados socialistas, la clase trabajadora tiene en sus manos la dirección y organización de la actividad productiva; por el contrario, está reducida al papel de simple ejecutante. Es la alta burocracia quien controla la producción y decide que el obrero produzca más por el mismo salario, aumentando las horas de trabajo y el ritmo. La alta burocracia puede decidir orientar la producción hacia la producción de material bélico y no de viviendas, y de artículos de consumo para los trabajadores, así como también en la parte adjudicada para el consumo suntuario de la propia burocracia. El carácter de explotación de clase de la administración burocrática de la producción está dado precisamente por el reparto que se hace del producto social en su propio beneficio, sin participar directamente del trabajo productivo.

La clase trabajadora es jurídicamente dueña de los medios de producción, pero en realidad no administra la producción, por lo que el igualitarismo de estas sociedades es tan meramente formal y despojado de todo contenido como la “igualdad de todos los ciudadanos” según las constituciones de las democracias burguesas.

La esencia de las relaciones capitalistas de producción no reside en la propiedad privada o estatal de los medios de producción, sino en la división entre dirigentes y dirigidos, en la desposesión de los productores directos del libre uso de los medios de trabajo, lo que permite a una categoría social el derecho de disponer de la plusvalía producida por aquél.

Ninguna de las características de la sociedad en transición al socialismo se dan en la URSS: el Estado, lejos de estar en proceso de extinción, como proclamaron desde Marx a Lenin, es más fuerte y está más separado de las masas que ningún otro país capitalista, no es elegido ni revocable. Los órganos del Estado burgués, como el ejército y la policía, no han sido sustituidos por el pueblo en armas, siguen estando separados de las masas y su función es reprimir a las mismas. Al no existir ningún organismo de democracia directa de masas, subsiste como en el Estado burgués la distinción neta y tajante entre gobernantes y gobernados.

Los productos en la URSS no son repartidos de acuerdo con órdenes administrativas, sino que circulan por medio de actos de compraventa, son vendidos a cambio de moneda y no de bonos de estado, tal como preveía Marx en Crítica del Programa de Gotha. El productor directo está despojado de los medios de producción, es un asalariado, su fuerza de trabajo es una mercancía que se vende a un precio negociado por el empleador, en este caso el Estado burocrático. Los bienes no son intercambiados de acuerdo con las necesidades de cada uno, sino como en las sociedades capitalistas, rigiéndose estrictamente por lo que Marx ha llamado la ley del valor, es decir, que los valores de uso pierden su característica de tal para convertirse en simple valores de cambio cuyo precio está determinado por el tiempo de trabajo que cuesta producirlos.

Los únicos intentos que se ha hecho para suprimir el trabajo asalariado en los regímenes burocráticos no han sido para instaurar una relación libre entre los hombres, en los que los productores directos poseyeran los medios de producción, sino para restaurar el sistema esclavista a través del trabajo forzado, tal como se dio en los campos de concentración stalinistas y parcialmente en los “centros de reeducación” castristas. Los defensores más conscientes y realistas de los regímenes burocráticos lo dicen con todas las letras. Franz Hinkelammert, por ejemplo, confiesa con todo desparpajo: “De hecho el socialismo no es –ni puede serlo- superación de las relaciones mercantiles y, en este sentido, representa una utilización consciente de la ley del valor. Pero lo es por esencia, no por azar”[4].

En los regímenes burocráticos existen, por lo tanto, todas las características del sistema capitalista: la leu del valor, relaciones mercantiles de producción, sistema monetario, trabajo asalariado y la consecuencia de estas características de tipo capitalista es, como en las sociedades capitalistas, la división tajante entre dirigentes y ejecutantes, es decir, la existencia de una clase dominante. No importa que la alta burocracia no posea el título privado de los medios de producción, pues al poseer el Estado –que sigue siendo un aparato separado de la clase trabajadora- posee el conjunto de los medios de producción estatizados, no directamente en forma de propiedad burguesa, sino indirectamente bajo la forma de la función pública. La alta burocracia es efectivamente una clase dominante porque acumula ganancias, no individualmente, como la clase burguesa, sino colectivamente, repartiendo entre sus miembros las ganancias globales de la plusvalía nacional. La base del poder de la alta burocracia residen en el dominio de las relaciones de producción, y en eso ha consistido siempre en todas las sociedades la base del poder de una clase sobre otra, más allá de las relaciones de propiedad, sean éstas de tipo feudal, capitalista o estatista. En la relaciones de producción y no en las relaciones de propiedad, que son formas históricas transitorias, se esconde la esencia de la dominación del amo sobre el esclavo.

Cuando los troskistas caracterizan el fenómeno burocrático como una mera deformación o degeneración de un sistema que básicamente seguiría siendo socialista, se quedan en el plano superestructural y no van a la infraestructura económica donde tiene su origen la burocracia; es decir, reducen la naturaleza del socialismo a las relaciones de propiedad que, como ya dijimos, son relaciones formalmente jurídicas y, por lo tanto, superestructurales, y no van a las relaciones de producción, que en la URSS siguen siendo de carácter capitalista aunque de un tipo especial.

La destitución de la burocracia no puede, por lo tanto, ser sólo obra de una revolución política sino además social y económica.

El socialismo sólo puede consistir en la igualdad social, en la abolición de las clases y la explotación, en la abolición de la división entre dirigentes y dirigidos, que no se consigue solamente con la abolición de la propiedad privada, sino con la dirección obrera de la sociedad y de la economía a través de organizaciones democráticas de base, soviets, consejos obreros, comités de fabrica. Marx no concibió separado de la clase trabajadora y frente al cual ésta no tiene ninguna defensa, sino como una forma de Asamblea parecida a la Comuna de parís de 1871, nacida del sufragio universal, sin funcionarios permanentes, y con un pago en armas. Lo mismo sostenía Lenin, a quien los stalinistas quieren convertir en un partido del autoritarismo.

“Este poder es un poder del mismo tipo que la Comuna de Paris de 1817. Las características fundamentales de este tipo de estado: 1º. La fuente del poder no está en la ley previamente discutida y acordada por un parlamento, sino en la iniciativa directa, y en la <<toma>> del poder, para emplear un término en boga. 2º. Sustitución de la policía y del ejercito como instituciones separadas del pueblo y contrapuesta a él, por el armamento directo de todo el pueblo; en este estado, el orden público está bajo el amparo de los mismo obreros y campesinos armados, del pueblo mismo en armas. 3ª. Los funcionarios, la burocracia son sustituidos también por el gobierno directo del pueblo, o por lo menos, se someten a un control especial, se transforman en simples mandatarios, no sólo elegibles, sino que pueden ser removidos en todo momento, en cuanto el pueblo lo exija; se transforman de casta privilegiada, con una elevada retribución, con una retribución burguesa de sus <<puestitos>>, en simples obreros de una <<especialidad>> particular, cuya remuneración no excede del salario corriente de un obrero calificado[5].

En ninguno de los países actualmente llamados socialistas existe ningún tipo de organización de autogobierno obrero como soviets, consejos obreros, comités de fábrica, ni siquiera existen organismos de defensa obrera frente al Estado como los sindicatos que, según Lenin –Una vez más sobre los sindicatos- deben seguir existiendo en la primera época de la sociedad capitalista. En tanto no se haya extinguido del Estado –es decir, en tanto no se realice el comunismo- sólo el control colectivo de la clase trabajadora sobre el estado garantiza la transición hacia el socialismo e impide la instauración definitiva del capitalismo de Estado.

La forma estatal con funcionarios separados de la clase trabajadora es siempre una relación de tipo burgués, sólo la forma soviética o consejista es proletaria.

Si el Estado no puede desaparecer al minuto siguiente de la toma del poder por la clase trabajadora, como pretenden los anarquistas, si debe existir un período de transición en que las funciones del Estado no pueden ser realizadas todavía directamente por la sociedad, en cambio es posible y necesario que inmediatamente después de la toma del poder, los órganos de autogobierno obrero controlen directamente al ejército, la policía y la administración pública.

Si la clase obrera es sustituida por una élite en la tarea de construir el socialismo, si delega su poder aunque sea por un corto período, será muy difícil luego que lo recupere.


Capitalismo burocrático y capitalismo monopolista

Al caracterizar a la URSS, no como un socialismo degenerado ni como un estado obrero con deformaciones, sino como un capitalismo burocrático de Estado, debemos marcar la diferencia que este sistema presenta con respecto al capitalismo monopolista de Estado tal como se da en Estados Unidos, el Japón o los países más avanzados de Europa. No debe caerse en las erróneas teorías de Bruno Rizzi –La burocratización del mundo- o de James Burham –La revolución de los directores-, según las cuales existiría un proceso mundial de burocratización de la sociedad que, superando al capitalismo y al socialismo por igual, crearía un tipo de sociedad homogénea dirigida por los burócratas. Según estas teorías, el mismo proceso de burocratización identificaría a la Rusia “comunista” con la Alemania nazi, la Italia fascista y aun la Norteamérica del New Deal. Esto es radicalmente falso porque ni en los países capitalistas de occidente, ni en la Alemania hitleriana ni en la Italia fascista, el capitalismo de Estado fue nunca tan integral como en la URSS. Como hemos mostrado en el tercer capítulo, el Estado en esos países está al servicio de la clase burguesa, que no ha sido expropiada.

La tendencia del capitalismo monopolista de los países occidentales hacia la concentración y la centralización cada vez mayores de las fuerzas productivas, a la dirección de los grandes monopolios por un poderoso aparato burocrático, y a la fusión cada vez mayor de los monopolios capitalistas con el Estado nacional, no puede ser llevada hasta sus últimas consecuencias por las trabas que le imponen la supervivencia de la propiedad privad y de una clase burguesa.

Para que el capitalismo de Estado pueda realizar efectivamente, para que una burocracia estatal pueda asumir el control de la sociedad y de la economía, es necesario que previamente se realice una auténtica revolución social que destruya a la clase burguesa, aboliendo la propiedad privada de los medios de producción, lo que sólo ha ocurrido en la URSS y no en los Estados Unidos del New Deal, ni en la Italia fascista, ni en la Alemania nazi. La burocracia rusa es el resultado, por una parte, de una auténtica revolución proletaria que destruyó el régimen de capitalismo privado, y por otra parte, de la imposibilidad de construir el socialismo, por el escaso desarrollo de las fuerzas productiva, la debilidad del proletariado, las insuficientes condiciones técnicas, inadecuadas para la planificación, y el fracaso de la revolución en los países avanzados.

No existe tal poder mundial de los directores, como pretenden Burham y Rizzi, porque para que éstos tengan realmente el poder es preciso previamente liquidar a los burgueses, que son los amos de los directores. La burocracia rusa, en cambio, tiene realmente el poder, porque la revolución proletaria –de la que es usurpadora- expropió previamente a la clase burguesa, para luego ser expropiada a su vez por la burocracia.

Por lo tanto, en el mundo moderno existen dos sistemas bien diferenciados, que no son el capitalismo y el socialismo, sino el capitalismo monopolista de Estado, cuya principal expresión es Estados Unidos, y el capitalismo burocrático de Estado, cuya máxima expresión es la URSS, y dos clases dominantes bien diferenciada, que no son la burguesía y el proletariado, sino la burguesía y la burocracia. La coexistencia pacífica que finalmente han llegado ambos regímenes –primero Estados Unidos con la URSS, después Estados Unidos con China, y en un futuro no muy lejano Estados Unidos con Cuba- revelan el carácter no antagónico entre el capitalismo privado y el capitalismo burocrático, y  la naturaleza no socialista de éste último. La coexistencia lleva a la colaboración económica entre ambos regímenes, como lo prueba el contrato realizado por la URSS con la empresa capitalista FIAT, o la instalación de la URSS de la empresa norteamericana Pepsi-Cola.


Apología del modo de producción asiático

La modificación de las relaciones de propiedad sin la modificación de las relaciones de producción no puede ser calificado de socialización, ni terminan con la explotación de la clase trabajadora; más aún la unifican, coordinan, racionalizan e intensifican. La posibilidad de una sociedad sin propiedad privada y, al mismo tiempo, con una clase opresora y despótica que  maneja la propiedad colectiva y explota a las masas trabajadoras, está probada por la existencia del llamado modo de producción asiático. El capitalismo burocrático de Estado de nuestros días no es, por su puestos, la vuelta al modo de producción asiático, pero las similitudes formales ha llevado a algunos antisocialistas – como Karl Wittofogel- a establecer un paralelismo entre ambos sistemas para denigrar al socialismo, y simétricamente algunos apologistas de los capitalismos burocráticos de nuestros días han terminado reivindicando al modo de producción asiático, como una forma de socialismo antiguo. Entre los primeros, en 1928 el historiador antimarxista Louis Baudin trataba de mostrar en El imperio socialista de los Incas que el socialismo no es sino una reedición del régimen despótico de los incas, donde los medios de producción estaban también en poder del Estado.

Una año después, en la Primer Conferencia Comunista Latinoamericana realizada en Buenos Aires, un marxista, Juan Carlos Mariátegui, en quien los grandes aciertos se combinan con los grandes errores, coincidirían con las tesis de Baudin pero cambiándole el signo: en Baudin se trataba de desprestigiar a los socialistas, en Mariátegui se trataba de reivindicar a los incas, encontrando en ellos el germen del socialismo. Dijo Mariátegui en esa ocasión: “El VI Congreso de la Internacional Comunista ha señalado una vez más las posibilidad de que los pueblos de economía rudimentaria inicien directamente una organización económica colectiva, sin sufrir la larga evolución por la que han pasado otros pueblo. Nosotros pensamos que entre las poblaciones <<detenidas>> ninguna como la población indígena incaica presenta condiciones tan favorables para que el comunismo agrario primitivo, subsistente en una estructura concreta y en un profundo espíritu colectivista, se transforma, bajo la hegemonía de la clase proletaria, en una de las bases más sólidas de la sociedad colectivista preconizada por el comunismo marxista”[6].

Muchos años más tarde, en pleno auge del tercermundismo, Eduardo Astesano retoma estas ideas de Mariátegui, y llevándolas hasta sus últimas consecuencias, muestra al sistema incaico como el único y verdadero socialismo histórico, el “socialismo tercermundista antiguo”, interrumpido por el régimen de propiedad privada que impuso el colonialismo europeo. Lo que Astesano llama “socialismo tercermundista  antiguo” es lo que Marx llamaba en forma mucho más sobria “modo de producción asiático”.

Astesano hace extensivo audazmente el calificativo de socialista a las misiones jesuíticas y al despotismo ilustrado de Francia en el Paraguay, donde la tierra, en su mayor parte, era propiedad del Estado. Del hecho de que en las misiones jesuíticas los instrumentos de producción, las bestias de cargas y arados eran de propiedad pública, y en parte de la tierra también lo era, siendo el capital acumulado en ella invertido en obras de interés público, y una parte de la tierra también lo era, siendo el capital acumulado en ella invertido en obras de interés público, Astesano deduce que “Los jesuitas (…) inauguraron el camino al socialismo moderno en el Tercer Mundo”[7]. “Esta unidad nueva entre la comunidad indígena tradicional y el estatismo misional jesuita constituyó la base para que en el corazón del continente americano fuera surgiendo un imperio socialista moderno”[8].

Por su parte, dos eruditos sinólogos –Karl Wittfogel en El despotismo oriental y Bela Balazs en Civilización china y burocracia- establecen también una comparación entre los modos de producción asiáticos y los modernos regímenes burocráticos llamados socialistas, con el mismo objetivo político de Baudin: desprestigiar al socialismo. La analogía se basa en que en ambos tipos de regímenes o existe la propiedad privada, y el poder político y económico está en manos de una burocracia estatal. Wittfogel estima que si Marx no siguió desarrollando en sus últimos años la teoría del modo de producción asiático y Engels la ignoró en El origen de la familia, la propiedad y el Estado,  se debía a que habían entrevisto en la imagen del despotismo oriental el futuro de la sociedad socialista que ellos predicaban. El modo de producción asiático mostraba que la supresión de la propiedad privada y la gestión estatal y planificada de la economía no excluía la existencia de una casta dominante ni suprimía la explotación de las masas. Los funcionarios soviéticos pensaron tal q vez lo mismo que Wittfogel cuando condenaron, a partir de 1931, la teoría del modo de producción asiático. Pero no puede afirmarse en cambio, como lo hace Wittfogel, que Marx renunció a seguir desarrollando esta teoría asustado ante la analogía del despotismo oriental con el socialismo. Marx no concibió nunca la conducción de la sociedad socialista por medio de una casta burocrática todopoderosa, tal como se da hoy en los regímenes stalinista o neostalinista, sino  por una forma de asamblea democrática parecida a la Comuna de París de 1871.

Estamos de acuerdo con Wittfogel en que puede existir una clase opresora a pesar de no existir la propiedad privad, pero este tipo de sociedad burocrática no invalida la concepción marxista que define las relaciones de clase al nivel de las relaciones reales de producción y no de las relaciones de propiedad que son expresiones jurídicas y por lo tanto superestructurales. Ya hemos visto que la abolición de la propiedad privada, la nacionalización de los medios de producción y la planificación de la economía son la condición necesaria pero no suficiente para la realización del socialismo; éste no existe sin la dirección obrera de la producción y del poder político. La equivocación de Wittfogel, por una parte, y de Astesano, por otra, de asimilar el modo de producción asiático al socialismo, se deriva de otra equivocación simétrica que es la de confundir al capitalismo de Estado burocrático stalinista con el socialismo marxista.

El stalinismo no es un retorno al modo de producción asiático, imposible en un nivel de las fuerzas productivas completamente distinto, pero indudablemente hay ciertas similitudes formales entre ambos sistemas.

EN EL MODO DE PRODUCCIÓN ASIÁTICO –COMO EN LOS REGÍMENES STALINISTAS- NO EXISTE LA PROPIEDAD PRIVADA, LOS MEDIOS DE PRODUCCIÓN ESTÁN NACIONALIZADOS Y LA ECONOMÍA PLANIFICADA, PERO LAS MASAS POPULARES ESTÁN TOTALMENTE EXCLUÍDAS DE LA PRODUCCIÓN Y DE LA GESTIÓN POLÍTICA Y SOCIAL, QUE CORRE POR CUENTA EXCLUSIVA DE LA BUROCRACIA ESTATAL. MÁS AÚN, DEBE DECIRSE QUE LA COLECTIVIZACIÓN DE LA PROPIEDAD, CUANDO NO VA ACOMPAÑADA POR LA CONDUCCIÓN DIRECTA DE LAS MASAS, SIGNIFICA UN PERFECCIONAMIENTO DE LOS MÉTODOS DE EXPLOTACIÓN. Con respecto al supuesto socialismo incaico hay que recordad que el tributo pagado en servicios particulares y en objetos fabricados iba a aumentar el poder y la riqueza de la casta dominante; sólo una parte de la producción era destinada a las necesidades del pueblo. LA EXPLOTACIÓN ORGANIZADA DEL PUEBLO, CUYA FUERZA  PRODUCTIVA ERA REQUISADA Y CONTROLADA POR MÉTODOS COERCITIVOS, HIZO POSIBLE LA FORMACIÓN DE UN TESORO COMO EL ROBADO A LOS INCAS POR PIZARRO.

La asimilación de los regímenes burocráticos al modo de producción asiático tiene un intérprete más sutil en el marxólogo Umberto Melotti, para quien la raíz de los “colectivismos burocráticos” instaurados en la URSS, China o Egipto se encuentran en el modo de producción asiático del que estos países parte. “En realidad, la continuidad en el tiempo y en el espacio del modo de producción asiático y del colectivismo burocrático, del despotismo oriental y del totalitarismo seudosocialista, difícilmente puede concebirse casual (…) el pasaje al colectivismo burocrático constituye el típico desarrollo de aquellos países fundados sobre el modo de producción asiático o semiasiático que no han conocido una prolongada y profunda influencia externa del modo capitalista de producción”[9].
Se puede coincidir con Melotti en encontrar similitudes formales y superestructurales entre los capitalismos burocráticos de Estado –que él llama “colectivismos burocráticos- y el modo de producción asiático, pero de ello no se puede deducir un necesario pasaje en determinados países, al modo de producción asiático al burocratismo seudosocialista actual. No puede decirse, por ejemplo, que el régimen nasserista de Egipto es la continuación del modo de producción asiático de los faraones, porque este régimen había desaparecido muchos siglos antes de la aparición de Nasser. Entre el Egipto de los faraones y el Egipto de nascer está el imperio romano, la dominación árabe, el imperio otomano y el imperialismo inglés, y a través de todos estos avatares obviamente no se mantiene el modo de producción asiático.

En cuanto a Rusia, existieron efectivamente formas semiasiáticas: el Estado todopoderoso y el mir, comunidad aldeana organizada en forma comunitaria, en la que los populistas rusos vieron el germen de una nueva sociedad igualitaria basada en la propiedad colectiva de la tierra. Pero también existió un feudalismo, aunque imperfecto, lo que permitió el paso al capitalismo. Ya a partir de las reformas de 1861 se destruyeron en Rusia las formas precapitalistas, entre ellas la comunidad rural. EN 1899 LENIN, EN SU OBRA EL DESARROLLO DEL CAPITALISMO EN RUSIA, MUESTRA EN EL RÉGIMEN DE RELACIONES ECONÓMICO-SOCIALES EN EL CAMPESINADO, LA EXISTENCIA DE TODAS LAS CONTRADICCIONES PROPIAS DE CUALQUIER PROPIAS DE CUALQUIER ECONOMÍA MERCANTIL, DE CUALQUIER CAPITALISMO, ENTRE ELLAS EL ACAPARAMIENTO DE LA TIERRA POR UNA MINORÍA Y EL DESPLAZAMIENTO DE LA MAYORÍA A LAS FILAS DEL PROLETARIADO. EN 1917, CUANDO ESTALLA LA REVOLUCIÓN, RUSIA YA ES UN PAÍS CAPITALISTA AUNQUE ATRASADO, Y NO SE PUEDE ENCONTRAR EN ÉL NI EL MENOR RASTRO DEL MODO DE PRODUCCIÓN ASIÁTICO.

En China,  que es el país clásico del modo de producción asiático, el mismo desaparece con la entrada del imperialismo al imponer éste la propiedad privada de la tierra. Durante los años de la revolución comunista, las clases dirigentes no son ya los mandarines sino los terratenientes y la burguesía compradora. Los campesinos se levantan precisamente contra los terratenientes, los dueños de la tierra, que no podrían existir si perdurara aún el modo de producción asiático, cuyas características, es, por lo contrario, la propiedad estatal de la tierra. Del despotismo oriental a Mao Tse-tung se pasa, pues, por un largo período de capitalismo atrasado y dependiente.

La instauración de regímenes burocráticos en ciertos países no se debe, pues, a una continuidad con el modo de producción asiático, que ya había sido destruido en todo ellos, sino a la debilidad de una burguesía nacional formada en la mayoría de los casos bajo el impulso del imperialismo, a la no realización de una profunda revolución democráticoburguesa, que debió a ser hecha a destiempo por una burocracia política con métodos propios, como veremos en seguida.


La socialización del atraso

Los capitalismo burocráticos de Estado que se instauran en los países atrasados, que se proclaman socialistas y se justifican apoyándose en el marxismo, constituyen en realidad una contradicción flagrante a las teorías del marxismo clásico.

En el famoso párrafo del prefacio de la Crítica de la economía política, Marx señala las condiciones de toda revolución: “Un estado social jamás muere antes de que se hayan desarrollo todas las fuerzas productivas que podía encerrar. Nuevas relaciones de producción, superiores a las antiguas, no ocupan su lugar antes de que sus razones de ser materiales se hayan desarrollado en el seño de la vieja sociedad”[10].

De acuerdo con este enunciado es necesario admitir que ni en la Rusia de 1917, menos en la China de 1949, y mucho menos aún en la Cuba de 1959, se daban las condiciones indispensables para la abolición de la sociedad capitalista y la construcción de una sociedad socialista. En ninguno de estos países, en el momento de la revolución, la economía capitalista había alcanzado el pleno desarrollo de todas las fuerzas productivas. En ninguno de ellos las fuerzas productivas se habían desarrollado tanto para que la relación de producción capitalista constituyera un freno ante nuevos avances. En ninguno de ellos las contradicciones entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción habían llegado al punto culminante que hace inevitable la revolución. La condición y premisa para el paso a la sociedad socialista es el desarrollo máximo del capitalismo y una consiguiente economía de abundancia, que permita socializar la riqueza, en tanto que en estos países se da, por el contrario, un atraso en el desarrollo  capitalista y no hay nada para socializar sino la miseria. En todos estos países la producción agrícola predomina sobre la industria, el proletariado urbano es débil, y la técnica es rudimentaria. Fue preciso, por tanto, para los conductores de esas revoluciones, dar vuelta la teoría marxista, y la revolución de los países capitalistas avanzados llevada a cabo por la clase obrera urbana fue transformada en revolución en los países atrasados llevadas a cabo por las masas campesinas, por la élites intelectuales o por el Ejército.

La autosuficiencia de los grupos tercermundistas de vanguardia los lleva a creer que pueden sustituir a la vez a la burguesía en su tarea de desarrollo de las fuerzas productivas, y al proletariado en su tarea de construir la sociedad socialista. Pero en realidad no existe  ninguna fuerza social fuera de la burguesía y del proletariado; cuando un grupo dirigente –ya sea el Partido Comunista o el Ejército- pretende sustituirlas, no hace sino tomar al lugar de la burguesía para realizar la acumulación primitiva y el crecimiento acelerado, y explotar por lo tanto al proletariado, aunque pretenda todo lo contrario.

Criticar a las revoluciones que mal o bien se han hecho, porque no se ajustan a la teoría marxista, puede ser una actitud de dogmatismo o idealismo puro. Se trataría, en efecto, de un respeto supersticioso de los textos sagrado y un rechazo de la realidad cambiante. Pero la realidad cambiante precisamente da la razón a la teoría marxista, en contra del oportunismo antiteórico, mostrando que una revolución que se hace de cualquier modo y en cualquier circunstancia sin responder a determinadas condiciones, delineadas por el marxismo, terminan inevitablemente en el fracaso, o se convierten en otra cosa que nada tiene que ver con el socialismo.

Marx y Engels pensaban en su época que la revolución sólo podía venir de Inglaterra o de Alemania, los países con un desarrollo industrial superior. Lenin y Trotsky, por su parte, cuando tomaron el poder en Rusia pensaban que sólo podían cumplir sus objetivos si triunfaba al poco tiempo la revolución en Alemania. Lenin se mantuvo fiel a la teoría marxista clásica sobre la absoluta imposibilidad de la revolución en un país atrasado. En su discurso del 4 de junio de 1918 dice: “Todos nosotros –por lo menos quienes nos apoyamos en la ciencia y en el socialismo- sabemos que el socialismo no puede ser realizado sino en la medida en que el capitalismo internacional haya desarrollado sus premisas naturales y técnicas en una escala grandiosa y sobre bases científicas (…) No nos ocultamos el hecho de que solos, con nuestras únicas fuerzas, no es posible hacer una revolución socialista, ni aun país menos atrasado que Rusia misma, y también en condiciones mucho más fáciles que las de un pueblo que ha pasado cuatro años de guerra dolorosa, terriblemente dolorosa”[11].

Hasta su muerte, Lenin y Trosky siguieron sosteniendo que el destino del régimen soviético estaba indisolublemente ligado al de la revolución en los países avanzados. La idea de que la revolución pudiera seguir adelante sola en un país atrasado como Rusia es creación exclusiva de Stalin. Lo más curioso es que el propio Stalin sostenía en un folleto 1924 –Los fundamentos del leninismo- la misma teoría de Lenin y Trostsky: “Para la victoria final del socialismo, para la organización de la producción socialista, los esfuerzos de un solo país, sobre todo de una nación campesina como Rusia, son insuficientes, para ellos son necesarios los esfuerzos del proletariado de los países avanzados”. Este folleto fue luego retirado de circulación y considerado apócrifo, para que Stalin pudiera convertirse no sólo en el teórico del “socialismo en un solo país”, sino también en el precursor de la teoría tercermundista, según la cual es posible realizar una revolución en países atrasados sin esperar la revolución en los países avanzados.

Si de acuerdo con la perspectiva marxista las fuerzas productivas determinan las relaciones sociales, y no a la inversa, debemos admitir que, donde las fuerzas productivas no están suficientemente desarrolladas, aunque triunfe una revolución de tipo proletario, ésta no podrá construir el socialismo sino asumir la tarea que en otros países realizó la burguesía: la acumulación primitiva. Esto implica la explotación de la clase trabajadora, pero como ésta no puede explotarse a sí misma, será desplazada del poder por una burocracia que asumirá sin titubeos la tarea de explotación. El partido bolchevique se vio obligado a hacer en la práctica lo que en teoría negaba –el desarrollo del modo de producción capitalista-. La toma del poder había sido relativamente fácil, pero la construcción del socialismo ya fue imposible. Los bolcheviques se vieron entonces en la trágica situación que ya Engels había descripto al referirse a las guerras campesinas de Alemania, y que cobraba ahora una terrible actualidad: “Lo peor que puede suceder al jefe de un partido extremo es ser forzado a encargarse del gobierno en un momento en el que el movimiento no ha madurado lo suficiente como para que la clase que representa pueda asumir el mando y como para que puedan aplicarse las medidas necesarias para la dominación de esta clase. Lo que realmente puede hacer no depende de su propia voluntad, sino el grado de tensión a que llega el antagonismo de las diferentes clases y del desarrollo de las condiciones de vida material, del régimen de la producción y circulación, que son la base fundamental del desarrollo de los antagonismos de clase. Lo que debe hacer, lo que exige de él su  propio partido, tampoco depende de él ni del grado de desarrollo que ha alcanzado la lucha de clases y sus condiciones; el jefe se halla ligado por sus doctrinas y reivindicaciones anteriores, que tampoco son el resultado de las relaciones momentáneas entre las diferentes clases sociales, no del estado momentáneo y más o menos casual de la producción y circulación, sino de su capacidad –grande o pequeña- para comprender los fines generales del movimiento social y político. Se encuentra, pues, necesariamente ante un dilema insoluble: lo que realmente puede hacer se halla en contradicción con toda su actuación anterior, con sus principios y con los intereses inmediatos de su partido; y lo que debe hacer no es realizable. En una palabra, se ve forzado a representar, no a su partido y su clase, sino la clase llamada a dominar en aquel momento. El interés del propio movimiento le obliga a servir a una clase que no es la suya y a entretener a la propia con palabras, promesas y con la afirmación de que los intereses de aquella clase ajena son los de la suya. Los que ocupan esta posición ambigua están irremediablemente perdido”[12].

Las alternativas para los hombres que hacen la revolución en los países atrasados no son más que dos: mantenerse fieles a sus principio y ser derrotados por las condiciones que no pueden modificar, tal el caso de Trotsky o del Che Guevara, o tirar los principios por la borda y dejarse corromper por las condiciones, tal el caso de Stalin o Fidel Castro: o mártires u opresores.

Lo que los movimientos revolucionarios en los países atrasados deberían hacer es el socialismo, pero lo que pueden hacer es sólo el capitalismo; pese a la voluntad de los conductores de la revolución, el capitalismo incumplido vuelve a surgir. Es así como los objetivos que finalmente logran cumplir estas revoluciones son siempre democráticoburguesas y no socialistas: formación de un Estado nacional moderno, industrialización, destrucción de relaciones precapitalistas en el campo, transformación de la vida familiar y cultural despojándolas de las supervivencias primitivas, alfabetización de las masas. Todos esos objetivos fueron ya ampliamente logrados en los países capitalistas más avanzados hacia fines del siglo XIX, pero en ninguno de los países en que se instauró el capitalismo burocrático hubo antes que eso nada parecido a una revolución como la que marcó en la Europa Occidental el paso de la sociedad a la capitalista. El capitalismo burocrático de Estado constituye, pues, el sucedáneo de esas revoluciones de Europa Occidental nosotros nos encontramos poco más o menos en el punto alcanzado por Francia en 1793 y en 1871”[13].

El capitalismo burocrático de Estado constituye, pues, el sucedáneo de las revoluciones burguesas que no se hicieron. Estas revoluciones llamadas socialistas son, en realidad, las últimas revoluciones burguesas de la historia, revoluciones burguesas sin burguesía, en la época de la decadencia del sistema capitalista, cuyo objetivo es actualizar históricamente a los países más rezagados y ponerlos en el nivel que países como Inglaterra, Francia, Alemania o Estados Unidos habían logrado medio siglo antes. Kruschev era al respecto bien lúcido cuando afirmaba francamente que el objetivo de la URSS era la emulación de Estado Unidos, es decir, no la creación de una sociedad nueva, sino la imitación del principal país capitalista.

El desarrollo desigual de las sociedades, analizadas por el marxismo, hace que frecuentemente tareas históricas de una clase social que no se cumplen en su debido momento y por la clase que corresponde, sean realizados a destiempo por otra clase. En aquellos países donde la inexistencia o la debilidad de una burguesía hizo imposible una revolución democráticoburguesa y frecuentemente apoyada por el campesinado, que por supuesto la hará a su manera, con métodos totalmente distintos de los de la burguesía clásica, y superando los marcos del capitalismo privado, liberándose de la incoherencia de éste y sin que la traba de la propiedad privada frene el desarrollo de las fuerzas productivas.

Los apologistas de los regímenes burocrático –aun los más críticos como Isaac Deutscher- justifican como una necesidad histórica el terrorismo estatal, el trabajo forzado y la ausencia de dirección obrera, porque se trataría de lograr la acumulación primitiva y el crecimiento acelerado como condiciones previas para el socialismo. Pero el desarrollo de las fuerzas productivas, el crecimiento del producto, la expansión de la industria no crean automáticamente, las condiciones del socialismo, como creen estos apologistas imbuidos de la mentalidad “productivista” típica del capitalismo. Más aún, puesto que exigen para su realización el sacrificio de la clase obrera, alejan las posibilidades de transición al socialismo.

Precisamente, no puede hablarse de transición al socialismo en una sociedad que no ha pasado aún por su etapa de acumulación primitiva, donde no se han desarrollado aún suficientemente la infraestructura económica, las fuerzas productivas. La necesidad de acumulación primitiva es incompatible con la existencia de un estado obrero, porque para lograrla, forzosamente debe acentuarse la explotación de la clase trabajadora. La etapa de la acumulación primitiva en el capitalismo del siglo XIX fue en un principio contraria a los interese inmediatos de la clase trabajadora: la jornada de trabajo fue más larga, menos la cantidad de días feriados, más intenso el ritmo de trabajo, más bajos los salarios, que en la producción artesanal de la era precapitalista. Del mismo modo puede decirse que para realizar la acumulación primitiva en los regímenes burocráticos de nuestros días, la jornada de trabajo debe ser más larga, menor la cantidad de días feriados, más intenso el ritmo de trabajo, más bajos los salarios, que en la producción de los países capitalistas avanzados. Se da así la paradoja de que en la URSS, considerado el primer Estado obrero del mundo, el código de trabajo es más duro y cruel que en cualquier país capitalista. En la época de Stalin la falta de puntualidad o una ausencia eran consideradas como sabotaje a la producción y penadas con el campo de trabajo forzado.

El Estado burocrático, como cualquier capitalismo privado, trata de extraer la mayor cantidad de plusvalía pagando lo menos posible a la mano de obra asalariad, y los trabajadores no tienen ni siquiera la oportunidad que les brinda el capitalismo privado de negociar su fuerza de trabajo con el capital, porque en los regímenes burocrático, el patrón es uno solo, y porque los organismos de defensa como los sindicatos, están también al servicio del Estado; sólo así puede llegarse a la aberración del stajanovismo y del trabajo gratuito –los sábados y domingos rojos de la URSS o Cuba- para no hablar de los campos de trabajo forzado.

En un sistema basado en la producción por la producción, los intereses inmediatos de los trabajadores contradicen los intereses mediatos del Estado. Si el crecimiento acelerado aporta a largo plazo una mejora en las condiciones de vida de los trabajadores, en lo inmediato se muestra contrario a sus intereses: exige un acrecentamiento del trabajo y una disminución del consumo, para lo que es necesario inevitablemente la formación de una sociedad autoritario que imponga el trabajo en forma coercitiva y predique una moral puritana cuyo valor supremo sea el trabajo y excluya todo goce de la vida.

Pero la transición al socialismo implica una disminución de las horas de trabajo, puesto que el tiempo libre es lo único que puede dar contenido humano a la existencia del hombre; mal puede hablarse de transición al socialismo, por lo tanto, en los regímenes burocráticos cuya finalidad es la producción por la producción y donde el hombre no es más que un instrumento para la acumulación. El fin y los medios están indisolublemente unidos, cuando el fin –la instauración del socialismo- exige medios que lo contradicen, aunque sea temporariamente, los medios terminan por convertirse en nuevos fines que desplazan al originario. Cuando la liberación de las masas trabajadoras exige su temporaria subordinación será luego muy difícil retomar el objetivo inicial. Si el socialismo significa el paso del reino de la necesidad al de la libertad, justificar la supresión de la libertad por imperio de la necesidad significa que no están dadas las condiciones para construir el socialismo.

Un socialismo que necesita como premisa el sacrificio de las condiciones materiales de vida de la clase trabajadora puede entusiasmar a pequeñas minorías –generalmente surgidas de la clase media o de la burguesía- que aspiran a los puestos de comando, pero no a la propia clase trabajadora que será la que deberá pagar el costo de la revolución supuestamente hecha en su nombre. El frecuente rechazo de la clase trabajadora de los países avanzados por el socialismo –desde que el socialismo se identificó con la URSS- es perfectamente explicable: las condiciones materiales de los obreros rusos, sobre todo en la época de Stalin, no son las más apropiadas para entusiasmar a los obreros ingleses, o suecos, italianos, o norteamericanos. Sólo la conciencia de la aplicación del sistema socialista, sino de un capitalismo burocrático de Estado, podrá devolver la esperanza en el socialismo y en el marxismo a las clases trabajadoras del mundo entero.

Es sintomático que a medida que el socialismo en su versión burocrática de Estado es repudiada por las clases trabajadoras del mundo, logra en cambio atraer a ciertas capas pequeñoburguesas de los países atrasados. Los militares latinoamericanos modernizadores, por ejemplo, que rechazaban rotundamente el marxismo por lo que éste tiene de igualitario y democrático, pueden aceptar muy bien el seudosocialismo de los regímenes burocráticos, consistente en una sociedad autoritaria de rígida jerarquía, orden policial, disciplina militar y moral puritana, donde el Estado no encuentra ningún obstáculo para extraer el máximo excedente económico con miras a convertir a la nación en una gran potencia. La amistad del general Perón por los chinos o del coronel  Nasser por los rusos, a pesar del profundo antimarxismo de ambos, no debe extrañarnos demasiado, ya que estas sociedades espartanas son lo más parecido que existe a un cuartel.


Un modelo de capitalismo burocrático de Estado: Cuba

Ejemplificaremos el tipo  de capitalismo burocrático de Estado con el único país de América latina que entró en ese camino: Cuba.

El castrismo fue en sus orígenes un movimiento populista de pequeñoburguesía radicalizada con apoyo de masas campesinas, que ya en el poder y ante los ataques de los Estado Unidos, fue llevado a nacionalizar los sectores fundamentales de la economía y a colectivizar en gran parte la explotación de la tierra. Durante los primeros años de la Revolución, el enfrentamiento directo con el imperialismo, la movilización de las masas y la existencia de órganos tales como las milicias armadas, crearon ciertas condiciones para la destrucción total del estado burgués y la creación de órganos de poder de la clase obrera y campesina. Esto no pudo concretarse por la debilidad de las fuerzas productivas que hacían necesario realizar la acumulación primitiva y la industrialización acelerad, y porque no existía la tecnología necesaria para la planificación de la economía. A estos impedimentos de infraestructura se suman otros factores en parte derivados de aquéllos, tales la supervivencia del caudillismo latinoamericano, la debilidad de la clase obrera y la inexistencia de un partido revolucionario marxista que asumiera el proceso.

En estas condiciones era inevitable que el poder fuera asumido en sustitución de la clase obrera por una élite de intelectuales de extracción  pequeño burguesa y que éstos buscaran apoyo exterior en la Unión Soviética, lo que fortaleció de pronto al casi inexistente Partido Comunista cubano.

En los primeros tiempos Castro se definía como un nacionalista de izquierda, pero a partir de la alianza con la URSS se proclama intempestivamente comunista. Sin embargo, las realizaciones de la revolución cubana siguen están do dentro de los marcos de la revolución nacional democráticoburguesa: nacionalización de las compañías extranjeras, reforma agraria, destruyendo las relaciones precapitalistas en el campo, expropiación de grandes capas de la gran burguesía cubana ligadas al imperialismo, monopolio del comercio exterior, reforma urbana, alfabetización de masas. Todo esto es, por supuesto, muy positivo, pero no lo suficiente para definir al Estado cubano como un estado obrero o socialista. Si por ejemplo castro pretende llamarse socialista a su loable lucha por la alfabetización de las masas, con el mismo criterio, un viejo burgués como Sarmiento debería llamarse también socialista. La revolución no hace sino las tareas que debió cumplir un siglo antes la burguesía cuban, lo cual está muy bien, pero no es socialismo.

En realidad, el castrismo es una forma de jacobinismo del siglo XX, es decir, un partido radicalizado de la pequeñoburguesía que, en nombre del pueblo, se propone una revolución burguesa. Como los jacobinos se apoyaban en los sansculottes, Castro se apoyó en las masas campesinas. La clase obrera no jugó ningún papel protagónico, mostrando el carácter pequeñoburgués del castrismo.

Si consideramos que la conducción obrera de la economía y el poder político definen a un régimen como socialista o en transición al socialismo, podemos afirmar rotundamente que Cuba no constituye de ningún modo un Estado obrero ni una sociedad en transición al socialismo. No existen en Cuba organismo de democracia proletaria como consejos obreros, soviets, consejos de fábrica, que aseguran el poder efectivo de las masas y su participación directa de la gestión pública.

Los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) no pueden de ningún modo ser considerados organismo democráticos de base; por el contrario, su función es de tipo represivo: vigilar a la población e informar al partido y al Estado, denunciando a los “malos ciudadanos” según el concepto que de mal ciudadano tiene el Estado.

Las milicias populares han sido reemplazadas por una organización de defensa civil que depende directamente del ejército profesional, y su objetivo es dar a la población conocimientos de defensa civil. Por otra parte, no puede hablarse de “pueblo en armas”, ya que después de los ejercicios militares las armas quedan en el cuartel y nadie tiene derecho a llevarlas consigo. La ley de servicio militar obligatorio, por su parte, no es sino una forma de trabajo forzado para todos los jóvenes entre los diecisiete y los veinte años.

Los sindicatos pierden su independencia y su verdadera función, que es la de defender los intereses económicos de los trabajadores aun cuando se trate de un Estado obrero. En Cuba los sindicatos están subordinados al Estado y destinados a vigilar el rendimiento de los trabajadores, a promover la emulación, a transmitirles las directivas del Estado, a servir de árbitro en los pequeños conflictos suscitados entre los trabajadores y la administración, fallando siempre a favor de esta última, que supuestamente representaría los intereses de la colectividad, es decir, según el mito stalinista del desarrollo de la producción. No es de extrañar que en esa situación las condiciones de vida la clase obrera cubana sean muy duras: se ha reimplantado la semana de seis días –que ya va desapareciendo en casi todos los países capitalistas-, las vacaciones no existen o son mínimas, se aumentan las horas de trabajo, se suprimen feriados, se pierden en suma todos los beneficios duramente conquistados por la clase obrera cubana en lucha contra el sistema capitalista. Los sindicatos organizan reuniones donde se hace pedir a los obreros el privilegio de trabajar más por un salario menor en beneficio de la “Revolución”.

El secretario general de la Central de Trabajadores de Cuba Revolucionaria (CTCR) es elegido desde arriba, porque ningún adversario puede competir con él. En realidad cualquier tipo de plebiscito popular está proscripto en Cuba.

Los castristas alegarán que la elección de los funcionarios locales en la provincia de Matanzas el 30 de junio de 1947, es un proyecto piloto para que más adelante se lleven a cabo elecciones parecidas en otras provincias. A los candidatos que triunfaron en esa elección se los llamó delegados de los órganos de Poder Popular (OPP). Teóricamente estos órganos introducirían un elemento de control popular está dirigido desde arriba y controlado por el Partido Comunista –único permitido- y el Estado cubanos. El Consejo de Ministros creó una comisión para “organizar, regular y dirigir la creación de asambleas y comités municipales, regionales y provinciales”. Esta comisión está encabezada por Blas Roca, miembro del secretariado del PC, el vicepresidente es Julián Rizo, primer secretario del comité provincial de Matanzas del PC de Cuba. Controladas y dirigidas por el partido único, sin derecho a formar tendencias, las elecciones se convierten en mero vehículo para movilizar a las masas en apoyo del gobierno central. Como dice bien claramente Raúl Castro, la tarea de los órganos de Poder Popular es hacer que “el pueblo”, las masas trabajadoras, “formen parte del Estado, se identifiquen más con él”. Pero la democracia proletaria no consiste en integrar a los trabajadores al Estado, lo que también intenta por su parte el capitalismo tardío, sino en darle a las masas trabajadoras el control del Estado y comenzar la destrucción del mismo, lo que por supuesto no se plantea a Cuba.

La vida política en Cuba es inexistente. No sólo se niega la posibilidad de que puedan existir varios partidos de izquierda, sino que aún se proscribe en el seno del partido oficial único la existencia de tendencias, condición esencial para la democracia obrera en el seno del partido y un factor indispensable de politización. Tampoco ese partido único puede ser considerado un autentico partido obrero porque no está estrechamente ligado a las masas, ni se basa en la iniciativa y libre expresión de ellas, sino en su represión. El Partido Comunista cubano no convocó nunca desde el triunfo de la Revolución a un Congreso Nacional. Es un partido hermético e inaccesible a los trabajadores, quienes pueden asistir a las asambleas y recomendar –pero no elegir- a quienes desean que ingresen en el partido. La decisión respecto de quién ingresa o no, pertenece exclusivamente a los cuadros. Todas las decisiones emitidas desde el Comité Central hasta el último responsable comunal, emana directamente de Fidel Castro y sus colaboradores más inmediatos. Por otra parte, el Comité Central fue impuesto por Castro sin discusión previa. Este C.C. no cumple ninguna función real, su primera sesión se celebró un año y medio después de su constitución. Tampoco existen sesiones regulares del Politburó ni del Secretariado. No hay programa político ni estatutos, la ideología del C.C. no va más allá del comentario de los discursos de Fidel, mejor dicho del último discurso que generalmente contradice lo dicho en el penúltimo, razón por la cual en Cuba no existe ninguna recopilación completa de los discursos de Castro en forma de libro. Castro tiene la concepción típicamente jacobina pequeñoburguesa, según la cual la revolución debe ser hecha por una élite esclarecida, destinada a dirigir a las masas populares, quienes no conocerían sus propios intereses. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo y si es preciso contra el pueblo es la propuesta del castrismo, es decir, la manipulación bonapartista de las masas consideradas como objeto de la historia, no como sujeto consciente. El resultado de esta concepción es una sociedad autoritaria, jerarquizada, verticalista, militarizada. Los castristas se apresurarán a alegar que esto es así porque las masas cubanas no están preparadas para participar activamente en la vida pública, pero al impedirles todas participación no se hace nada por superar esa falta de preparación, más aún se la acentúa, ya que las masas sólo se educan por la acción. Fidel Castro está en las antípodas de Lenin, quien aun reconociendo que cualquier peón o cualquier cocinera no son capaces de ponerse a dirigir el Estado, exigía que se hiciera participar del aprendizaje del Estado, a todos los trabajadores, pues no hay otro camino para enseñar al pueblo a gobernarse así mismo que el de la práctica, que el de la implantación inmediata del autogobierno popular (Lenin: ¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder?, 1917).

Castro cree educar a las masas hablando durante horas por radio y televisión, o en los mítines públicos frente a una muchedumbre pasiva. Los magros resultados conseguidos hasta ahora con ese método pedagógico pueden resumirse en el conocido slogan popular cubano: "Si Fidel es comunista, nosotros también los somos.”

Al no haber participación democrática, los enormes esfuerzos exigidos a los trabajadores en aras de la producción, no son libremente admitidos, produciendo un desinterés, una indiferencia que se expresa a través del bajo rendimiento del que siempre se están quejando los jerarcas.

La eventual participación de los burócratas en el trabajo manual, lejos de ser una prueba de democracia es otra forma sutil de opresión al trabajador, ya que comporta una vigilancia rigurosa, un modo de descubrir los recursos de los trabajadores para no cumplir con el ritmo agotador.

En la Cuba castrista, como en la Rusia stalinista, el objetivo de la producción por la producción no tiene finalmente otra salida que el trabajo forzado: en marzo de 1971, 400.000 jóvenes acusados de vagancia o ausentismo en escuelas o trabajo, fueron condenados a trabajos forzados en los llamados “centros de rehabilitación”[14]. Si a ello agregamos los varios cientos de miles de cubanos que pese a las enormes dificultades para irse del país esperan turnos en aviones cuyas plazas están cubiertas por seis años, queda probada la escasa adhesión popular con que cuenta el régimen.

Las penurias sufridas por el pueblo cubano son más insoportables aún frente a la situación de privilegio gozada por los burócratas que viven confortablemente con alojamientos y comercios reservados. En un país donde faltan los medicamentos más esenciales, se importa Alfa Romeo de lujo para los altos dirigentes”[15]. Se alegará que en varias ocasiones Fidel Castro lanzó campañas contra la burocratización, pero se trataba de una desburocratización también ella burocrática, dirigida contra los abusos no contra los usos. Se destituye a algún alto funcionario demasiado corrompido, para que el sistema pueda seguir funcionando. Para que la burocracia pueda ejercer su poder indiscriminadamente e imponer a la sociedad como único objetivo, la producción por la producción, se hace preciso perseguir toda forma de libertad individual, toda libertad de expresión es nula, existe la C.O.R (Comisión de Orientación Revolucionaria) que controla toda la prensa y todas las ediciones y publicaciones ejerciendo una rigurosa censura e impidiendo que se pueda filtrar la más mínima crítica al régimen. Aun la simple información es totalmente negada a la población, por ejemplo el caso Padilla permaneció completamente oculto en el interior de Cuba. Precisamente la purga stalinista a Padilla es un caso típico de regimentación de toda actividad artística y literaria de Cuba.

Las relaciones eróticas libres son otra forma de libertad individual que debe ser doblegada: el derecho del aborto es limitado, el matrimonio burgués es exaltado a través de los ridículos rituales del “Palacio de los Matrimonio”, las mujeres casadas sorprendidas en adulterio son denunciadas al marido por el Comité de Vigilancia de barrio. Los homosexuales son marginados de toda actividad pública y durante un tiempo fueron encerrados en campos de concentración hipócritamente denominados UMAP (Unidad militar para la ayuda a la producción).

La campaña antihomosexual fue desatada por el propio Fidel Castro en un discurso pronunciado en 1965, tras lo cual la burocracia se lanzó a una verdadera caza de brujas en todos los órdenes pero principalmente en la Universidad donde fueron expulsados todos los profesores y estudiantes conceptuados como homosexuales. En el Primero Congreso Nacional de Educación y Cultura llevado a cabo en La Habana en abril de 1971, quedó en claro el principio de rechazar las manifestaciones homosexuales, propiciando el saneamiento de focos e incluso el control y reubicación de casos aislados. El castrismo se coloca en este aspecto, con en tantos otros, en la oposición a la línea leninista, ya que Lenin en diciembre de 1917 firmó el decreto derogando las leyes represivas contra la homosexualidad, contra el aborto y otras formas de discriminación sexual vigente en la época zarista. En 1934, el año de las grandes purgas, Stalin interviene personalmente en la restitución de severas leyes antihomosexuales, y es imitado tres meses después por Hitler. La política sexual de Castro sigue fielmente la tradición del stalinismo y del nazismo en los años 30.

La represión sexual está íntimamente ligada a las necesidades del trabajo alienado. El trabajado agotador exige que el ocio no sea un gasto de energía erótico sino simplemente descanso. No debe extrañarnos pues la analogía entre la moral castrista y la moral victoriana, ambas son superestructuras de la época de la acumulación primitiva, con su necesaria exaltación de la austeridad, del ascetismo, la disciplina, la dedicación exclusiva al trabajo.

Nos queda todavía por analizar la política exterior del castrismo. En los primeros años de la Revolución, los tiempos heroicos del Che Guevara, Cuba siguió una verdadera línea internacionalista, de solidaridad con los movimientos revolucionarios de América latina, pero poco a poco fue sacrificando a éstos en provechos de los intereses particulares de Cuba.

Es así como condena a China, siguiendo las directivas de Moscú. Cuba, que había suscitado la admiración del mundo entero por tratarse de un pequeño país que se defendía heroicamente de los ataques de una gran potencia, apoya en 1968 la invasión de otra gran potencia, la URSS, a un pueblo pequeño: Checoslovaquia. Con esta actitud Castro se coloca abiertamente contra los movimientos populares que en los países del Este luchan contra la burocracia y la política imperialista de la URSS. Del mismo modo cuando castro, de regreso de Moscú, elogia desmesuradamente a burócratas como Breznev, o cuando en el discurso conmemorativo del centenario del nacimiento de Lenin ataca a la oposición de izquierda a Stalin o a las críticas de militantes revolucionarios de nuestros días a los burócratas, se coloca abiertamente en contra de los movimientos que en la propia URSS luchan por la instauración del socialismo.

La política castrista respecto de los países capitalistas es igualmente reaccionaria: apoya a De Gaulle y mantiene silencio durante la huelga revolucionaria de mayo de 1968 en París. En cuanto a los países de América Latina deja en la estacada a los guerrilleros que él mismo había educado y fomentado. El guerrillero venezolano Douglas Bravo llegó a reprocharle a Castro que colocase “los intereses particulares de Cuba sobre los intereses continentales de la revolución latinoamericana”.

Contradiciendo las tesis sostenidas en la Conferencia de las OLAS en agosto de 1967, según las cuales las burguesías son incapaces de cumplir hasta el fin las tareas democrático burguesas y sólo un frente de obreros y campesinos puede cumplirlas y a la vez rebasarlas hacia revolución socialista, el castrismo da un giro de 180grados y acuerda su apoyo, según la clásica posición stalinista, a la burguesías llamadas “progresistas” de los países latinoamericanos, ocultando las violentas luchas de clases que se desarrollan en esos países. Es así como en julio de 1968 no denuncia la masacre de estudiantes mexicanos por la policía, y como un apoyo al régimen represivo. Cuba participa en los Juegos Olímpicos de México. Apoya al reformismo militar de Velasco Alvarado, sin preocuparse porque pocos días antes de la visita de Fidel Castro a Perú el régimen había expulsado a Hubo Blanco, reprimido durante una huelga de educadores y masacrado obreros. Apoya a Allende sin advertirle en ningún momento que su reformismo estaba inevitablemente destinado al fracaso; más aun, en su visita a Chile, Fidel recomienda a los obreros chilenos, siguiendo la costumbre de su propio país, exigir menos reivindicaciones y producir más. Apoya finalmente al régimen peronista en momentos en que éste reprime sangrientamente a la izquierda de su propio movimiento.

El Estado cubano no puede por lo tanto se definido, como usualmente se lo hace, ni como un régimen socialista, ni en transición al socialismo, ni como un Estado obrero. La clase dominante no es la clase obrera sino una burocracia de origen pequeñoburgués que trata de mantener su autonomía frente a la clase obrera por un lado, y al imperialismo por otro. El castrismo niega la tesis marxista sobre el papel protagónico del proletariado en la lucha de clases, y le asigna a la pequeñoburguesía urbana y rural un papel independiente y autónomo con respecto a la burguesía y el proletariado. El castrismo niega la tesis marxista según la cual la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los propios trabajadores, para delegar esa tarea en una élite de vanguardia, situada por encima de los trabajadores, y frente a la cual los trabajadores no tienen ningún control ni posibilidad de crítica. El castrismo niega el concepto marxista de revolución como acción de masas para sustituirlo por la teoría blanquista de “foco”.

El castrismo niega la tesis marxista según la cual las condiciones objetivas determinan la conciencia, sustituyéndola por un voluntarismo según el cual los deseos subjetivos de hacer la revolución, la prédica de la “moral comunista”, puedan crear las condiciones objetivas. El castrismo niega la tesis marxista-leninista según la cual “no hay acción revolucionaria sin teoría revolucionaria” sustituyendo la teoría por el empirismo más craso. En un discurso del 30 de octubre de 1963 Fidel Castro, para quien toda teoría obstaculiza la acción, decía. “¡Basta con esas teorías marxistas! El marxista leninista que se dedica de continuo al desarrollo de teorías sólo vive a expensas de la sociedad”. Raúl Castro explicó a un huésped norteamericano que en la isla de Pina, Fidel le dio a leer a sus hermanos algunas obras de Marx y Lenin. “Leímos tres capítulo de El Capital, luego lo tiramos lejos. Estoy seguro de que desde ese entonces Fidel no lo ha vuelto a leer.” [16]

Si bien a partir de su subordinación a la URSS el castrismo perdió sus particularidades para convertirse cada vez más en un microestalinismo, en los primeros tiempos configuró una ideología política original que por sus características antiintelectuales y antiteóricas se ubica, como lo caracterizara muy bien uno de sus apologistas [17], en una línea irracionalista, romántica y existencialista opuesta al marxismo. En forma muy esquemática puede decirse que el castrismo, en su forma originaria, fue la oposición de la intuición a la razón, de la espontaneidad a la experiencia, de los subjetivo a lo objetivo, de la voluntad a la ley económica, de lo individual a lo general, de la contingencia al sistema, del empirismo a la teoría, de la biología a la ideología, del individuo héroe a las masas anónimas, de la novedad a la experiencia, de la acción pura al pensamiento, de la inmediatez a la mediación, del militarismo a la política, de la táctica a la estrategia.

La intelectualidad pequeñoburguesa radicalizada del mundo entero se identifica con facilidad con la burocracia castrista –una variante de la minoría ilustrada- que expresa la ideología jacobina, blanquista, bonapartista típica de esa clase social, con su desprecio por la autoemancipación obrera y su culto a la gran personalidad, al salvador supremo que ayuda al pueblo desde lo alto. No es de extrañar por eso que fueran fervientes admiradores del castrismo escritores objetivamente reaccionarios como Martínez de Estrada, sociólogo irracionalista y spengleriano, fustigador de los movimiento de masas populares de su país, o Julio Cortázar, escritor de evasión que se divierte describiendo a los obreros argentinos como monstruos grotescos.

Los burócratas castristas, por su parte, prefieren a estos intelectuales de centro y aun de derecha que los apoyan acríticamente, y no a los teóricos de izquierda que les plantean problemas en nombre del marxismo. Ya hemos visto el profundo desprecio que Fidel Castro experimenta por los teóricos marxistas. Los marxistas amigos de la revolución cubana pero no serviles a la burocracia, como K. S. Karon –Los guerrilleros en el poder- terminan acusados de agentes de la CIA.

El intelectual pequeñoburgués que viaja a Cuba, como hasta hace unos años lo hacía a la URSS, admira las grandes obras que le muestran los funcionarios, pero no se preocupa por averiguar cuánto gana un obrero, o cuántas horas trabaja, o cuál es su ritmo de trabajo, o cuántos días de vacaciones tiene, en suma, las condiciones de vida material de la clase obrera, que es lo verdaderamente importante para saber si se puede o no se puede hablar de un Estado obrero. Hans Magnus Enzenberger comenta que, en su viaje a La Habana, se encontraba en el hotel con turistas de izquierda que no tenían la menor noticia de que por las tardes no funcionaban los suministros de agua y electricidad en los barrios obreros de la capital, de que el pan estaba racionado y el pueblo tenía que hacer dos horas de cola para compara una pizza[18]. Tampoco tienen, aunque lo quieran, ninguna posibilidad de conocer la realidad, ya que sus contactos son sólo con los funcionarios que les sirven de intérpretes o cicerones, o con otros viajeros tan ignorantes e ingenuos como ellos. Por otra parte, el conocimiento de la realidad, si es que llegan alguna vez a tenerla, no les perturbará demasiado, ya que ellos, pequeñoburgueses ilustrados, se identifican con los burócratas y su fácil vida de privilegio, y no con las penurias de la clase obrera. No  con la fraternidad y la igualdad los valores que motivan a estos intelectuales castristas, sino la adoración por la personalidad carismática de los grandes dictadores, la fascinación por el poder establecido, tanto más moralmente satisfactorio cuanto ese poder se proclama a sí mismo como revolucionario. No es una casualidad que después del XX Congreso del PC URSS los dejó sin el mito de Stalin, que adoraron durante veinticinco años, encontraron en Fidel Castro un mito de reemplazo.





Juan José Sebreli: Tercer Mundo. Mito burgués. Capitulo VI: Los Caminos de la Liberación. Siglo Veinte, Buenos Aire, 1975.





[1] Lenin: Obras completas, op. cit., tomo XXVII.
[2] Isaac Deutscher: Trotsky. Le prophète hors la loi. París, Juillard, 1965, tomo III, pág. 615.
[3] León Trotsky: La revolución traicionada. Buenos Aires, Proceso, 1964, pág. 208.
[4] Franz Hinkelammert: Dialéctica del desarrollo desigual. Buenos Aires, Amorrortu, 1974, pág. 188.
[5] Lenin: Acerca de la dualidad de poderes, 1917. Véase también: Tesis de Abril, Cartas sobre tácticas, Los partido políticos y las tareas del proletariado, Discurso a los soldados en un mitin del regimiento de Ismailov, La alianza de la mentira, Conferencia del P.O.S.D.R. (b) de la ciudad de Petrogrado, El Congreso de Diputados campesinos. Nuestros puntos de vista sobre la milicia proletaria. Séptima conferencia del P.S.D.R. (b), Carta abierta a los delegados al Congreso Pan-ruso, materiales para la revisión del programa del partido. Lenin: Obras completas, t. XXIV, op. cit. Lenin: Cartas desde lejos, 3ª carta. Obras completas, t. XXIII.
[6] Juan Carlos Mariátegui: Ideología y política. Lima, Ediciones Amauta, 1969, pág. 68.
[7] Eduardo Astesano: Nacionalismo histórico y materialismo histórico. Buenos Aires, Pleanar, 1972, pág. 187.
[8] Ibidem, pág. 189.
[9] Umberto Meolotti: “Marx e il Terzo Mondo”. Terzo Mondo, Nº 13-14, Milano, 1971, pág. 147. Hay traducción castellana: Buenos Aires, Amorrortu, 1974. A pesar de esta posición equivocada la obra es sumamente valiosa por su extraordinaria erudición.
[10] Carlos Marx: Crítica de la economía política. Buenos Aires, Editorial Futuro, 1945, pág. 11.
[11] Citado por Rodolfo Mondolfo: Bolchevismo y capitalismo de Estado. Buenos Aires, Ediciones libera, 1968, págs. 42-43. Estos párrafos han sido excluidos de las ediciones rusas de la Obras completas de Lenin.
[12] Federico Engeles: Guerra de campesinos en Alemania. México, Ediciones Pavlov, 1945, pág. 418.
[13] Lenin: La obra de construcción de los Soviets, 1918.
[14] Michael Harrington: Socialism. Nueva York, Bantan Book, 1973.
[15] René Dumont: ¿Cuba es socialista? Caracas, Tiempo nuevo, 1970.
[16] Citado por Hans Magnus Enzensberger: El interrogatorio de La Habana. Barcelona, Anagrama, 1973.
[17] George Rozos: “Régis Debray et la radicalisatoin de la revolution”, Les Temps Modernes, Nº 266-267, agosto-setiembre de 1968, pág. 443.
[18] Hans Magnus Enzenberger: El interrogatorio de La Habana, op. cit.

No hay comentarios:

Publicar un comentario